La nueva Argentina fragmentada

Burguesías regionales, recursos y la ausencia de un proyecto nacional. Por Antonio Muñiz

Argentina se encamina hacia una profunda reconfiguración de su entramado productivo y político, signada por una creciente fragmentación regional. Esta nueva cartografía económica puede leerse, a grandes trazos, como una división tripartita del territorio: un norte extractivo-minero, con epicentro en el litio y el cobre; un centro –incluida la Mesopotamia– hegemonizado por los agronegocios y la biotecnología; y un sur energético, donde el petróleo, el gas y las represas hidroeléctricas, con Vaca Muerta como emblema, definen el perfil productivo.

Las burguesías locales, en todo el país, han intentado, con mayor o menor éxito,  reconvertirse y vincularse de manera estratégica con las nuevas dinámicas económicas de sus territorios, adaptándose a las oportunidades que ofrece el contexto actual.  En las provincias mineras, actúan como intermediarias y socias menores del capital transnacional; en las regiones agroexportadoras, consolidan su poder a través del control de la tierra, los servicios, la logística y el procesamiento de materias primas; en el sur energético, intervienen en las cadenas de servicios vinculadas a Vaca Muerta; y en algunas provincias del centro y el norte, se benefician de la obra pública, los regímenes de promoción industrial o la provisión estatal.

En todos los casos, estas élites locales se articulan con los gobiernos provinciales y con grandes empresas –nacionales o extranjeras– para capturar rentas, influir en la orientación del gasto público y preservar sus privilegios. Su lógica predominante no es la inversión productiva de largo plazo, sino la apropiación de rentas mediante relaciones de poder, cercanía al Estado y capacidad de lobby, lo que contribuye a la consolidación de modelos económicos primarizados, con escaso desarrollo autónomo y baja densidad industrial.

Esta nueva configuración no sólo redefine los flujos de riqueza y poder en el país, sino que también revela el vacío de una estrategia nacional integradora, dejando al descubierto una burguesía local —y nacional— sin visión de conjunto ni pensamiento estratégico.

El punto de inflexión: la reforma constitucional de 1994

Uno de los hitos institucionales que propiciaron este proceso fue la reforma constitucional de 1994, que provincializó la propiedad de los recursos naturales. A partir de entonces, cada provincia adquirió soberanía sobre sus yacimientos mineros, petroleros, gasíferos y forestales. Esta descentralización, en un país históricamente tensionado entre centralismo y federalismo, empoderó a los gobiernos provinciales y dio lugar al surgimiento de burguesías regionales ligadas al control de esos recursos. Pero también desdibujó cualquier intento de articulación coherente del desarrollo productivo nacional, generando un mapa descoordinado, competitivo y muchas veces antagónico entre regiones.

La promesa del boom minero y el fenómeno del “norte litífero”

En los últimos años, todo el Noroeste Argentino (NOA) ha sido promocionado como un nuevo “territorio minero” dispuesto a captar inversiones extranjeras mediante regímenes fiscales extraordinariamente favorables, seguridad jurídica para el capital y políticas activas de facilitación. Gobernadores, legisladores y sectores empresariales impulsaron una narrativa de “boom inminente”, con la minería como motor del desarrollo regional, capaz de generar empleo, infraestructura y divisas. Sin embargo, esas expectativas todavía no se han materializado en la escala prometida, y el ritmo de ejecución de los proyectos se mantiene muy por debajo del relato oficial.

En ese marco, el fenómeno del litio ha cobrado protagonismo como emblema del nuevo horizonte extractivo. El norte argentino —en particular Jujuy, Salta y Catamarca— se consolidó como una de las principales zonas de explotación de litio a nivel global, integrando el denominado “Triángulo del Litio” junto a Bolivia y Chile, que concentra más del 60% de las reservas conocidas de este mineral estratégico. La fiebre extractiva, impulsada por la creciente demanda mundial de baterías, vehículos eléctricos y tecnologías limpias, atrajo una oleada de inversiones directas provenientes de China, Canadá, Australia y Estados Unidos, aunque sin lograr, hasta ahora, un proceso robusto de industrialización ni encadenamientos productivos locales.

El caso de San Juan es paradigmático: la provincia logró consolidar un modelo de crecimiento sostenido a partir de la minería metalífera, especialmente del oro y la plata, bajo un esquema de articulación público-privada con participación estatal, a través del Instituto Provincial de Exploraciones y Explotaciones Mineras (IPEEM). San Juan no sólo atrajo grandes inversiones —como Veladero o Josemaría—, sino que también avanzó en infraestructura, empleo calificado y encadenamientos productivos que la colocan un paso adelante respecto de otras provincias del norte, aún ancladas en modelos puramente extractivistas. Aunque arrastra un pasivo medio ambiental grande, el uso y la contaminación de un bien escaso como es el agua, genera rechazo en parte de la población.

En contraste, las provincias litíferas enfrentan el dilema de transformar su potencial geológico en desarrollo estructural. Aunque existen más de 40 proyectos de litio en distintas fases de exploración y explotación —según datos oficiales—, el grado de industrialización es aún incipiente. Las plantas de carbonato de litio operan en enclaves aislados, con escasa participación de proveedores locales, y los proyectos orientados a agregar valor in situ —como la fabricación de celdas o baterías— siguen siendo, por ahora, más promesa que realidad.

A largo plazo, el norte argentino tiene una oportunidad histórica para dejar de ser periferia extractiva y convertirse en un polo estratégico de la transición energética global. Pero para eso necesita más que inversiones: requiere planificación estatal, integración regional y una estrategia federal de desarrollo que no quede subordinada a los ciclos del mercado ni a la competencia entre provincias. En su ausencia, cada gobernador actúa como gestor de una empresa provincial, y el «norte litífero» corre el riesgo de repetir la lógica de enclave, renta y dependencia que caracterizó anteriores ciclos exportadores.

La falta de infraestructura, problemas logísticos, debilidades macro económicas, la ausencia de una legislación nacional específica, en alguna provincias el fuerte

 rechazo de las comunidades locales y la presión sobre recursos hídricos en zonas áridas exponen los límites de un esquema donde la renta provincial inmediata pesa más que el desarrollo sostenido de largo plazo.

La ilusión del “boom minero” podría transformarse en una nueva frustración si no se articula con políticas de soberanía tecnológica, ciencia aplicada y desarrollo industrial.

La Pampa húmeda ampliada: agronegocios, concentración y dependencia

El centro del país —Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y parte de Santiago del Estero— consolidó su perfil agroexportador. El complejo sojero, el maíz y los cultivos intensivos de exportación configuran una estructura productiva moderna, tecnificada y profundamente dependiente del mercado internacional. La biotecnología, los agronegocios y los servicios satelitales aplicados a la agricultura impulsan un notable dinamismo económico en términos de productividad, aunque con consecuencias negativas en términos de desigualdad territorial, concentración de tierras y degradación ambiental.

La llamada “burguesía pampeana”, lejos de proyectarse hacia una conducción nacional, se ha concentrado en defender sus intereses sectoriales: baja de retenciones, tipo de cambio competitivo, desregulación del comercio exterior. Su relación con el Estado ha oscilado entre el enfrentamiento y el lobby, pero casi nunca desde una lógica constructiva del desarrollo nacional integrado. Su miopía estratégica y su falta de vocación nacional agravan la desconexión con el resto del país.

Esta falta de estrategia y de visión global, hace que toda esta reconfiguración política y productiva se de un marco de franco deterioro del sector industrial, ubicado alrededor de los grandes centros urbanos de la región pampeana.

El sur energético: Vaca Muerta, petróleo y la paradoja de la abundancia

La región patagónica —Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego— se consolida como la base energética del país. Vaca Muerta, la formación no convencional más importante de América Latina, colocó a Neuquén en el centro de la escena. La provincia experimenta un crecimiento económico sostenido, con un producto bruto geográfico per cápita que supera ampliamente el promedio nacional, aunque con un alto grado de dependencia de la renta hidrocarburífera.

Vaca Muerta permitió incrementar la producción de petróleo y gas, reducir las importaciones energéticas y posicionar a la Argentina como potencial exportador. Sin embargo, el modelo adoptado —basado en incentivos al capital extranjero, baja tributación y escasa planificación— reproduce la lógica de enclave.

La burguesía local, en lugar de impulsar un entramado de proveedores y tecnología nacional, se convirtió en «gerente de renta», condicionando incluso las políticas energéticas nacionales desde un discurso federalista profundamente rentista.

Chubut y Santa Cruz, con larga tradición petrolera, atraviesan el declive de sus yacimientos convencionales y fuertes tensiones fiscales. Santa Cruz está realizando una importante inversión en el yacimiento no convencional “Palermo Aike”, de características similares a Vaca Muerta, aunque de menor capacidad productiva. En ambas provincias, la captura de rentas por parte de las élites locales no se ha traducido en diversificación productiva ni en infraestructura sustentable.

El caso fueguino resulta aún más elocuente: el modelo de promoción industrial basado en subsidios ha entrado en crisis. La dependencia de ensambladoras electrónicas, sin mayor valor agregado ni innovación tecnológica, expone los límites de un esquema de desarrollo aislado y sin proyección de largo plazo.

Una burguesía sin proyecto y un país sin estrategia

Este mapa productivo fragmentado revela una crisis profunda de las clases dirigentes, tanto nacionales como provinciales. La burguesía argentina —ya sea agroindustrial, energética, minera o fabril— no ha sido capaz de articular un proyecto nacional de desarrollo. En lugar de pensar en términos de cadenas de valor, integración territorial y autonomía tecnológica, predomina la lógica del “sálvese quien pueda”, de la renta rápida, del cortoplacismo y la dependencia externa.

Esta carencia de proyecto no sólo agrava la fragmentación productiva, sino también la política. Los gobernadores —convertidos en “señores feudales del recurso”— negocian de forma bilateral con el gobierno nacional o con empresas, debilitando cualquier intento de planificación estratégica. El federalismo degenerado en un confederalismo rentístico erosiona la capacidad del Estado nacional para orientar el desarrollo, establecer prioridades y redistribuir recursos.

En este contexto, los liderazgos provinciales avanzan en una suerte de repliegue autonómico, buscando salidas individuales ante el vacío de conducción nacional. La desaparición de los grandes partidos con presencia nacional como la UCR, o la mutación del peronismo en una confederación dispersa de gobernadores, deja a cada provincia librada a su suerte. Estos ensayan modelos de articulación directa con inversores, con Nación o con actores externos, sin pasar por ninguna coordinación federal. La lógica del «sálvese quien pueda» prima sobre cualquier visión de país integrada, y eso también se refleja en un mapa productivo cada vez más disgregado, sin políticas nacionales que articulen, diversifiquen o industrialicen.

La gobernabilidad, en este esquema, se reduce a una puja constante por recursos fiscales o beneficios corporativos, mientras se consolida una geografía política atomizada, sin proyecto común ni conducción nacional.

La necesidad de una nueva estrategia de desarrollo federal

Argentina atraviesa una transformación silenciosa pero estructural. Las reformas institucionales, la presión de los mercados globales y la falta de pensamiento estratégico han moldeado una economía cada vez más fragmentada, con polos dinámicos que no dialogan entre sí, sin integración industrial, sin cohesión territorial. El resultado es un país sin brújula, donde las oportunidades (litio, Vaca Muerta, agroindustria) se diluyen por la ausencia de conducción nacional y de un consenso estratégico mínimo.

Recuperar una idea de nación exige repensar el rol del Estado, reformular el federalismo fiscal, impulsar el desarrollo de cadenas de valor regionales con coordinación nacional, y sobre todo, reconstruir una burguesía con vocación de país. Sin ese salto cualitativo, Argentina corre el riesgo de seguir siendo un archipiélago de enclaves desconectados, condenado a repetir el ciclo de crecimiento sin desarrollo.

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Recibí nuestras novedades

Puede darse de baja en cualquier momento. Al registrarse, acepta nuestros Términos de servicio y Política de privacidad.

Últimos artículos

El regreso más reciente del poema clásico de José Hernández es en un libro breve, en verso, de Martín Caparrós. En esta nota se repasan (algunos) amores y odios generados por esa obra emblemática, que, por suerte, no es intocable ni sagrada. Por Américo Schvartzman
Las difusas fronteras de los vínculos en la era digital. La tecnología y las nuevas formas de habitar la experiencia educativa. Por Carlos Alberto Díaz
El triángulo Milei-Karina-Caputo dejó de ser de hierro. Entre buchones, espionaje, negocios y traiciones, se despliega una historia de ambiciones sin códigos. Por Ricardo Ragendorfer