“El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza” Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia, 1973.
¡La traición de la “intelligentzia”! Esa es la primera en el orden de las culpas. La primera que debemos evitar” (Jauretche, 2004).
Mucho se viene hablando y escribiendo en estos días sobre la crisis que asola la civilización. Una crisis económica, política y social, pero agravada en estos días por una pandemia global de difícil pronóstico. Hay intelectuales y políticos que expresan un pensamiento apocalíptico, otros más optimistas auguran una etapa de cambios positivos, una nueva era para la humanidad. Muchos de estos últimos hablan de una sociedad nueva, organizada en nuevas formas de producción y de relacionarse con el otro en sociedad y como tal de relacionarnos con el ecosistema global:
Sin abandonar la utopía de un “otro mundo posible”, está claro que la historia no está escrita ni predeterminada. La escriben los hombres, día a día, ladrillo a ladrillo. La historia es arcilla maleable del hacer humano, la política es su herramienta.
El mundo atraviesa una etapa de profundos conflictos, el neoliberalismo, como ideología dominante desde hace cuatro décadas, ha sumido al mundo en continuas crisis. Su lógica de acumulación por desposesión ha hecho que los países periféricos sufran y subsidien las crisis globales inherentes al sistema, para permitir a los centrales y las grandes corporaciones concentradas que se apropien de los recursos de los países más débiles. Está claro que el neoliberalismo es una lógica política y económica de dominación imperial. Las crisis, reales o ficticias, obligan a los países periféricos a políticas de ajuste permanentes, saqueo de sus recursos, pérdida de soberanía y de calidad de vida de su población, todo en beneficio de las metrópolis imperiales.
Lo novedoso de esta etapa es que la crisis financiera viene arrastrándose desde 2008. Esa crisis pegó de lleno en el seno del capitalismo global, poniendo en riesgo toda la estructura. Hoy la pandemia puede estar dándole el tiro de gracia al modelo neoliberal.
Pensarnos situados
Es necesario pensar esta etapa desde nuestro “aquí y ahora”, pensarnos “situados”, como planteaba Kusch, en nuestra realidad argentina y sudamericana.
Citando a Jauretche: “aparece el relato liberal de nuestro pasado, la falsificación de la historia, los medios de comunicación, la enseñanza enciclopedista y/o eurocéntrica, etc, que van conformando una colonización pedagógica.La mentalidad colonial enseña a pensar el mundo desde afuera, y no desde adentro”.
Jauretche siempre hablaba de dos Argentinas paralelas; «una, la de la realidad, que se elabora al margen de los estratos formales, y otra, la de las formas, que intenta condicionarla y contenerla en su natural expansión: la intelligentzia pertenece a ésta y siempre reacciona de la misma manera y en conjunto…» Por «intelligentzia», Jauretche entendía esa intelectualidad corrompida, que a cargo del «aparato de colonización pedagógica», trabajaba para impedir la formación de una conciencia nacional.
En su libro, Filo, Contrafilo y Punta, explica que la diferencia entre inteligencia e «intelligentzia» nada tiene que ver con ideas políticas, económicas o sociales, sino con comprometerse o no con el país. Es decir, poco importa que quienes se integren a las filas de la «intelligentzia» sean de derecha, izquierda o centro; lo importante es que defiendan la subsistencia de la vieja estructura cultural e impidan que ocupen el escenario otra voces que pueden expresar el país real.
En este sentido, para poder interpretar las posibilidades políticas que nos permite la época, y para no quedar entrampados (como muchas veces ocurrió) en los paradigmas del pasado, sepultados bajo las ruinas del mundo que se derrumba, debemos pensar en una crítica al pensamiento neoliberal dominante.
Gracias a Dios el coronavirus puso patas para arriba todos los paradigmas que daban sustento al pensamiento neoliberal globalizador, ahora hay que someter a muchos de ellos a una mirada crítica.
Debemos desmontar el aparato ideológico e instrumental del neoliberalismo que permitió y permite nuestra situación colonial, pero también sacarnos de encima muchos de los tabúes, creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa (Fernández Savater, 2018).
Economía y política. La falacia principal: el “Mercado”
La modernidad neoliberal ha escindido el terreno de la economía y la política, buscando convertir a la primera en una ciencia autónoma, con sus propias leyes y lógicas. Así, con la primacía de la economía, lo político queda circunscrito a algunas esferas de lo estatal y el ciudadano ejerce su derecho político sólo en el momento de votar.
En esta lógica todos los hombres están obligados a aceptar al Dios-mercado como único verdadero, a cumplir sus preceptos y a practicar su culto. Su doctrina son las ideas neoliberales y su credo, “la mano invisible”.
La mano invisible tiene la capacidad de armonizar estos comportamientos individuales, que buscan siempre lo mejor para cada persona de manera egoísta y convertirlos en un bien general para toda la comunidad.
Para sintetizar queda la muy cuestionada conclusión: “El interés general deviene de la suma de los intereses particulares”.
Así, aquellos que osen violar las normas del mercado, serán excomulgados y condenados por herejes, populistas, socialistas, etc.
La “democracia” burguesa, liberal, representativa y occidental, institucionaliza esta situación. Pone lo social y sobre todo lo político bajo la órbita de lo económico, sus “leyes naturales” y los dictámenes del mercado. Así, a pesar de los graves problemas que nuestras sociedades soportan, la respuesta del sistema es la despolitización de la sociedad, la negación del conflicto social, el vacío de contenidos de muchos debates, un discurso light, sin mayores ideas ni profundidades. Los problemas se resolverán en la economía, en “la gestión eficiente” de los CEOs.
Lo más grave es que muchos sectores de “izquierda” y “progres” han ido comprando este discurso y lo toman como propio. El bochorno de esto es la izquierda socialdemócrata europea, que se convirtió en adalid y defensora del neoliberalismo, tirando por la borda más de 200 años de lucha populares.
No es casual, como decíamos, que en la modernidad se despolitice la sociedad, circunscribiéndose a lo meramente electoral. Esta primacía de lo electoral desplaza al hombre, sujeto protagonista de la historia, a un mero rol de votante. Pero esta lógica electoralista desplaza también los debates de fondo en la sociedad: la educación, la salud, el acceso a la energía, la vivienda, el transporte, la seguridad popular, etc.
Ya no existe el pueblo organizado, empoderado, peleando poder y legitimando liderazgos, construyendo poder. El protagonismo pasa así de liderazgos populares a liderazgos mediáticos, a aparatos políticos, a organizaciones civiles, sociales y religiosas de dudosos fines y oscuros financiamientos. El político profesional reemplaza al dirigente y al militante, los armados puramente electorales reemplazan a los partidos políticos, con abundantes fondos para campañas publicitarias. El debate es mal visto y lo reemplazan grupos de “opina todo”, que solo gritan, pelean, insultan, con una total falta de expresión de ideas. Esta nueva forma de “debate político” está regida por el rating, siendo imposible en ese formato un debate serio y profundo de los problemas.
No es casual la despolitización de la sociedad, es la lógica de control político y social del neoliberalismo actual.
El sistema intenta que no nos sintamos parte de una nación, de un pueblo, ni que pertenezcamos a una clase social, ni que sepamos que vivimos en un país colonizado, oprimido y empobrecido; anula todo pensamiento crítico, nos niega un pensamiento que nos coloque en una visión global, superadora de nuestro propio egocentrismo.
Es necesario superar la lógica neoliberal, expresada en algún momento por Margaret Thatcher: “no existe la sociedad, solo existen los individuos”; por ende cualquier atisbo de privilegiar lo colectivo es claramente demonizado como un avance sobre la libertad individual.
En estas sociedades neoliberales las clases sociales se diluyen, se difuminan sus límites. Muchos conceptos quedan sin significado claro: “patria”, “colonia”, “imperialismo”, “pueblo”, “comunidad”, etc; sin estos conceptos es complejo construir un pensamiento colectivo que pueda explicar la realidad y por ende construir nuevas alternativas sustentables.
“En el estado moderno capitalista los ciudadanos son hacinados en todo tipo de agrupamientos: se les clasifica, primeramente y ante todo como familias, pero también como votantes, contribuyentes, consumidores, inquilinos, padres, pacientes, asalariados, fumadores y abstemios, etc…” Holloway, 1994.
Esta clasificación y agrupamiento tiene por objetivo parcializar las luchas populares y amoldarlas a las formas “encorsetadas” de la democracia burguesa. Parafraseando a Jauretche, nos hacen pelear, como a los perros del matadero, por las achuras, mientras ellos se llevan a carne y el cuero de la vaca.
Y a su vez el sistema construye un “otro”, un enemigo, la contracara de la “gente buena y decente”, los choriplaneros, los piqueteros, los pobres, los pibes chorros, el extranjero, y todo lo que queda afuera del sistema. Este se alimenta del odio, por eso cultiva la “grieta” permanente en la sociedad. Porque además de asentarse sobre el odio, el sistema se nutre del miedo al otro.
En el mismo proceso electoral se trata a la población como una masa indiferenciada de «votantes», se les define aritméticamente y no como miembros de clases o comunidades. La institución del sufragio secreto es la expresión suprema de la naturaleza privada de la opinión política. Mediante el voto individual se pretende canalizar el conflicto social en un acto individual, una elección privada entre alternativas no siempre diferenciadas” (Hicks).
El hombre deja de ser un ciudadano total con obligaciones y derechos, para pasar a ser un “ciudadano” solo cuando deposita el voto.
Más claro y crudo, como siempre, Duran Barba expresaba el pensamiento del neoliberalismo: “El hombre común es un chico de 9 años, que no ha llegado al pensamiento abstracto, solo le llegan por las emociones”. Así, los actos políticos son actividades de jardín de infantes, con globos y baile.
Esta forma de ver la política hace renunciar a toda pretensión de transformar o modificar algo de la realidad.
Todo esto lleva a una frustración de los sectores populares, ya que no tienen respuestas a sus necesidades. Comienza así un sentimiento anti democrático y hacia las políticas y los políticos, a su vez abonado por los medios de comunicación y sus opinadores rentados con mensajes constantes denostando la política.
Esta pérdida de expectativas sobre la democracia y la política lleva a la búsqueda de alternativas. Lamentablemente, la historia muestra que muchas veces las salidas a las crisis son opciones de derecha, autoritarias, xenófobas y fascistoides. El caso de Brasil es más que evidente, la crisis del PT y el fracaso de su progresismo lavado, sobre todo en la etapa de Dilma, la crisis de todo el sistema partidocrático brasileño, la corrupción en todos los estamentos del estado, la cooptación del poder judicial como herramienta de control político, permitió el triunfo de un candidato caricaturesco, pero políticamente peligroso; con él, el resurgimiento del viejo partido militar, responsable de la larga dictadura militar (1964/1985).
En Argentina, salvo los 12 años de gobiernos populares (2003/2015) donde la política tomó cierta primacía, a partir de 2016 se volvió rápidamente a privilegiar la economía, quedando el estado, ajustado e ineficiente, como un único camino para la política y lo electoral como el único espacio de lucha.
El triunfo en diciembre de 2019 de una amplia coalición popular con base en el peronismo y encabezado por Alberto Fernández abrió otra etapa, con intenciones de superar los estrechos límites políticos del neoliberalismo, con el agravante que significa el enfrentar de entrada una gravísima crisis económica y la renegociación de la deuda externa, en condiciones ya de default, ambas heredadas de la pésima gestión macrista.
En una etapa convulsionada como esta, los movimientos populares deben articular la política de otra forma, es necesario retomarla como eje central, profundizar la relación directa con los sectores populares y sus organizaciones para poder llevar adelante la política en todos los ámbitos y momentos. Sin descuidar lo electoral por supuesto, pero entendiéndola como una acción permanente.
Será necesario construir mucha fortaleza política, generar nuevos liderazgos, y esto solo se podrá lograr articulando con las organizaciones populares (sindicatos, cámaras empresarias, organizaciones de base, clubes sociales, agrupaciones estudiantiles, y toda expresión de la comunidad organizada). La lucha política debe ser claramente una lucha por el poder y para ello hay que abandonar ciertos infantilismos izquierdistas de subestimar la lucha por tomar los resortes del estado. Así como la siempre presente opción de los gobiernos populares por sumar y dejar en las estructuras del estado a cuadros de la derecha neoliberal, que reconvertidos en “cuadros técnicos”, se convierten en “quinta columnas”, que terminan por hacer fracasar los procesos populares. En la historia de los gobiernos populares y sobre todo en los gobiernos peronistas sobran los ejemplos de esta práctica nefasta.
Los movimientos populares deben ir por el estado, arrebatárselo a los sectores oligárquicos. Tomar el estado para transformarlo.
Se requiere construir un estado fuerte y organizado, que pueda llevar adelante el proceso de reindustrialización acelerada, como estado empresario, pero también como regulador de la economía, como estado que lleve adelante y conduzca el desarrollo económico y social. No se trata de volver al viejo estado burocrático, sino de un estado ágil y eficiente, pero fuerte, para enfrentar y poner límites a los grandes intereses económicos. Hay que refundar el estado bobo, neoliberal, por un nuevo Estado Desarrollador.
Hay que animarse a decir lo “políticamente incorrecto”, aquello que se calla, expresar la voz de los sectores que están afuera del sistema, aquellos que nadie quiere expresar, construir una voz colectiva desde lo nacional y popular, aunque este discurso espante algunos votos “progres”.
Es claro que la política actual no puede pensarse sin considerar el conflicto como inherente a la misma. En todo caso podrá discutirse como se resuelve el conflicto pero no negarlo. El neoliberalismo con su lógica de apropiación por desposesión, solo puede generar procesos de violencia para llevar adelante su saqueo y por ende va a generar resistencia y lucha de los sectores populares. El conflicto es inherente a cualquier sociedad humana, es la esencia que da origen a lo político y a la política, pero el colonialismo y su versión actual, el neoliberalismo, llevan el conflicto al límite.
El objetivo de una sociedad más justa, de igualdad e inclusión, lleva aparejado una lucha, casi nunca pacífica, por la apropiación de los excedentes que esa economía produce para volcarla en el bien común.
Es necesaria la construcción de fuertes consensos sociales y políticos que den sustento a estas políticas de redistribución del ingreso y pongan límites a los grandes grupos económicos que se sienten dueños de esa porción de la riqueza; que a su vez permitan desmontar todo el “aparato legal del coloniaje”, que permite y avala “legalmente” y “culturalmente” el coloniaje y el saqueo.
En el caso argentino existe una larga tradición de participación ciudadana, a partir de consejos económicos sociales, donde los actores discuten y debaten las acciones gubernamentales en cuanto a salarios, precios, condiciones de trabajo, etc. Es conveniente en esta etapa profundizar la apuesta hacia un gran consejo de la comunidad donde se puedan fijar y consensuar los grandes objetivos nacionales y planificar las acciones tácticas. Igualmente, se requiere una fuerte presencia del estado como dador de premios y castigos, como ejecutor de las acciones planificadas. A su vez, hay que recuperar el rol del estado empresario en las áreas estratégicas de la economía y en los servicios públicos.
Toda apelación a una burguesía nacional que ate sus intereses a los de una Argentina desarrollada e inclusiva está condenada al fracaso y la frustración. El gran empresariado argentino es una burguesía fallida, saqueadora, que ha atado sus intereses con los intereses del imperio y sus socios locales, la oligarquía.
Otra falacia es la de apostar a “una lluvia de inversiones extranjeras”: estas no existen y menos en el mundo post pandemia. Las inversiones que podrían venir tienen solo una lógica especulativa, de rápidos negocios y fuga o de financiamiento a actividades extractivistas que saquean nuestros recursos. En ambos casos, solo sirven para perpetuar la dominación, la primarización de nuestra economía y la pobreza generalizada.
Debemos resignificar el concepto de democracia. La democracia formal no da respuestas a las necesidades de la población. Esta falencia lleva al descrédito de la misma, abriendo el camino a expresiones de derecha fascistoide. Los movimientos populares debemos apropiarnos de la democracia, pero profundizarla hacia formas de democracia directa y social. Ampliar los límites de la democracia participativa hacia los sectores populares, empoderar a esos sectores, hacerlos sujetos de derechos y obligaciones ciudadanas y artífices de su destino es el paso obligado hacia sociedades más integradas.
La tarea es ardua y compleja, pero es ahora. Hay que ir desmontando la vieja Argentina que muere y sembrar las semillas de una nueva estructura política, social, legal y económica que de forma y sustentabilidad a la Nación Argentina que queremos.