El pasado jueves 12 de mayo el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) dio a conocer el último valor del Índice de Precios al Consumidor (IPC) para el mes de abril. Más allá de que se esperaba un valor alto, el dígito del 6,0% no dejó de desatar preocupaciones.
La última publicación de este organismo registró una inflación núcleo del 6,7% en abril y un acumulado en lo que va del año del 23,1%. Eso no es todo, tres rubros superaron el nivel general: Prendas de vestir y calzado presentó una variación mensual del 9,9%, Restaurantes y hoteles un 7,3% y Salud un 6,4%. El valor de abril fue menor al de marzo (6,7%), sin embargo, las expectativas para mayo (mes donde se concretan subas autorizadas en servicios de internet, telefonía, prepagas, GNC, colegios y expensas), no son buenas.
Si bien el contexto internacional en términos de precios no colabora, marcando un piso a los precios de las materias primas y fogueando al alza los índices de precios internos, no se le puede adjudicar la responsabilidad de la elevada inflación argentina. La inflación mundial viene generando máximos históricos, sobre todo en la Unión Europea que en marzo de este año registró un 7,5% i.a de inflación. Estados Unidos alcanzó el máximo en cuarenta años (8,5% i.a en marzo del 2022), Alemania por su parte tuvo un 7,3% i.a para el mismo período y no superaba ese valor desde hace más de setenta años. América Latina también superó sus metas inflacionarias: Colombia acumula 4,3% para el primer trimestre de este año, Paraguay 3,7%, Uruguay 4,4%, Chile 3,4% y Brasil 3,2% para el mismo período de este año.
Lo grave del asunto es que aunque parece que Argentina tiene décadas de experiencia inflacionaria, todavía no logra dominar el fenómeno que parece volverse crónico. Conforme pasan los años con aumentos generalizados en el nivel de precios, la inercia inflacionaria tiene cada vez más protagonismo. El poder adquisitivo se degrada distribuyéndose inequitativamente en la sociedad. Los sectores de la escala más baja son los que ven diluidos sus ingresos a la hora de realizar los consumos. Con registros tan altos de inflación, el poder de compra se ve perjudicado en todos los consumidores, y más aún en aquellos que no tienen ninguna chance de poder reajustar el salario en el corto plazo.
En un marco donde los valores se tornan comprometidos debería existir una reacción. La convivencia con la inflación se vuelve peligrosa en estos niveles. Según la última medición del Indec, la variación interanual arroja una inflación del 58%. Es el mayor número en los últimos treinta años. Los contratos de alquileres (aumentan vía el Índice de Contratos de Locación) y las pautas salariales validan la inercia que traslada la inflación del pasado hacia el futuro.
Más allá del descontento del oficialismo hay muy poco de planificación y bastante menos de programas para reducir este fenómeno. Quedarse en el “hay que parar la inflación ya” evidentemente no viene con un plan conciso detrás, al menos no por ahora.
Se escuchan ofertas…
Ante las situaciones económicas más críticas, siempre afloran ideas o planes que se repiten históricamente una y otra vez. Teorías como la del derrame vuelven cada tanto a aparecer como soluciones milagrosas en economías comprometidas. Otra propuesta nada novedosa es la de dolarizar la economía. Ante el descontento con el contexto económico y la falta de una política clara que manifieste como desindexar la economía en pos de atacar la gran inercia inflacionaria; es lógico que afloren este tipo de ideas.
La dolarización no aleja el riesgo del impacto de una crisis externa, de hecho lo acerca. Con la dolarización se pierden varias cuestiones, una de ellas es la autonomía de la política monetaria. Desde la defensa de este mecanismo, se alega que Argentina ya perdió esa autonomía desde que la inflación parece ser incontrolable. Sin embargo, si Argentina dolariza su economía algunas problemáticas se pueden agudizar aún más. La pérdida de la función del Banco central de prestamista de última instancia, la sensibilidad ante caídas en los precios internacionales de los bienes que argentina exporta (sin la posibilidad de ajustar el tipo de cambio), sumado a la pérdida del instrumento de la tasa de interés, le quita liviandad a ese proceso. Es decir, todo tiene que ser expresado en dólares: salarios, precios, cuentas bancarias, etc. El dinero extranjero, estadounidense en este caso, reemplazaría al dinero doméstico en sus tres funciones principales (medio de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor). Poco se comunica de todo lo que atañe un proceso de dolarización.
Lo cierto es que ante un descontento social tan marcado como el actual y ante la falta de propuestas claras para mitigar la situación socioeconómica que acumula décadas de inflación, es inevitable que surjan ideas de todo tipo. Algunas traen más perjuicios que beneficios.
Hay que ver el vaso medio lleno
Al margen de poner en el tapete la eventualidad de un proceso de dolarización per se, (destacando lo obvio: Argentina no nada en billetes verdes, menos cuando se acercan los compromisos de pago con el FMI); hace un tiempo se pone en discusión la fortaleza histórica del dólar estadounidense. En este sentido, el debate viene en línea con la inflación de Estados Unidos y un crecimiento notable en la adopción de criptomonedas. Parte de la discusión se da desde la rivalidad: moneda fiduciaria (dólar, en este caso) versus moneda criptográfica (bitcoin, por ejemplo) y quizás lo más productivo sería que surja desde la complementariedad…
Un estudio realizado entre marzo y abril de este año por Coinspaid (líder mundial en cryptopagos) para Colombia, Brasil y Argentina, reveló que el 65% de la población Argentina está dispuesta a utilizar monedas virtuales como medio de pago. Esto es de relevancia, dado que no solo quedó atrás un gran porcentaje de personas que desconocían el mundo crypto, si no que se habla de una función clave: medio de pago. Que gran parte de la población esté interesada en transaccionar con cotidianeidad (tiendas, almacenes, comercios físicos) mediante una criptomoneda, habla del crecimiento agigantado que está teniendo este mundo. El hecho de obtener mayor seguridad y mayor comodidad son algunos de los atractivos que los consumidores hipotéticos valoraron.
En Argentina hace tiempo que el universo crypto gana espacio. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en pos de “agilizar y modernizar”, comenzó a aceptar el pago de impuestos en criptomonedas. El municipio de Marcos Paz, con “Activos Marcos Paz” también incursionó en la temática hace más de dos años. Varias plataformas Exchange ya se publicitan en los medios de comunicación (incluidos la televisión abierta) y en hasta en cartelería de la vía pública.
En Neuquén, en la localidad de Zapala (zona franca), se baraja un proyecto para establecer una granja que mine alrededor de cincuenta bitcoins por mes alimentada con el gas de Vaca Muerta. Se trata de un proyecto que tendrá 23.000 equipos funcionando las 24 horas del día y que emplearía a 150 personas para su construcción. Detalle no menor es el consumo de gas que necesitaría semejante proyecto. Las condiciones frías de esa localidad, en cuanto a costos fueron el principal atractivo para FMI Minecraft.
El escenario actual muestra que el debate está instalado y desde hace tiempo. El proceso de adopción de criptomonedas viene creciendo en argentina hasta hace unos años, de manera paulatina. Quizás la alta volatilidad junto al componente de lo intangible son algunas de las razones que frenaban su masividad. Hoy en día, hablar de masividad es demasiado (por ahora) pero la velocidad con la crece el universo crypto es más que llamativa.