La necesidad de revisar la historia liberal “oficial”, sea escrita por la pluma de las elites dependientes nativas o directamente extranjeras, para defender el interés extranjero, es una necesidad cultural suprema para nuestra identidad nacional. La historia “deformada”, acomodada a la medida de la potencia usurpadora distorsiona deliberadamente la comprensión del fenómeno colonial. Para dicha tarea, las usinas de poder colonial británico se sirven de la prensa, de la tinta intelectual dispersa en las “academias” y de cierto funcionariado político local adicto al “té” de la embajada.
El caso del hundimiento del Crucero General Belgrano no escapa a las generales de la ley en materia de falseamiento de la historia. Es conocido el hecho de que la embarcación de guerra se encontraba ese 2 de mayo fuera de las 200 millas de la zona de exclusión delimitada unilateralmente por los británicos, con dirección al puerto, en posición de espera, al sur de las Islas.
El submarino de la Royal Marine Conqueror, que venía siguiendo los movimientos del ARA General Belgrano avistó el cambio de rumbo hacia continente, incluso incrementando su velocidad en esa dirección. Esta información fue notificada al cuartel general. Aun así, aunque no representaba un peligro militar, recibió órdenes de ataque. El H.M.S Conqueror se acercó a 1200 metros de la nave argentina y el capitán dio la orden: “Fuego 6, 1, 2”.
De los 1093 tripulantes, del Crucero General Belgrano, perdieron la vida 323, ahogados, quemados o por hipotermia. Fue el hecho donde se produjeron la mayor cantidad de bajas argentinas durante la guerra.
Las explicaciones del gobierno inglés respecto a la decisión de atacar fueron variando a medida que los argumentos fueron cayendo al corroborarse la verdad de lo sucedido. Todas resaltan la “peligrosidad” del Belgrano para la flota británica, único sustento pretendidamente válido para un intento de justificación legal del ataque. Sin embargo, tal como demuestra la investigación llevada adelante por Pablo Baccaro, todos los principios que esgrimió el gobierno inglés para justificar su accionar se dan de bruces con el derecho internacional. El ejercicio legítimo de la “autodefensa” no cumplió con las condiciones necesarias para ser válido legalmente.
La condición de necesidad en sí misma también presenta sus límites. Como menciona Baccaro: “Es así que la necesidad militar no excusará, por sí misma y en cualquier caso, el incumplimiento de las normas jurídicas que restringen el uso de las armas. Sostener lo contrario, como lo hace aquel antiguo principio germano: Kriegsraeson geths vor Kriegsmanier, (la razón militar decide la manera de hacer la guerra), implica la negación del derecho en el marco de un conflicto armado. Implica dejar al arbitrio de la dirección militar de los combatientes el uso ilimitado de la fuerza, es decir, la negación prácticamente integral del ius in bello en su conjunto. Tal postura no encuentra actualmente amparo en lo que es generalmente aceptado, tanto por la teoría, como por la práctica jurídica.” (Baccaro, 2013: 143)
La verdadera necesidad, descartadas las justificaciones militares, viene dada por las motivaciones políticas, la punta del ovillo para develar la verdadera trama de la historia del hundimiento del Crucero General Belgrano.
El gobierno de Margaret Thatcher sufría de bajos índices de aceptación popular al momento de desencadenarse la guerra de Malvinas. Thatcher llevaba adelante un programa neoliberal que afectaba a los ingresos de los trabajadores, desguazaba el Estado y desmantelaba el régimen de protección social. Por su parte, la armada británica buscaba desesperadamente evitar mayores recortes presupuestarios que incluían la venta de importantes naves que formaban parte de su flota. El desenlace bélico en las Islas se vinculó con la necesidad de evitar mayores pérdidas del acervo militar inglés.
Al conocerse la noticia del desembarco argentino en las Islas, estaba fresca la memoria de lo que los ingleses consideran una “humillación”, la pérdida del control sobre el canal de Suez en Egipto.
El gobierno inglés tenía motivos para sentirse acorralado: desprestigio interno y pérdida de terreno en el mapa internacional, fibra sensible de la identidad nacional británica como potencia de ultramar.
El hundimiento del Crucero General Belgrano fue un sabotaje a las negociaciones de paz llevadas adelante por el gobierno del Perú a cargo de Belaúnde Terry. Se dirigían a buen puerto, con la seria consideración de aceptación por parte de la Junta Militar. La primer ministro británica necesitaba continuar la guerra para alimentar el ego herido del imperio. Con este accionar bélico pretendía revivir la nostalgia de un pasado de grandeza y tapar a los ojos de la ciudadanía inglesa una bestial política de ajuste.
Fuera de todo marco legal y ético, Gran Bretaña jugó sucio, como tantas veces a lo largo de su historia, cobrándose la vida de 323 héroes argentinos dispuestos a cortar para siempre la racha de casi 150 años de dominio inglés sobre nuestra tierra.
Como menciona el Informe Rattenbach: “Al Reino Unido, vencedor de la contienda, le queda hoy el análisis desapasionado de su conducta durante el conflicto (…). De este análisis surgirá, a no dudarlo, el hecho intrínsecamente cruel por innecesario, cual fue el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano. Su responsabilidad por este acontecimiento, además de otros de menor cuantía, es insoslayable».
Thatcher pretendió lavar con sangre argentina la mancillada imagen de un gobierno impopular al frente de un imperio en decadencia. ¡Honor y Gloria a los Bravos de Malvinas!