Tiempos aluvionales

El aluvión aparece como inexorable. Ojalá las prevenciones sean suficientes para no colapsar el sistema de salud, pero ya nadie sabe.

Y un día se rompió el triunvirato que anunciaba la nueva fase de la cuarentena, cada vez más enunciada que real. No se cortó el diálogo, pero algunas rispideces parecían anticipar lo ocurrido. La reforma judicial y el protocolo -rechazado por el gobierno nacional- para volver a abrir las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, generaron roces. Una separación que también puede verse cristalizada en distintas situaciones: el amesetamiento de la cantidad de casos en la Ciudad de Buenos Aires y el aumento sostenido y escarpado en el Conurbano bonaerense, por ejemplo.

Los resultados distintos obedecen no sólo a las improntas de las gestiones en un contexto harto complejo, sino a determinantes factores como la densidad poblacional de ambos territorios y la situación de vulnerabilidad social más extendida en territorio bonaerense. Estrategia de apertura progresiva por parte de los amesetados; en las latitudes en que la curva luce más escarpada y preocupante, plantarse en el lugar por temor al desborde del sistema sanitario. Una semana dificilísima, en que la gran proliferación de la enfermedad vuelve a traer preguntas tremendas y gana lugar la certeza resignada de que, hiciéramos lo que hiciéramos (cuarentena temprana), la crecida del río iba a venir igual. Por supuesto que hubiera sido peor sin haber adoptado prevenciones, pero ese escenario hipotético catastrofista pierde fuerza ante la progresiva corrosión de la efectividad de la cuarentena y de las medidas de prevención. Por más que hayamos construido la casa en un sitio elevado, la sudestada se puso brava. La lluvia no cesa y el río no tiene por dónde salir. Y sube, y moja. Y hiere y mata la pandemia de mil demonios.

En el anuncio quedó solo el Presidente. Mensaje grabado y editado con cuidado, que evitó la interpelación del periodismo y la extensión desmedida de las anteriores conferencias de prensa. Pasamos de hora y media a cinco minutos de duración del mensaje, sin intervalos. El impacto que generó la cifra de decenas de miles de casos diarios no puede soslayarse. El aluvión aparece como inexorable. Ojalá las prevenciones sean suficientes para no colapsar el sistema de salud, pero ya nadie sabe. Había que hacerse cargo del trago amargo. La disolución del triunvirato trae tal vez aparejada la negativa a salir en cierta foto del sinsabor o la derrota. Cuando era chico, como futbolero me gustaba comprar la revista El Gráfico, que ilustraba en excelentes imágenes la emoción máxima de este deporte, el gol. En la foto, junto al goleador alegre, iniciando la carrera del festejo, solía aparecer el último defensor, con el semblante derrotado, aquel que no había podido impedir la conquista, y en definitiva la derrota. Esa toma de la expresión desoladora era casi exclusiva de los defensores o los arqueros. Por el contrario, los mediocampistas o delanteros del equipo vencido no aparecían retratados en la imagen de la derrota, evitando esa foto y, en ocasiones, hasta negándose a hacer declaraciones luego del partido. El que tenía que hablar siempre era el Presidente, y el viernes 28 de agosto lo hizo Alberto Fernández.

En diferido, mediante un video editado que permitiera controlar las expresiones y el contenido del mensaje en este contexto de borrasca y aluviones. Aguas de un aluvión que no era psiquiátrico ni zoológico, sino un aumento del número de casos. Se aludió a las comparaciones con otras latitudes y la cifra de fallecidos por millón de habitantes. En otros lugares el aluvión arrasó aún peor que acá (pareciera). Se apuntó a la lamentable federalización de la enfermedad, con las situaciones preocupantes de Jujuy, Mendoza y Córdoba. La única flexibilidad de la cuarentena gastada fue el permiso de encontrarse diez personas en un lugar abierto.

Por la tarde, el Presidente viajó a inaugurar junto al río Paraná en Santa Fe la federalización del corredor fluvial. A sus espaldas, las aguas corrían en su hermosa monotonía pero desiertas, solo surcadas de camalotes. Y Alberto Fernández, hablando de espaldas a ese horizonte infinito, trayendo la imagen de barcos que navegarán ese río llevando y trayendo trabajo argentino. En otra metáfora fluvial, un desilusionado Bolívar hace casi dos siglos decía: “hemos arado en el mar”. Reconociendo la frustración de la Patria Grande que no pudo ser, en tiempos de derrota, sin que ya nadie lo oyera ni le prestara la menor atención.

Acá el Presidente miró al horizonte del mediano plazo aún a riesgo de parecer ridículo. Intentando gambetear o trascender la coyuntura frustrante y desoladora del parte vespertino de las veinte horas, en que el país se toma la fiebre y recuenta el número de casos. Procurando mirar un poco más allá, mientras se sacude la barca en el cimbronazo de las aguas aluvionales. Que en unos días, al menos, empieza la primavera.

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