Al “Peronazo” le siguió el “dolarazo”, y frente al descontento expresado en las urnas contra la gestión Cambiemos, ahora se suma el hecho de la incertidumbre frente al “terror financiero”.
Las últimas dos veces que, en los marcos de esta democracia de la derrota, se apostó desde el poder del Estado a agitar el fantasma del terrorismo, les fue muy mal. Tanto en diciembre de 2001, con Fernando De La Rúa, como en junio de 2002, con el presidente interino Eduardo Duhalde, las consecuencias fueron estrepitosas: el radical huyendo en helicóptero frente a una rebelión popular que desafió el Estado de sitio; el justicialista adelantando las elecciones frente a una movilización popular que salió a repudiar los crímenes de la “Masacre de Avellaneda”. Obviamente, de este lado, las vidas que se dejaron en el camino.
Las crisis suelen acortar los tiempos, agitar antiguos espectros y redefinir el horizonte de posibilidades. Siempre fue así. Lo que por años no aflora surge en meses, semanas, días, a veces, horas.
Lo que está en juego en estas horas es mucho más que una discusión en torno “la grieta” sobre quienes defienden y quienes conspiran contra la democracia, sino la definición misma por lo que entendemos de ella.
Los resultados del domingo vinieron a poner sobre la escena política nacional el carácter imprevisible y contingente de la historia, y una mirada menos peyorativa sobre esas gentes que, tozudamente, hay quienes no se resignan en llamarlas pueblo.
Si toda lucha política –como alguna vez destacó Eduardo Rinesi– es también una lucha por la palabra, por el significado de las palabras, de ahora en más vuelve ser fundamental ensayar modos de disputar y resignificar palabras que parecen haber quedado secuestradas por un modo unilateral de entenderlas (pueblo, revolución, alegría, por ejemplo).
La palabra política misma vuelve a ser escenario de disputa. Las miradas republicanistas pretenderán reducir la política a formalismos, a plazos institucionales. Las miradas populares, por el contrario, pujarán por situarla en el horizonte fuerte de la conmoción del orden, de interrupción de sentidos, de trastocamiento del tiempo.
Miguel Ángel Pichetto se empecinó en subrayar, durante al Conferencia de Prensa que brindó Mauricio Macri en lunes, que el presidente sigue en funciones hasta el 10 de diciembre. Pero a su lado, el jefe del ejecutivo –como contradiciéndolo– repetía una y otra vez palabras en las que no asumía sus funciones, sino que repartía culpas a la coalición triunfante en las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias del domingo, reduciéndola además a la experiencia kirchnerista, de la cual sin dudas es una parte importante, pero no la totalidad.
Peligrosa maniobra, la de querer remarcar su autoridad deslindando responsabilidades y adjudicando a quienes lo vencieron en las urnas lo que pueda pasar de aquí a octubre. Obviamente, sus palabras también fueron claras en relación a extorsionar la voluntad popular de cara a las próximas elecciones generales.
Así y todo, los periodistas presentes en la Conferencia no dejaban de hablar de “la transición”.
La República de Córdoba
Si bien es cierto que Cambiemos se encontró lejos, en las recientes elecciones, del “Cordobazo” electoral de 2015, tampoco se puede dejar de tener en cuenta que –a diferencia de San Fe, y Mendoza– Córdoba volvió a revalidar a Mauricio Macri, y con porcentajes aún arrolladores.
Juntos por el Cambio ganó el domingo en 46 de las 51 ciudades donde se concentra el 80% de la población, incluida la capital provincial, que reúne al 40%. De las doce ciudades mayores, Macri ganó en las primeras diez. Sólo en localidades más chicas y más pobres, como la norteña Cruz del Eje, la coalición gobernante a nivel nacional perdió claramente el apoyo que tenía.
Más allá de lo simbólico (el manchón amarillo en el centro del país celeste que puede verse en tantos gráficos que circulan por la web), la importancia de Córdoba en la elección nacional tiene que ver con que es el segundo distrito electoral del país. Obviamente, ante un escenario general tan desfavorable, el cálculo ya no va tanto en relación a poder ganar sino descontar, achicar diferencias. El otro distrito conservado por Cambiemos en cuanto a caudal de votos es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero dependerá mucho de lo que pase en las próximas semanas si logran conservar o no la gestión en ese corazón gorila del país.
Así y todo, queda en Córdoba la discusión al interior del peronismo: ¿por qué el gobernador Juan Schiaretti siguió apostando por el Cordobecismo con boleta corta de Diputados cuando en el Frente de Todos se congregaba no sólo el kirchnerismo sino el peronismo no cristinista, en un cierre de listas que incluyeron a su ex aliado Sergio Massa y donde no encabezaba la ex presidenta sino el “amigo de todos” Alberto Fernández? También quedan por cicatrizar las heridas producidas por las esquirlas de la elección provincial, donde el kirchnrismo bajó su lista, el schiarettismo respondió mirando para otro lado y la fuerza política identificada con Cristina quedó fuertemente golpeada en el plano no sólo político sino anímico.
Y por supuesto, lo más difícil de digerir para muchos de quienes habitamos estas tierras: saber qué, más allá de quien gobierne la Argentina en los próximos años, conviviremos con ese sentido común conservador ampliamente expandido por el cuerpo social.