Durante la gestión macrista, las metáforas futbolísticas fueron cosa habitual; casi podría decirse que, mientras ejerció el poder, formaban parte de su política exterior, verbalizándolas risueñamente cuando se juntaba con otros líderes mundiales. Tal vez sea una actitud hija de la experiencia en el Club Atlético Boca Juniors, su trampolín a la política grande. Cuando cundió la crisis, dijo que de esa no nos sacaba un Riquelme, expresando la imposibilidad de salidas creativas. La economía y su tecnocracia, que nos empujó a pedir al FMI un enorme préstamo que no hizo más que acentuar la pendiente.
Primer tiempo se llama el libro del ex Presidente, enunciado que insinúa claramente la posibilidad de una segunda etapa. La utopía rosa del macrismo es el fin del populismo, al que caracteriza como la demagogia de brindar acceso a derechos o cubrir necesidades inmediatas hipotecando el futuro venturoso del país, y al que identifica con el despotismo de líderes autoritarios contrarios a la declamada sobriedad republicana que enarbola como -superflua- bandera el respeto a la Constitución y las leyes, encarnado hoy en Juntos por el Cambio.
En el 2019, María Esperanza Casullo publicó su libro ¿Por qué funciona el populismo?, obra que recomiendo a los interesados en la política contemporánea -o incluso un poco más lejana en el tiempo-, ya que describe prácticas de este tipo desde que la civilización es civilización y desde que la política es política. Lo interesante del estudio es que plantea la existencia de populismos en un amplio arco ideológico, de izquierda a derecha. Así, dedica el último capítulo a la coyuntura de ese momento y al análisis del gobierno de Juntos por el Cambio, calificándolo de populista de derecha. Creo que pocas cosas desagradarían más que decirle, al que busca enterrar el populismo: señor, disculpe, pero usted también es populista. En la práctica discursiva del mito populista se eligen antagonistas, y el macrismo lo encontró en el kirchnerismo. El nosotros republicano, el ellos autoritario; la honestidad y la corrupción; el trabajo en equipo y el mesianismo. Casullo da en el talón de Aquiles de un discurso político que se quiere presentar huérfano de pasiones, estilizado con frases de autoayuda pero que segmenta también la realidad y busca una identificación entre los propios frente a los ajenos, el antagonismo constituyente de casi toda acción política.
Retomando el sentido histórico de larga data de este tipo de simplificaciones -de un lado y del otro-, podemos citar el siguiente pasaje de Jorge Abelardo Ramos, en su libro Las masas y las lanzas: “…. La consideración oficial de la palabra ‘caudillo’ la ha relegado a una sinonimia puramente injuriosa… Gauchos, caudillos y montoneros fueron degradados a la condición de ladrones de ganado, de meros delincuentes armados, indignos de análisis…. Arengas simplificadas hasta el hastío con fórmulas en las que todo el mundo ha dejado de creer: barbarie o civilización; Mayo o Caseros; Organización Nacional o Anarquía; Libertad o Despotismo”.
Desde añares que existen esos mitos populistas, ordenadores del devenir de nuestra propia historia. La grieta desde siempre, y las estrategias discursivas populistas -que es el aporte del libro de Casullo-, pueden aplicarse a ambos lados. Porque hasta el discurso tecnocrático, presuntamente cargado de objetividad, también constituye un imaginario traducido en la creencia de que la gestión del Estado puede manejarse como la de una empresa. En otras palabras, la CEOcracia que hemos padecido, plagada tanto de resultados discutibles como de una pronunciada insensibilidad social.
El lanzamiento de Primer Tiempo parece repetir la estrategia de otros líderes políticos: escribir libros para salir al ruedo en futuras campañas. El de Macri, el de Vidal. En su momento, el de Cristina Fernández, que causó un mayor impacto político (y que sirvió como forma de brindar una esperanza a sus seguidores) luego de períodos prolongados de silencio, causando sorpresa e incluso haciendo rebalsar la demanda en el mercado editorial. Ese impacto primigenio no se parangona al actual, y, aludiendo a la metáfora futbolística, cierta táctica cuando se repite deja de causar sorpresa en el rival.
Y bien, populismos de izquierda, de derecha y la necesidad de escribir libros para salir al ruedo, reperfilando o volviendo a elegir los mismos antagonismos. Lo bueno y lo malo, medianamente conocidos. Lo que queda por conocer y es en verdad preocupante, es el impacto de la segunda ola de la pandemia. Con Brasil, Paraguay, Chile y Bolivia sobrepasados por su intensidad, en una arena donde vuelve a campear cierta incertidumbre. La dificultad de encarar otra etapa de confinamiento, la limitación de vuelos, el control en fronteras demasiado porosas mientras el número de contagios aumenta no contribuyen sustancialmente a la situación. Problemas de gestión de la pandemia que sigue golpeando un año después, y continúa enfrentándonos con desafíos desconocidos, haciéndonos experimentar límites y posibilidades de la acción del Estado y la sociedad para morigerar sus efectos. Una segunda ola que se insinúa difícil y a la que habrá que resistir en un año de efervescencia política, populista y electoral.