Aunque Marruecos esté gobernada con mano de hierro por la monarquía encabezada por el escurridizo rey Mohamed VI, el domingo 4 de diciembre miles de personas volvieron a las calles de Rabat para manifestar su descontento ante la inflación y la represión, las cuales van de la mano en este país de importancia estratégica del norte de África.
La larga historia de la monarquía marroquí está cimentada en la opresión, la desaparición y asesinato de opositores –por más reformistas que sean-, la corrupción, sus vínculos con el narcotráfico y el chantaje permanente a Europa, en especial al Estado español, al cual tiene como un rehén complaciente con respecto a un conflicto de varias décadas y que parece lejos de resolverse: la ocupación ilegal, por parte de Marruecos, de gran parte del territorio del Sahara Occidental.
Contra la represión y la opresión
La movilización convocada por el Frente Social Marroquí (FSM) apuntó denunciar “la subida de los precios, la represión y la opresión”, además de repudiar “las detenciones políticas” y “los juicios contra los amantes de la libertad”. La persecución constante de opositores, y sus predecibles y terribles consecuencias para quienes caen en manos de los cuerpos de seguridad, es una política de Estado que, inevitablemente, convierte a Marruecos en una gran cárcel donde el silencio internacional aceita, día a día, los candados de las rejas. Un ejemplo de la profundidad de la represión de la monarquía quedó en evidencia en la década de 1990, cuando el periodista francés Gilles Perrault publicó el libro Nuestro amigo el rey, sobre el régimen de Hassan II, padre del actual rey. Las descripciones que aparecen sobre las torturas y asesinatos cometidos por orden del difunto monarca no cambiaron demasiado en el Marruecos actual.
La marcha en Rabat contó con la participación de varios partidos de izquierda, sindicatos y organizaciones de derechos humanos, que levantaron consignas tan variadas que abarcaron las denuncias por corrupción, la falta de viviendas y el desgobierno, ya que Mohamed VI pasa la mayor parte del tiempo en París, una situación que es criticada permanentemente. Meses atrás, el ex ministro de Derechos Humanos de Marruecos, Mohamed Ziane, de 79 años, fustigó al monarca por sus largas estadías en París. Ziane, que como funcionario avaló la política oficial marroquí, fue encarcelado a finales de noviembre por acusaciones como “insulto a las instituciones”, “instigar a violar las medidas para evitar la propagación de la Covid”, “dar mal ejemplo a los niños”, adulterio o acoso sexual, entre otros. Por supuesto, Ziane cuenta con su voz, que se reproduce en decenas de medios de comunicación internacionales, algo con lo que no cuentan los cientos de presos y presas políticas que inundan las cárceles marroquíes.
La protesta en la capital marroquí se destacó por su magnitud, algo para tener en cuenta en un país donde la vigilancia estatal y el control son moneda corriente, y llega a los más recónditos rincones de las casas. Durante la marcha, Younès Ferachine, coordinador nacional del FSM, declaró que el régimen marroquí “representa el matrimonio entre el dinero y el poder” y denunció que “apoya un capitalismo monopolista”.
El Alto Comisionado de Planificación marroquí -encargado de la producción, análisis y publicación de estadísticas oficiales en el país- reveló que la inflación de octubre en el país alcanzó el 7,1%, mientras se registran “unos niveles de pobreza y vulnerabilidad como en 2014”, a causa de la pandemia del Covid-19 y el aumento descontrolado de precios. Sobre este último punto, la entidad estatal indicó que la inflación en los alimentos y el transporte se situaron en el 10% y el 12%, respectivamente, en los primeros ocho meses de 2022.
La guerra silenciada
En noviembre de 2020, el Frente Polisario, representante legítimo del pueblo saharaui, se hizo escuchar. Y eso, ante el poder marroquí, significó volver a las armas. No se trató de un capricho, sino de la enésima violación por parte de la monarquía de Rabat de la soberanía del Sahara Occidental. El territorio fue ocupado por Marruecos en 1975, cuando España, la fuerza colonial en ese momento, se retiró de la región. Sin respetar los derechos de autodeterminación e independencia de los y las saharauis, Madrid dejó las puertas abiertas para que Marruecos ingresara a sangre y fuego al Sahara. Y esta situación se tradujo en una guerra de quince años entre las fuerzas armadas marroquíes y el Frente Polisario. En el medio, miles de hombres y mujeres saharauis fueron desplazados hacia campos de refugiados en el sur de Argelia, donde todavía sobreviven. El resto de la población quedó bajó el poder de Rabat y las consecuencias se observan hasta el día de hoy: represión, encarcelamientos y asesinatos en los territorios ocupados por la dinastía que ahora tiene Mohamed VI como máximo jerarca.
En 1990, con un acuerdo de paz mediante, Marruecos y el Polisario –bajo el auspicio de la Organización de Naciones Unidas (ONU)- acordaron la realización de un referéndum de autodeterminación en el Sahara Occidental, para que su población decidiera sobre la creación de un Estado saharaui independiente. Desde ese año hasta la actualidad, la ONU, encargada de organizar la consulta, negó esta posibilidad.
Por eso, en octubre del 2020 el Polisario y las autoridades de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) denunciaron que Rabat violó la soberanía territorial en El Guerguerat, un paso fronterizo con Mauritania, que se encuentra en el territorio liberada por el Polisario tras la guerra. El 21 de octubre, un grupo de civiles saharauis bloqueó el paso fronterizo con el objetivo de frenar el tráfico ilegal de mercancías y, como lo denunció el propio Frente Polisario, drogas, ya que la utilización de esta brecha de territorio de apenas cinco kilómetros por parte de Marruecos incumple los acuerdos alcanzados en el marco de la ONU.
A partir de esto, la guerra volvió al extenso desierto del Sahara hasta nuestros días. Silenciada y escondida por la presión Marroquí, el conflicto bélico ya cumplió dos años y ni la ONU ni tampoco las principales potencias mundiales parecen querer destrabar un conflicto que azuza el fuego en la olla a presión que se convirtió Marruecos.
Entre las tantas ilegalidades a las que incurre Marruecos es la utilización de drones militares, los cuales se cobran víctimas tras víctimas. El domingo mismo, se conoció que un bombardeos de aviones no tripulados marroquíes se cobró la vida de dos civiles, uno saharaui y el otro mauritano, en el sur de Sahara Occidental. Desde el 22 de noviembre, Marruecos efectuó al menos ocho ataques, seis contra civiles y dos contra objetivos militares, matando al menos a once civiles e hiriendo a otros ocho. En las dos últimas semanas también cayeron en combate cinco soldados saharauis.
Desde que se desató esta guerra, la más ocultada del mundo, el Polisario realizó cientos de operaciones militares contra bases marroquíes y el muro de separación, conocido como Muro de la Vergüenza, con una extensión de 2.700 kilómetros de largo, que divide el territorio saharaui y que fue construida por Rabat entre 1980 y 1987. El muro está rodeado por miles de minas antipersonales y es protegido por, al menos, 100.000 soldados marroquíes.
Con Mohamed VI disfrutando la belle vie en París, casi un 20% de la población marroquí, según datos oficiales, vive en la pobreza. El desempleo es otro dato que, por lo visto, se le escapa al rey marroquí: para las mujeres, a nivel nacional, la desocupación alcanza el 15.1% y el 26.8% en las grandes ciudades. Entre los jóvenes de 15 a 24 años, este flagelo es del 25.7% y llega al 43.5% en quienes viven en las metrópolis.
Si a cualquier conocedor de la realidad marroquí se le pregunta qué sucede en el país, la respuesta coincide en que la nación africana es una bomba de tiempo a punto de explotar. Esta situación interna crítica no es un escollo para Mohamed VI, que sigue profundizando sus relaciones –sobre todo en el ámbito armamentístico- con Israel, mantiene un vínculo por demás de cordial con Francia, y utiliza a España como su casi portavoz en la Unión Europea. Como si fuera poco, el Mundial de Fútbol que se desarrolla en Qatar le permitió al régimen marroquí mostrarse como un “defensor” de la causa palestina, algo que se encuentra bastante lejos de la realidad. El Mundial que ya atraviesa su recta final parece ser una de las últimas cartas a las cuales apostar el régimen marroquí para emerger del lodazal en el que se encuentra.