Esto lo escribió una IA. ¿O no?

¿Escribimos o nos escribe el algoritmo? ¿Y si lo que nos define no es lo que podemos expresar, sino lo que se nos escapa? Por María José Bovi

Algo no termina de andar bien. Uso inteligencias artificiales todo el tiempo para escribir, para generar imágenes, para buscar ideas que no encuentro, para hacer videos, manejar redes sociales, armar planillas… sin embargo, algo se siente lavado. Todo lo que produce parece correcto, limpio, previsible. Hasta lo raro es prolijo. Y ni hablar del caos… parece una infografía.

Entre imágenes armoniosas y ensayos impecables que no dicen nada, las inteligencias artificiales avanzan con una estética que normaliza: todo está “bien hecho”. Las IAs funcionan, muchas veces, como un sistema de branding visual y discursivo, donde lo estilístico se vuelve reconocible como marca, no como expresión. Es decir: entra fácil, se reproduce rápido, pero no deja huella. Sí, hay algo de simulación de lo «imperfecto» que no se anima a serlo de verdad. El caos generado por IA está siempre encuadrado. No hay ruido, no hay residuos. Lo extraño no es extraño de verdad; lo raro es “estéticamente raro”.

Me pasó el otro día: vi una imagen en Pinterest y no supe si era real. Con solo mirarla, me emocioné. Imaginé cosas, quise imprimirla y tenerla en casa en cuadro para poder siempre verla y sentir lo que sentía en ese momento. Mostrársela a mis amigos. “La hizo una IA”, me dijo la primera amiga a la que se la mandé. Sentí algo parecido a la tristeza, pero no era. Algo parecido a la angustia, aunque tampoco. Y no por la imagen, sino por lo que no estaba. Algo que todavía no sé nombrar, y que, cuando falta, se nota.

¿No sienten que en las imágenes se repiten los tonos sepia, el exceso de nitidez, los rostros ajenos, los cuerpos deformes pero prolijos, los cielos sin viento y las tipografías perfectamente diseñadas que los acompañan? Lxs usuarixs críticxs agudizamos la mirada y simplificamos el reconocimiento de estos rasgos para decir si fue o no fue hecho por IA. A veces se trata de situaciones reconocibles —como en el caso de las imágenes estilo Ghibli—, otras de innovaciones formales que se repiten —como el genio que malinterpreta deseos—, otras de errores anatómicos que ya no sorprenden —seis dedos, huesos imposibles—. Sin violencia, sin sangre y sin porquería.

En cuanto a la escritura, en muchos textos generados por ChatGPT (sobre todo en su versión gratuita o con prompts[1] muy genéricos) se retoma la estructura clásica de inicio, desarrollo y fin, que proviene de la escritura escolar o académica básica. Es una especie de default de organización discursiva: te presento el tema, te lo desarrollo y te lo concluyo. Sirve para dar claridad, aunque también puede volverse mecánico o artificial cuando no está tensionado creativamente. La información se repite. Seis párrafos pueden decir lo mismo utilizando un gran e inalcanzable diccionario, al que solo una IA podría tener acceso con tanta eficacia y eficiencia. Aparecen oraciones concesivas (“aunque esto, lo otro”), restrictivas (“esto, pero esto”), comparativas (“esto como esto”), que funcionan para matizar, contrastar, ordenar pensamientos complejos. Pero cuando se usan todo el tiempo, la sensación que nos da a los lectores activos es que el texto no avanza, que está dando vueltas o justificándose sin parar. Al parecer, la IA necesita demostrar que comprende.

El uso del guion largo —que no es muy común en la escritura espontánea—, el punto y coma, las aclaraciones subordinadas bien ordenadas, los párrafos equilibrados, los conectores lógicos bien distribuidos… Igual que con los adjetivos. Hay una tendencia a sobrecargar los sustantivos con calificativos y a repetir estructuras como “profunda reflexión”, “contexto cambiante”, “mirada crítica”, etc. Recuerdo a una profesora de Gramática que dijo en clase: “si leíste mucho, todo te parece plagio con la IA”. Creo que no solo sucede por la repetición, sino porque la IA no piensa en términos de originalidad. Lo hace en términos de verosimilitud. No le importa inventar algo nuevo, le importa que suene coherente, que parezca una respuesta. No rompe moldes, se mueve dentro de probabilidades. Están diseñadas para ser imparciales, para presentar muchas perspectivas, para evitar juicios de valor y no reproducir discursos de odio o discriminación. No tienen emociones ni intereses. No militan. No votan. No creen. Pero son lenguaje, y como tal, todo lo que dicen está cargado de sentido ideológico, porque imitan estilos y responden a los datos con los que fueron entrenadas.

Pienso que estamos en un momento de transición extraño. En todos los aspectos. No apocalíptico (aunque sí en algunos), no glorioso. Rarísimo. Mezcla de fascinación, tristeza y paranoia. De eficiencia y simulacro. De aceleración y estancamiento. Y que el arte —o el deseo de arte— tiene que ver con otra cosa. También pienso que la IA no es arte por sí misma, pero puede ser parte, como lo fue una cámara, un sintetizador o una imprenta. El problema es cuando nos vendemos la herramienta como el fin y que nos conformamos con decir “esto tiene estilo de…” en lugar de preguntarnos: ¿quién lo dijo? ¿para qué? ¿desde qué lugar?

En este sentido, sobre todo reflexionando desde una mirada artística y creativa, me parece que las IAs nos están devolviendo una pregunta vieja: ¿qué hace que algo sea verdaderamente humano? Me gusta pensar que este es su aporte más profundo porque siento que nos obliga a revalorizar el temblor, el error, el estilo sin nombre, la voz que no obedece patrones, la rabia, la ternura que no cierra, lo que no se puede parametrizar.

Si algo sigue definiendo lo humano hoy, es el modo en que los cuerpos y las vidas son administrados, clasificados, valorizados o desechados. Es toda esa tradición que dice: “ser humano” es algo que se define políticamente, no naturalmente. Y la inteligencia artificial mete el dedo justo ahí. Porque lo humano no es algo dado de antemano, sino algo que se construye, que se vuelve, que se dice. Y ahí la cosa se vuelve más compleja. Si no hay un “yo” antes de lo que se enuncia, y si ahora una máquina también puede enunciar, también puede decir… Si puede hacer lo que antes era exclusivo de lo humano, ¿dónde queda la diferencia?

Y en este punto me alegra encontrarme —gracias a la IA— con una certeza chiquita: somos lo que somos porque tropezamos. Fallamos, interrumpimos, no sabemos decirnos del todo. Sin embargo, insistimos sabiendo que no vamos a resolver. ¿Y si lo que nos define no es lo que podemos expresar, sino lo que se nos escapa? Y entonces, lo verdaderamente humano no sería el producto final, sino la tensión que lo atraviesa: la duda, el mareo, la pregunta sin cerrar.

Si lo que decimos ya no es exclusivo, si la inteligencia ya no es natural, si la creación ya no nos pertenece por completo… vuelvo a preguntarnos: ¿Qué nos queda como diferencial? Y me arriesgo: la experiencia vivida, el error que genera sentido, los deseos, los sentimientos, las emociones, los silencios, las faltas de respuesta; y la muerte. Somos finitos. Vivimos sabiendo que todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina.

Al fin y al cabo, qué importa si la IA escribió o no esta nota. De igual manera, lo que nos sigue caracterizando es la búsqueda interminable de respuestas para todo, incluso cuando sabemos que no las vamos a encontrar.


[1] Respuesta de una IA: Un prompt en el contexto de inteligencia artificial (IA) es una instrucción, pregunta o texto que se proporciona a un modelo de IA para que genere una respuesta o resultado específico. En términos más simples, un prompt es la forma en que un usuario se comunica con la IA para pedirle que haga algo, ya sea escribir un texto, generar una imagen, traducir un idioma, responder preguntas, entre otros.

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