La semana pasada fui a ver la nueva película del director griego Yorgos Lanthimos, Poor things (su traducción: Pobres criaturas). Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien al salir del cine. Es que últimamente venía un poco desenamorada con las últimas películas que salieron en cartelera. Pero Pobres criaturas, me hizo sentir eso que nos hacen sentir algunos films que, sin preguntarnos mucho por qué, al terminar de verlos, decimos sin dudar: “esto es cine”. El cine tiene eso, se reconoce.
La película está basada en una novela que fue publicada en 1992, del autor Alasdair Gray, un escritor y poeta escocés que exploraba sobre lo gótico, lo surrealista, la época victoriana y la ciencia ficción. La historia es más o menos así: el Dr. Godwin (se cree que es el hijo bastardo del Dr. Frankenstein) va a la morgue, se lleva el cadáver de una embarazada que se suicidó, le implanta el cerebro del bebé que llevaba en su vientre y la revive. El resultado: Bella Baxter, una recién nacida en el cuerpo de una mujer adulta (muy hermosa, por cierto).
Bella va desarrollando su cerebro y aprende a hablar, a caminar, a comer, a jugar, a masturbarse. Quien visita la casa del Dr. Godwin piensa que Bella es retrasada. Pero no, simplemente está aprendiendo. El doctor no la deja salir, la tiene cautiva en su casa por miedo a las cosas horribles que pasan en el Londres del siglo XIX. Pero un día Bella conoce al abogado Duncan Wedderburn, y él le propone salir a conocer el mundo. Ella acepta, y se embarca en la aventura.
Leí muchísimas críticas sobre la película y, en todas, un punto en común es que la adaptación de Lanthimos sería una especie de lectura feminista de la novela. Todos los personajes masculinos que rodean a Bella la paternizan, o la secuestran, o la abusan, etc. (salvo su futuro marido, quien nos da cierta esperanza en el género masculino). Sí, Bella es víctima de las relaciones patriarcales. Pero a mí lo que más conmueve de la película no es el camino de la heroína que recorre Bella, no es su liberación feminista como mujer o cómo termina haciendo y consiguiendo lo que ella quiere. En lo que sigo pensando hasta hoy, después de tantos días de haberla visto, es en su manera de decir las cosas sin tapujo: ella no es políticamente correcta. Dice lo que piensa, sin ningún tipo de vergüenza o culpa, tal como lo hacen los y las infantes que aún no fueron corrompidxs por los protocolos, la modestia y el deber ser.
Si una comida está fea, Bella la escupe. Si su secuestrador Duncan no puede seguir teniendo sexo, ella le pregunta sin ruborizarse si es porque los hombres no tienen la misma capacidad que las mujeres en torno al rendimiento sexual. Si la conversación en una cena la aburre, lo dice. Si algo le parece injusto, lo cuestiona. Y lo que me conmovió de esto es que siempre tiene razón en lo que pronuncia, aunque caiga mal lo que diga o lo que haga. Su sinceridad lo es todo. Y me pregunto por qué perdimos tanto eso. Por qué nos obligamos a callar, a quedar bien, a no decir las cosas con tal de no confrontar. El personaje de Bella me hizo pensar en la manera en que vamos perdiendo esa forma de espontaneidad y, sobre todo, esa sinceridad honesta y desprejuiciada que tenemos cuando somos chicxs.
Justo ayer leí una nota de Tamara Tenenbaum en El Diario.ar donde habla de cómo ve al feminismo hoy en día en nuestro país: lo nota muy tibio, tirando a frío. Y que ser feminista, para las figuras mediáticas y para muchos partidos políticos, parece ser que ya “no es negocio”. Compara su experiencia del 8M en Uruguay al escuchar a dos referentes de partidos opuestos coincidir en ciertos puntos básicos, como “políticas de perspectiva de género”. Eso como base. Y la autora se imagina cómo sería un debate entre dos referentas políticas hoy, acá y ahora, en esta Argentina. Cito:
“Me emociona y me angustia, porque sé que si en este momento de la Argentina alguien invitara a hablar sobre derechos de las mujeres a la vicepresidenta del partido de gobierno y a alguno de los referentes más importantes de la oposición, lo más esperable es que ninguno de los dos fuera. Pero si fueran, Victoria Villarruel daría un discurso antifeminista sin pudor, y el referente de la oposición (que no sé quién sería, pero por ahora, todos los que circulan en primera línea son varones) probablemente daría un par de volteretas retóricas para explicarles a las feministas que es importante trabajar con el antifeminismo, que mejor no ser demasiado feministas por un rato, o por lo menos que no se note.”.
Me deja pensando y también me interpela porque soy argentina, feminista, y también me vengo sintiendo muy tibia y modosita. Y no sólo con respecto al feminismo, sino en general. Lo moderado, lo políticamente correcto, ya está dando la vuelta de nuestra parte. Y no sólo veo que esté pasando conmigo, sino que está pasando con los y las que me rodean, y también un poco más allá. Es como si todos estuviésemos lobotomizados, dormidos. Nos limitamos a indignarnos con algo terrible y compartirlo en Instagram. Nos limitamos a ver las noticias y decir “este tipo está loco”. Está bien no querer caer en la violencia, pero lo modosito ya está cansando. Y no estaría funcionando.
Ayer me desperté, abrí el celular y tenía el mensaje de una amiga: “¿viste lo de Rosario?”. Y abrí el celular y leí. Y vi lo de Rosario. A principios de marzo, a una militante de H.I.J.O.S la estaban esperando dos hombres en su domicilio. La ataron, la golpearon, la abusaron sexualmente y la amenazaron de muerte. Se llevaron carpetas de la agrupación y firmaron “VLLC” en la puerta. El comunicado salió ayer. Y ahora escucho a Estela de Carlotto en la radio y dice sentir que el pueblo está dormido.
Es justamente por esto es que yo estoy a favor de los liderazgos políticos. Creo en ellos, y no sólo eso, los creo fundamentales, vitales para el funcionamiento de un país democrático. Recién ahora lo entiendo porque lo que noto últimamente es que lo único que puede salvarnos es alguien que nos saque de este lío y le diga al pueblo lo que es verdad, sin importar las consecuencias. Necesitamos una especie de Bella Baxter de acá. Porque, no me digan que no, todos esperamos que “la oposición se organice” (que se forme un cuadro político) y que diga basta. Y que ese cuadro político empiece a crecer, y que nos represente y que termine con estas políticas del horror. Para dar la batalla, no se puede ser modosito.
Me compré un libro de la poeta argentina María Negroni. Lo abro al azar y el poema es perfecto. Quejémonos, aunque seamos rubias, y los otros puedan ser groseros.
“el asesino
como el artista
dijo el agente de la Sección Homicidios
se oculta en la falta
de emoción
detrás del frío
tira los cadáveres
y así construye una casa
para la verdad
no es fácil
descubrir las huellas
y menos
en la ciudad absoluta
llena de arañas fatales
donde los sueños circulan
de un muerto a otro
no hay que darle más vueltas
dijo el sabueso
First is first
and second is nowhere
si una rubia se queja
desde la cama
hay que ponerse grosero
no vaya a ser que confunda
un sentimiento con otro
que tampoco existe”