Pedro Castillo pasó de figura anónima a caso de estudio en muy corto tiempo, tras obtener la mayoría de votos en primera vuelta y sellar, dos meses después, el triunfo definitivo en un trabajoso balotaje. De por medio, aprendimos que se trataba de un maestro rural, rondero y líder sindical que había construido una exitosa campaña por fuera del radar mediático. ¿Quién lo hubiera dicho? Ni el más osado de los analistas imaginaba este desenlace, allá por abril…
A Latinoamérica le gusta sorprendernos: a veces para bien, a veces para mal, a veces no se sabe. El desconcierto inicial fue dentro y fuera del país, por derecha y por izquierda, considerando que Castillo y Perú Libre eran desconocidos para buena parte de los movimientos populares y formaciones progresistas de la región. En la primera etapa de las elecciones, los ojos estaban puestos sobre Verónika Mendoza, candidata de Juntos por el Perú e integrante del Grupo de Puebla.
La imprevisibilidad es parte constitutiva de la política, quizás sea este un recordatorio práctico en tiempos de fórmulas calculadas, mensajes segmentados y big data. Pedro Castillo llegó a la presidencia, entre otras razones, porque logró interpelar a una mayoría negada, algo que tantas veces se intenta y tan pocas se logra. El mérito de su campaña —que fue sorpresiva, pero no improvisada— enfrenta ahora la prueba de fuego: conducir los destinos del Perú, país polarizado si los hay.
El camino ha demostrado estar plagado de trampas. Para muestra, alcanza con repasar el derrotero hasta la proclamación oficial, donde el fujimorismo se jugó el todo por el todo con tal de torcer el resultado de las urnas. La historia que se abre será entonces una síntesis entre las aspiraciones transformadoras del nuevo gobierno, el respaldo popular que sepa construir y las condiciones de posibilidad en un país atravesado por múltiples tensiones.
La república de las y los otros
“Por los pueblos del Perú, por un país sin corrupción y una nueva Constitución” fue el juramento de Pedro Castillo, en una apretada síntesis de su plataforma.
Si algo quedó claro a lo largo de la contienda electoral es que el pueblo peruano reclamaba un cambio. La propia Keiko Fujimori lo asumió de forma más o menos explícita al incorporar la consigna “cambio hacia adelante”. Todo esto en medio de una aceitada campaña del miedo, que alertaba a la población de los riesgos del comunismo desde el prime time televisivo y las portadas de los diarios.
Pero, ¿miedo a qué? ¿Cuál es el anclaje del miedo cuando la sensación generalizada es que ya no hay nada que perder? Sin duda, la pandemia funcionó como detonante, considerando que parte de los avances construidos durante largos años se perdieron en medio de la crisis sanitaria. Perú reportó un incremento de 10% de la pobreza en 2020, una cifra que representa más de tres millones de personas y el nivel más alto en la última década; al tiempo que los sectores ricos crecieron en número y patrimonio.
Tal parece que la crisis ensanchó los márgenes para propuestas más radicales. Pedro Castillo y Perú Libre —el partido que lo llevó como candidato— asumieron las reivindicaciones del Perú profundo y la necesidad de construir una nueva Carta Magna. Esta mirada cosechó adhesiones en sectores desencantados con la clase política de su país, tan orgullosamente elitista y limeña.
Se dice que la fuerza política más importante del Perú es el antifujimorismo, que en vista del tercer intento de Keiko Fujimori por alcanzar la presidencia, se encolumnó mayoritariamente detrás de su antagonista. La diferencia respecto a otros apoyos claves de Castillo —como el Magisterio y las Rondas Campesinas— es que el antifujimorismo es una base social heterogénea, donde las propuestas más disruptivas pueden no resultar simpáticas. Para avanzar, será necesario organizar estos apoyos y consolidar un marco de unidad. En esto insiste también el partido Perú Libre, consciente de los intentos por erosionar su sociedad con Castillo.
Ocurre algo bastante insólito y es que hay una búsqueda persistente por vetar toda influencia del Secretario General de Perú Libre, Vladimir Cerrón, de la orientación general del nuevo gobierno. Insólito en vista de que —guste o no — fue unos de los artífices del triunfo. Cerrón es señalado como el poder tras las sombras y un condicionante (para mal) de Pedro Castillo. Con todas las diferencias del caso, la situación se asemeja en algo a la realidad nacional, cuando a poco de asumir, ya se le reclamaba a Alberto Fernádez que tomara distancia de Cristina Kirchner.
La ceremonia de asunción de este martes, demostró, en principio, la voluntad de Castillo de ceñirse a la agenda que lo llevó al gobierno. Frente a los planteos de postergar la reforma constitucional, reafirmó que se trataba de una prioridad. Habló de la necesidad de un referéndum y la conformación de una Asamblea Constituyente, en línea con el precedente chileno. “La Asamblea Constituyente del bicentenario debe ser plurinacional, popular y con paridad de género”.
Un Congreso hostil
Perú Libre será la fuerza mayoritaria de un Parlamento disperso y presidido por la opositora María del Carmen Alva Prieto, integrante de Acción Popular. En la elección de la Mesa Directiva, la derecha cerró filas para ganar posiciones e impidió que se presentara una lista encabezada por Perú Libre. Aún más: en un gesto de intransigencia, Pietro impidió que el presidente saliente, Francisco Sagasti, participara del relevo de mando y entregó ella misma la banda presidencial. Un desaire cargado de política.
La legisladora intenta mostrarse como una personalidad moderada y conciliadora dentro del Congreso, al asegurar que “garantizará el equilibrio de poderes que requiere el país”. Sin embargo, fue una de las figuras que respaldó el proceso legislativo de vacancia que acabó con Manuel Merino en el Ejecutivo, una aventura política que dejó dos muertos y una violenta represión policial en las protestas de noviembre de 2020.
La Mesa Directiva es apenas la cara visible de una fuerza opositora más amplia, que incluye a Fuerza Popular (Keiko Fujimori) y los legisladores de Rafael López Aliaga, a quienes denominan el “Bolsonaro peruano”. Por su parte, la bancada oficialista que respalda a Castillo está integrada por 37 congresales, mayormente representantes de las provincias, que provienen, o bien del Magisterio o del núcleo de Perú Libre.
En más de una oportunidad, el Congreso ha echado mano de la ambigua figura de la “incapacidad moral” para destituir al presidente. En esta oportunidad, no cuenta con los 87 votos necesarios, pero no deja de ser un escenario desafiante para el nuevo gobierno.
Las heridas abiertas en la sociedad peruana
Durante más de un mes Keiko Fujimori se negó a reconocer los resultados en su contra. En el medio, desplegó una ofensiva judicial sobre diversas instituciones peruanas y alentó varias maniobras desestabilizadoras, incluyendo una convocatoria a las Fuerzas Armadas e intentos de soborno a las autoridades del Jurado Nacional de Elecciones (JNE). Hablamos de un escenario golpista, que en cualquier otra parte del mundo hubiera acarreado un escándalo internacional.
Una de las derivaciones más lesivas es que, en el proceso, ganaron terreno grupos violentos, que promueven discursos de odio y enfrentamiento social. Colectivos como “La Resistencia” se organizaron para hostigar a las autoridades electorales en sus domicilios particulares, y otros como “Los Combatientes” agredieron a simpatizantes de Pedro Castillo durante las jornadas de movilización en Lima, cuando aún se esperaba la confirmación de los resultados electorales.
Como ocurre en otros países, estos grupos encuentran una plataforma de largo alcance en redes sociales, donde organizan campañas de acoso, pero también se los ha visto en las calles, movilizados bajo consignas racistas, que apuntan justamente contra los sectores que nuclea Castillo.
Es decir: parte del daño ya está hecho. No se trata de grupos nuevos, estaban ahí desde mucho antes, pero el desgaste que promovió Keiko Fujimori pesa ahora sobre toda la sociedad peruana, no sólo sobre el gobierno.
Los desafíos están a la vista y son muchos. Aún quedan por despejar varias incógnitas, por ejemplo, como acompañará la articulación a nivel latinoaméricano. Pero aún en la adversidad, lo que Perú tiene por delante es una oportunidad: la oportunidad de los nadies. Y como no podía ser de otra forma, este nuevo comienzo carga con el peso de las derrotas históricas y la resistencia de los privilegiados. Ahora el pueblo peruano se juega una esperanza, y esa ya es su primera conquista.