La política argentina está sobre-interpretada. Y aunque se podría hacer una broma dándole otro sentido al primer componente de esa palabra, lo cierto es que se trata de un impulso genuino de nuestra escena. Todo episodio político del ámbito local, por más contundente que sea, resiste múltiples versiones, incluidas las más arriesgadas. A esto se suma una inestabilidad tal, un nivel de volatilidad, que hace difícil proyectar escenarios y, a la vez, habilita casi cualquier futuro alternativo. El resultado está a la vista en la fórmula ensayada por Luis Majul, uno de los más influyentes operadores de prensa del oficialismo: “Macri perdió pero ganó. Alberto ganó pero…”.
Después del resultado (todavía provisorio) de las elecciones presidenciales, Cambiemos, que venía de la paliza no vinculante de las Paso, sintió algo de alivio. Es normal: lo que podía volverse un golpe de KO para el devenir de Macri, terminó siendo lo que una parte de la prensa caracterizó como “derrota digna”. Acostumbrados a ser de los que ganan, el macrismo, aun perdiendo, logró imponer su lectura positiva, incluso en el ánimo de los victoriosos. Si el refrán sostiene que “la historia la cuentan los vencedores”, Macri y los sectores conservadores abroquelados en ese 40% del electorado invirtieron la ecuación y, desde la derrota concreta, se construyeron una victoria virtual, recalculando los presupuestos mínimos del #SíSePuede.
Ayer nomás, el presidente iba a desfilar por las urnas, haciendo de su reelección un trámite administrativo, con el “No vuelven más” como síntesis de la confianza en su supremacía política. Ayer nomás, recibió un sopapo de realidad en las Primarias y su proyecto parecía condenado a diluirse después de diciembre. Y ayer nomás, pero más cerca, consiguió recortar sensiblemente la distancia por la que había perdido en agosto con el Frente de Todos. Así, aun siendo líder del oficialismo, fue ungido como líder de la oposición. Todo eso, ayer nomás. Y argumentos no le faltan al PRO y sus aliados, que están haciendo pesar una lectura que sin dudas es lógica para la persona de Macri, su partido y su electorado, como si fuera “la” lectura que debe hacerse de las elecciones del domingo 27 de octubre.
Así fue como, a menos de 24 horas de que se contaran los votos, quedó en segundo lugar la historia de los que ganaron. Esta versión desplazada sostiene que Cambiemos, que había llegado para clavarle la última estaca al cajón del peronismo, perdió en primera vuelta con ese mismo partido, incluidos sus nombre propios. Macri no fue vencido por la renovación del PJ ni por el llamado peronismo “blanco”. Perdió contra Alberto Fernández, socio fundador del FPV y ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner; y contra Cristina Fernández, que volverá a la Casa Rosada sólo cuatro años después de haber concluido un doble mandato. Además, fue un resultado que ya se había sellado meses atrás. Es decir, el proyecto de Cambiemos no resistió una Paso, lo que hizo de Macri el primer presidente desde el retorno de la democracia que, presentándose a una reelección, no la logra. Y quien era señalada como el futuro y el recambio del oficialismo, María Eugenia Vidal, fue doblegada por Axel Kicillof, un candidato sin antecedentes en el territorio ni predicamento en el pejotismo, que se construyó de forma autodidacta y que terminó por sacarle 13 puntos de ventaja a la gobernadora. A esto se suma un dato federal que pone en perspectiva la recuperación del presidente: de las cinco provincias en que ganó y gracias a las cuales recortó millones de votos de diferencia, cuatro están gobernadas por peronistas y otra, Mendoza, por un radicalismo que tiene aspiraciones declaradas y no necesariamente alienadas al liderazgo de Macri.
Estas y otras razones fueron aplazadas por el optimismo de Cambiemos. La prueba más clara del éxito de la maniobra está en el desencanto de muchos votante y dirigentes del Frente de Todos, que esperaban ganar por más y a quienes la remontada macrista les dejó un sinsabor y varias dudas.
Pero hay un punto de intersección entre estas dos lecturas: la única forma de valorar positivamente el 40% de Macri, aun destacando su sorprendente mejoría respecto de agosto, es a partir de, como mínimo, una evaluación negativa de lo que fue su gobierno. Sólo recordando o admitiendo, de acuerdo al interlocutor, que la gestión del PRO, la UCR y la Coalición Cívica fue un gran fracaso es que se puede poner en valor su caída por 8 o 10 puntos ante un frente electoral que cinco meses atrás no existía y con un candidato que no estaba en los planes de nadie, salvo en los de Cristina, a quien muchos habían sentenciado como una figura acabada. Por eso, si “Macri perdió pero ganó”, como dice Majul, es porque la inflación, el desempleo y la pobreza estimuladas por su administración hacían suponer un derrota mucho más abultada, parecida a los 17 puntos de las Paso.
Además, esta ocurrencia del perdedor-ganador puede volverse un problema para Macri y los suyos. No hace falta ir muy lejos para ver los efectos de negar el mensaje que traen las urnas. Al FPV le tomó más de tres años terminar de superar la trampa escondida en una frase que solía repetirse entre sus filas, según la cual el que perdió en 2015 fue Daniel Scioli y nadie más. Sólo cuando el kirchnerismo salió de ese rulo retórico, Cristina pudo ejecutar su gran jugada sobre el tablero político, convocar a su candidato y, en un solo movimiento, desencadenar los pasos que ganarían la partida.
Si el macrismo se cree su propio slogan, si compra adentro un discurso que es para afuera, caerá en la misma trampa, con un riesgo extra: el 10 de diciembre, el que se pondrá la banda será Alberto Fernández y, del ‘83 a esta parte, nunca un presidente peronista dejó el poder en un solo mandato.