La verdad sobre el caso del régimen Milei

El régimen de Milei funciona como un experimento hipnótico: sustituye la realidad por simulacros, la fe por la evidencia y los intereses públicos por negocios y negociados. Por Eric Calcagno

En efecto, le pedimos prestado el título a Edgar Allan Poe, quien nos regaló en 1845 “The facts in the case of M. Valdemar”, publicado en diciembre de ese año tanto en el American Review como en el Broadway Journal. Resulta que el Sr. Valdemar, aquejado de una tuberculosis terminal, accede a ser hipnotizado en el trance mismo de la agonía. En la cama yace ahora un cadáver que habla. En esa perspectiva, y como lo escribiera Julio Cortázar en la traducción de Poe, “…no pretendo considerar motivo de asombro el que el extraordinario caso del” régimen de Milei “haya suscitado discusión. Hubiera sido un milagro que no lo hiciera, dadas las circunstancias”. Cambiamos Valdemar por “régimen” (queremos tanto a Edgar), y vayamos a las circunstancias.

Al principio de la hipnosis fueron los insultos, que ocuparon el lugar de los argumentos. Son demasiado conocidos como para repetirlos aquí, aunque Poe apunta “que el sonido consistía en un silabeo clarísimo, de una claridad incluso asombrosa y aterradora”. Luego fueron los instrumentos, que ocuparon el lugar de los objetivos. Por cierto, no era la primera vez. Ya había existido el Consenso de Washington, que recetó cómo transformar el Estado de Bienestar en un lucrativo asunto entre privados. Pero por entonces la narrativa dominante pretendía una indiscutida e indiscutible base técnica, a la manera de un infalible menú para el desarrollo que suplantara los proyectos estructuralistas de décadas pasadas. Los objetivos ya no eran el Bien Común, el desarrollo industrial, la distribución del ingreso sino el equilibrio fiscal, las medidas contra la inflación y la privatización generalizada de los bienes y servicios públicos. Pusieron como axiomas indiscutibles hipótesis que había que demostrar. Pero no funcionó, lo que era previsible. Tan lejos de la realidad como esa perspectiva, el actual hipnotismo está basado en el mesianismo. Ya no hay nada que probar: es una cuestión de fe. Y los que dudan son herejes. En la constelada economía nacional brillan las estrellas de los perros de Milei. Astros fijos en el firmamento de la empuñadura del bastón presidencial. Ah, los instrumentos son los mismos, pero esta vez están justificados, amparados y legitimados por las fuerzas del cielo. El superávit fiscal adquiere características de imperativo moral. Quien lo discuta sólo puede ser un “degenerado fiscal”, como si tal cosa existiese.

Después viene el simulacro, que ocupa el lugar de la realidad. “Hemos sacado a doce millones de argentinos de la pobreza”, “hemos controlado la inflación”, “la economía argentina crece”, “los niños comen” son algunos de los mantras que repiten desde el régimen y que propalan los medios. Sin embargo, los hechos son tercos. Es patente la utilización generalizada del poder estatal en la transferencia de ingresos de los sectores populares a las élites, cuando vemos que bajan los consumos de primera necesidad y crecen las compras suntuarias en autos de lujo y viajes al exterior. Para no hablar de las retenciones cero a la minería, por ejemplo. El desmantelamiento de todo lo que tenga que ver con la producción y distribución de conocimiento afecta las capacidades de existir como sociedad. El ataque a toda forma de salud pública, desde la precarización de los trabajadores hasta el abandono de vacunas, afecta las condiciones de vida como personas. El deterioro de las instituciones políticas, que ya existía, adquiere una nueva dinámica de ridiculización, cuando no de sabotaje y vaciamiento, con el fin de bloquear cualquier opinión ciudadana. Y en caso de manifestación callejera, entonces aparece el aparato represivo, que actúa de manera arbitraria con medios desproporcionados. Hay que sembrar el terror. El odio legitimado hacia lo distinto, las mujeres, los pobres anula cualquier rasgo de afecto social, sin el cual nada es posible.

Estos son los resultados del Decreto 70/23 y de la Ley Bases, que establecieron de facto una nueva constitución para la Argentina. Y las constituciones, lo sabemos desde Ferdinand Lasalle y Arturo Sampay, reflejan las relaciones de fuerza dentro de una sociedad en un determinado momento. Se dijo con razón que cada artículo de esos textos fue redactado por y para grandes empresas, potencias extranjeras o ambas a la vez. La suma del poder público ha sido privatizada, con el agrado de una Corte cada vez menos Suprema. Y dos años sin presupuesto votado. “No bastaba esto para satisfacerme, sin embargo, sino que continué vigorosamente mis manipulaciones, poniendo en ellas toda mi voluntad, hasta que hube logrado la completa rigidez de los miembros del durmiente, a quien previamente había colocado en la posición que me pareció más cómoda. Las piernas estaban completamente estiradas; los brazos reposaban en el lecho, a corta distancia de los flancos. La cabeza había sido ligeramente levantada”, nos refiere Poe.

Así, los monopolios locales e internacionales fijan precios y cantidades desde lo material hasta lo simbólico. Son los dueños. Para ellos la Patria es un plan de negocios. Nombran gerentes en los puestos de decisión pública, que llamaremos adueñados. Por eso, el contrato social realmente existente entre los dueños empresarios y los adueñados políticos es que los dueños se llevan los negocios y a los adueñados les tocan los negociados. De algún modo es comprensible, los testaferros del poder real viven de la intermediación, de las comisiones por venta de activos públicos, las coimas en la concesión de servicios públicos, las compras del Estado y los porcentajes producidos por el endeudamiento externo, entre otros.

En este esquema, el endeudamiento externo es fundamental la coordinación entre dueños y adueñados, encargados de proveer los dólares que precisan los especuladores para la “bicicleta financiera”, cuya comercialización merece el noble nombre de “carry-trade”. La genialidad del negocio es que esas divisas son tomadas a nombre de la República Argentina para abastecer la timba privada. De tal modo y como suele suceder, cuando el esquema Ponzi termina en el derrumbe, los beneficios están a salvo en las off-shores y al pueblo le queda la obligación moral de pagar la deuda contraída por los criminales. Por eso es preciso el Estado, que debe ser reducido a ser el garante de la deuda. Dicen que el superávit fiscal es necesario, no sabemos si eso detiene la inflación, pero sirve para conseguir plata que pague el endeudamiento. Allí van a parar todos los recursos que sacan del cuerpo social. Como el sistema es insostenible y cae cada tanto -los ciclos plata dulce, recesión, crisis- el Estado debe asegurar la socialización de las pérdidas y de la privatización de las ganancias en los momentos de zozobra. “Volvimos por la tarde a ver al paciente. Su estado seguía siendo el mismo. Discutimos un rato sobre la conveniencia y posibilidad de despertarlo, pero poco nos costó llegar a la conclusión de que nada bueno se conseguiría con eso. Resultaba evidente que hasta ahora, la muerte (o eso que de costumbre se denomina muerte) había sido detenida por el proceso hipnótico”.

Es un sistema que funciona, aunque tiene debilidades. La mayor de ellas es la voracidad de los adueñados por parecerse a los dueños. Si ejercen la intermediación como modo de financiamiento, una forma de proxenetismo político, tratarán de aumentar la cantidad de intermediaciones posibles, sin que nada importe. ¿Es necesario destruir las rutas argentinas para privatizarlas después? No importan los accidentes fatales. ¿Hay que desfinanciar la salud para promover los negocios privados? Que se muera el que no pague. Afuera los medicamentos oncológicos, afuera los cuidados, afuera cualquier forma de asistencia al prójimo que no pueda convertirse en negociado. El problema es que si los miles de millones de dólares con los cuales tanto Macri como Milei han endeudado a la Argentina son números demasiado grandes como parecer reales, el reciente escándalo de “las coimas del ANDIS”, unos 800.000 dólares por mes, es algo tangible, sobre todo cuando los adueñados tienen nombre y apellido. Es algo real, existe. Así como sucedió con el fentanilo adulterado, que en una perfecta metáfora del mileiato, fue inyectado como calmante y en realidad era veneno en más de cien personas y contando. ¿Controles? ¡Afuera! Fenómenos como estos hacen tambalear -un poco- la estructura del poder real. Conseguidos nuevos negocios, ampliados otros, blindados todos (pues la jurisdicción es extranjera) molesta el ruido de los adueñados en la pelea por las migajas. No hay nada nuevo, ya pasó en los noventa cuando la victoria de la Rúa se basó en la hipnosis de tener “convertibilidad sin corrupción”.

¿Tendremos mileísmo de buenos modales?

Igual será el modelo liberal, neoliberal, libertario, que para ahorrar palabras llamaremos oligárquico, ya que concentra el poder en pocas manos. Fue a sangre y fuego en la dictadura; en un lecho de Procusto con la convertibilidad en los noventa; con la desesperación del macriato y el delirio místico del régimen de Milei. Por ello la pertinencia de la hipnosis, que permitirá creer en cosas que no se verán, ya que no se ven porque no existen. De allí la importancia de provocar una alucinación colectiva, ayudada por los monopolios privados de la comunicación, más manipuladora que el amigo hipnotista del Señor Valdemar, aunque con similares efectos. Pero todo tiene un final, ya sea por la movilización popular o por la incapacidad del régimen en durar, puesto que negocios y negociados son rentables pero carecen de sustentabilidad. Todo sistema basado en el endeudamiento dura hasta que les dejan de prestar. El despertar del muerto hipnotizado no es agradable: “todo su cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo… se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción”. Una vez desechado el experimento libertario, ¿de quién será el moribundo cuerpo político-partidario que el establishment habrá de acostar para hipnotizarlo? ¿O acaso romperemos ese maleficio macabro?

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