Demora en aceptar inicialmente el ofrecimiento para llegar por aclamación, no por imposición. Juan Manuel de Rosas gustaba decir que no era para el gobierno pero lo había aceptado porque se lo impusieron la demanda unánime y el imperio de las circunstancias. ¿Qué circunstancias son estas? Difíciles, la parte borrosa, la engañosa letra chica de toda campaña electoral en que nadie habla de malas noticias o de trabajos infames de ajuste para que las cuentas cierren. Otro superministro fue en el 2001 Domingo Cavallo. Ya no está, respecto a su antecesor, el contrato refrendado en granito de la ley de convertibilidad que quiso sostener a todo trance. Secar la plaza de pesos dramáticamente en el altar de sacrificios del uno a uno. Ya no hay un punto definido donde llegar sino un suelo resbaladizo, una cuesta encumbrada que se intenta remontar porque tropezar llevaría a caer sin topes barranca abajo. Ayer y hoy, faltan dólares.
Se anuncia Massa y el dólar blue no sólo se calma sino que retrocede. Los precios de la economía, sin embargo, no siguen su evolución salvo en casos de alza. Si retrocede la cotización del billete verde, se quedan quietos un tiempito hasta pegar un respingo ascendente a la primera oportunidad. La calma es sobre un escalón más alto, el ocho por ciento que se anuncia de inflación para el mes de julio. Las tasas de interés definidas por el Banco Central acompañan ese registro que se insinúa. Un gobierno que quiso bajar las tasas para estimular la economía, las terminó subiendo por imperio de las circunstancias.
Pero el volumen político, el aura de salvador de Sergio Massa es tal vez la última posibilidad de intentar otra cosa. Que las medidas no parezcan fruto de las circunstancias, una decantación fatal sino algo parecido a un programa de estabilización. Declaración jurada de subsidios, aumento de los boletos de colectivo. Por ahora, un sinceramiento gradual. Pero el mercado espera más. Y ahí tendremos la pregunta: ¿qué es Massa? Si le va bien ¿es necesariamente algo bueno para el hombre de a pie o representa otros intereses? La coalición variopinta del Frente de Todos, aferrada a una figura casi tan resistida en su momento como Scioli pero sin decir ni Mu en esta ocasión. ¿Es de izquierda entonces Massa? ¿O la izquierda declamada se resignó a su sueño posible, la moderación o una derecha tenue que ajusta sin pasarse de rosca?
Aclamado por los gobernadores, llega Sergio Tomás Massa de superministro. ¿A hacer qué? La avenida del medio, el triunfo de los moderados. Tal vez, la posibilidad que no quiso Alberto Fernández, minado en su liderazgo. ¿Viene, como Vandor, pero a hacer el albertismo que el propio Alberto Fernández no se animó a hacer? Alberto Fernández lideró con una Cristina en silencio el principio de la pandemia, tal vez hasta el tema Vicentín. En esa ocasión, no pareció un profesor de Facultad sino un alumno copiando esa medida de un examen que no era el suyo. Fue perdiendo alfiles en el Gabinete, Cafiero, Kulfas, Guzmán. Se dedicó a aguantar la situación económica, la pandemia, a Cristina. Perdiendo la batalla y también casi todo tipo de iniciativa que no fuera interpretada como una concesión o una rendición. Perón usó la lapicera, dijo Cristina en el aniversario de la muerte de Juan Domingo, y tronó el escarmiento de la renuncia de Guzmán. El maremoto, para terminar en Massa. Tanto pegarle por izquierda a Guzmán para terminar por decantación el kircherismo cifrando las esperanzas en un moderado.
Una Vicepresidente fuerte, un Superministro y un Presidente acompañando, pongámosle. Un triunvirato, a la manera de los primeros gobiernos patrios. ¿Quién recuerda a esos hombres de poder licuado en las aguas borrascosas del nacimiento de la patria? Sin embargo, es común recordar por adhesión o repulsión, al hombre detrás del trono del primer Triunvirato, que fue Bernardino Rivadavia. Hombre de luces, iluminista, liberal acérrimo, violento, quiso expropiar hasta los bienes a la Iglesia de su tiempo. Completamente desarraigado de su pueblo, que no lo quiso, según dicen sus elogiadores, porque el hombre se adelantó a su tiempo. Vaticinan que las mismas reformas, propuestas cincuenta años después, hubieran sido bien recibidas por la población. Un hombre de Estado sin escrúpulos pero con poder político, su nombre corona la avenida del medio de la ciudad de Buenos Aires y más larga del mundo.
Con mayor poder político que Guzmán y Batakis, toma la lapicera Massa, un hombre que ojalá no atrase ni se adelante a su tiempo como el prócer fallido liberal, sino que habite en él. Retrocede el blue, inflación heredada que desde la atmósfera pasó a la estratósfera y el desafío de hacer algo distinto al durar, al decantar barranca abajo. La lapicera para marcar agenda. ¿Lo logrará? Y, lo más interesante: ¿quiénes serán beneficiarios de esos logros? Acá, como ya vimos, el agradecimiento de haber evitado una catástrofe dura poco. Ya pocos agradecen que a nadie le faltó un respirador y la vacunación en la pandemia. Una sociedad viva mira el presente y hacia adelante. La lucha peliaguda de cada fin de mes para los laburantes y la inflación altísima, que se insinúa como el gigante a derrotar, al menos a esmerilar. ¿Y cómo se la derrota? Leer los manuales de la ortodoxia económica es demasiado aburrido y doloroso. ¿Cuánto dolerá, si se lograra? ¿Y entonces? ¿Se pueden elegir aún los sacrificios que se pueden hacer? Economía de guerra, tronó hace mucho tiempo Alfonsín hasta para desilusión de sus correligionarios.
Acuerdo tácito de Cristina, salvavidas de Alberto, avanza Sergio Tomás Massa hacia el superministerio sin corsets ideológicos que nunca se ocupó de cimentar en su trayectoria política de inicios en la Ucede. Un pragmatismo conservador. Para la inseguridad, cámaras. ¿Para la economía? Para la economía, la lapicera. Las medidas que esperan con expectativas los mercados. ¿Y la sociedad? Sociedad y mercado. ¿Esa alquimia es posible? Está por verse.