El 11 de mayo de 1974, luego de oficiar misa en la iglesia de San Francisco Solano, Mugica salió a la vereda a encontrarse con su amigo y colaborador Ricardo Capelli. Irían a un cumpleaños en la villa 31. Dos hombres abrieron fuego contra ambos; el sacerdote recibió cinco balazos y Ricardo Capelli, cuatro. Gravemente heridos, fueron trasladados al hoy inexistente hospital Juan F. Salaberry. Antes de ser ingresado al quirófano, Mugica pidió que atendieran a su compañero. “Si Carlos viviera, estaría arengando a la gente para que salga a las calles”, señala Capelli, en diálogo con Zoom.
De cuna aristocrática y antiperonista, Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el 7 de octubre de 1930, en un contexto políticamente convulsionado y con el país bajo estado de sitio. Creció entre fútbol y oraciones y cumplió con el deseo de su madre de ser “cura del Santísimo”. Ricardo Capelli lo conoció de casualidad cuando se coló en el cumpleaños de su hermana Marta. Se hicieron amigos y se volvieron inseparables. “Teníamos diferencia de edad y yo siempre fui el más serio. Carlos era un poco más niño, siempre lo vi como un hombre muy inocente. Venía de familia oligárquica, y yo de una clase media urbana. Pero desde siempre se conmovió con el dolor de los demás y las carencias de los más pobres”, señala.
–¿Qué recordás del día del atentado?
–“Fue a las 19:40. Pasé a buscarlo por la Iglesia de San Francisco Solano porque nos íbamos primero a Lanús y más tarde a un cumpleaños de una compañera nuestra en la villa. Carlos era famoso, todo el tiempo la gente lo paraba y le preguntaba algo. Yo estaba de espaldas y escuché, “padre Carlos”. Y él dijo: “Hijo de puta”. Y la balacera, atroz. Caí y sentí una trompada tremenda, luego supe que habían sido los disparos-”.
Al caer, Capelli quedó frente a los atacantes y reconoció a Eduardo Almirón Serna, custodio de José López Rega en el Ministerio de Bienestar Social y cabeza visible de la Alianza Anticomunista Argentina, Triple A. El segundo hombre era el ex policía y comisario Juan Ramón Morales, encargado de cuidar las espaldas del “Brujo” cuando aquel escapó a España en 1975. Años más tarde, se confirmaría la vinculación de Almirón Serna con otros crímenes políticos, como el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña, el de Silvio Frondizi, abogado e intelectual marxista y el del ex subjefe de la policía bonaerense, Julio Troxler, entre setecientos casos que conformaron el accionar delictivo de la organización paraestatal.
“- Yo gritaba de dolor, no podía más. Nos llevaban en un Citroen. Carlos iba bañado en sangre, atrás, con la cabeza recostada en las piernas de María del Carmen, una compañera, (se refiere a María del Carmen Artero de Jurkiewicz, secretaria en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) donde creó el sindicato interno y una guardería, férrea colaboradora del curita en la villa 31, secuestrada y llevada al centro clandestino de detención El Olimpo en 1978 y desaparecida desde entonces).
-Fuiste operado catorce veces durante dos días. ¿Qué pasó después, cuando supiste que Mugica había muerto?
– “A mi una bala me atravesó una arteria. La idea era que me dejaran morir, yo no era nadie. Pero cuando el cirujano le habló, Carlos insistió en que debían atenderme a mi; ‘primero hay que salvar a Ricardo’, dijo. Apareció un médico amigo y preguntó en la guardia cómo estaba Carlos. Le dijeron que no era nada y se dio cuenta de que nos dejarían morir. Gracias a él, a las pocas horas me sacaron del Salaberry y me llevaron al hospital Rawson, así como estaba. Me sacaron clandestinamente, con los tubos, con el oxígeno, con todo. En dos días me operaron catorce veces. Sólo seis con anestesia. Mi anestesia era morder un trapo”-.
Sobrevino la dictadura cívico eclesiástico militar. En 1978, Capelli fue secuestrado y torturado durante tres meses. Pero aún así, decidió quedarse en el país. Mantuvo un silencio forzado durante algunos años, hasta que en 1999 volvió a la villa, de la que no se alejaría más. A los ochenta y siete, acaba de presentar su libro Antes y después del asesinato de mi amigo el padre Mugica (Grupo Editorial Sur), con prólogo de Felipe Pigna, en la Feria del Libro. “Estuve amenazado muchos años, me llamaban todos los días para decirme que iba a morir. Así fue hasta el ‘83, ‘84. Dejé mi laburo de operador en la bolsa de cereales. Declaré en la causa ante Oyarbide. Y reaparecí en la villa en 1999, el 11 de mayo. Festejé algunos cumpleaños allí y siempre estoy”.
–¿Cómo era ser amigo de Mugica?
–No era fácil ser el amigo varón. Carlos era cura y cargaba con todas las culpas y contradicciones propias de la jerarquía de la iglesia y de los mandatos. Él tenía una visión de pecado que no coincidía con la iglesia. Para Carlos el pecado era no profesar el amor. Y yo lo respetaba pero le discutía todo, le decía, por ejemplo, que no podían prohibirle algo tan natural como el sexo. Hablábamos de lo que podían hablar dos amigos varones, mucho acerca del celibato, los dos juntos éramos insoportables. Como amigo varón, hay charlas que me las llevo a la tumba, ¿no? Imagínate, racionalista como soy, sin ser creyente, al lado de un cura. Discutíamos mucho, una vez estuvimos a punto de irnos a las manos, no me acuerdo por qué. Me fui de su casa muy caliente y al rato me llamó por teléfono y la seguimos ahí, Carlos me decía: “No corto hasta que no arreglemos esto”.
-¿Que rescatás del legado de Mugica, fundador del Movimiento de Curas del Tercer Mundo en este contexto de avance de la derecha, bajo un gobierno negacionista del terrorismo de Estado, responsable de la quita de derechos sociales con cada medida que anuncia?
-Tengo miedo de que se esté gestando un genocidio como el del 76, de otra manera, bajo otras formas; ponele el nombre de enfermedades, muertes, matanzas, robos, la falta de comida, lo que quieras. Nosotros sabemos lo que es eso. El hambre es definitorio, todo lo demás se puede resolver o reemplazar pero el hambre no, el hambre es muerte. Y la gente está pasando hambre. Carlos estaría arengando a la gente para salir a la calle, sin duda. Hay referentes sociales pero no tienen la polenta, el carisma y la llegada de Mugica; Axel y Grabois, por ejemplo. Pero antes el problema era menor, antes no estaba el problema del narcotráfico, antes el tema era el alcoholismo, pero ahora están las cocinas en todos los lugares del país fabricando paco. Tenemos que entender que si no nos juntamos nos hacen boleta. La pelea es de fondo.
Capelli se reconoce ateo y racionalista. Sin embargo, hoy, a sus ochenta y siete se permite interpelar el castillo de creencias que mantuvo toda la vida.
“Me doy cuenta que han ido cambiando algunas cosas, mi ateísmo, por ejemplo. Cuando me fui dando cuenta de todo lo que pasé, primero con la balacera, el momento en que fuimos a la iglesia, a la capilla donde estábamos los dos juntos, en dos camillas y cuando le dijeron “padre, vamos al quirófano” y él dijo, “no, primero hay que salvar a Ricardo”, eso de dar la vida por el otro. Con el tiempo fui pensando, todo eso que pasó, las catorce operaciones, las persecuciones en el año 78, desaparición y tortura, yo, estuve a punto de morir, hasta el año 90, dialogué varias veces con la muerte. Pero hay alguien o algo que me protegió, no tengo dudas. Estuve repensando esto los últimos años, porque pienso que no puede ser, a mi edad me siento brillante. Ojo, no descubrí a Dios, no estoy diciendo eso. Sí, que hay algo superior, llamalo naturaleza o el nombre que le quieras poner, pero que tiene que ver con Carlos, no tengo dudas. Él decidió morir y que yo viviera. Yo me siento muy fuerte, mucho más joven que gente cuarenta años menor que yo. Sigo siendo el mismo jodón. Creo que Carlos desde arriba sigue siendo el mismo. Tuve momentos límites y dialogué muchas veces con la muerte, sin embargo hay algo que me sacó y sigo vivo. Hay alguien que me protegió y no tengo dudas de quién es”-.