Existe un largo debate, nunca del todo saldado en la Argentina, sobre su modelo de desarrollo. Uno basado en la exportación de sus recursos naturales, agro y ahora minero, y otro que no reniega de esos recursos, pero prioriza un desarrollo industrial.
Nuevamente la economía mundial y el programa del gobierno parecen condenarnos, insertándonos dentro de la nueva división internacional del trabajo, al igual que en el siglo XIX, a ser un país proveedor de commodities.
Claramente estos tres años de gobierno están mostrando que se va conformando una economía cuyo eje de desarrollo económico y social no es el mercado interno sino las exportaciones de los principales productos agropecuarios, concentrados, especialmente de la región pampeana que mantiene así su hegemonía histórica, así como también muestra un persistente retroceso del sector industrial y de la construcción.
En todo Latinoamérica ha habido un fuerte proceso de primarización en los últimos 30 años dejando atrás el proceso industrialización por sustitución de importaciones que rigió en la posguerra hasta fines de los años 70, principios de los 80.
El principal indicador que confirma la hipótesis de la reprimarización está en la pérdida de importancia de la industria manufacturera en el producto interno bruto (PIB) de la región. Aquí los datos son contundentes y muestran cómo el proyecto de industrialización está en franco retroceso, al grado de que es posible afirmar que se ha abandonado. Para toda la región, la participación del sector manufacturero en el PIB cayó de 12.7 por ciento a 6.4 por ciento entre los años 1975 – 2006.
El caso más espectacular de la reprimarización y desindustrialización es Argentina: la participación de las manufacturas en el PIB cae de 43.5 a 27 por ciento en ese periodo, a pesar de que hubo un fuerte crecimiento en el sector industrial durante la presidencia de Néstor y Cristina Kirchner en los años 2003/2008 y un estancamiento relativo en el periodo siguiente 2009/ 2016. Estas políticas desarrollistas fueron parciales y no alcanzaron a quebrar la decadencia del sector. Nuevamente a partir de 2016 se vuelven a aplicar la viejas recetas neoliberales con el nuevo gobierno de Mauricio Macri.
Un desplome parecido sufrió Ecuador, donde las manufacturas pasan de 19 por ciento a 10 por ciento del PIB en ese periodo.
Para Brasil, la caída fue menor, las manufacturas pasaron de 28 a 24% por ciento del PIB en ese periodo.
En la última década a apareció el fenómeno de las “maquiladoras” en México y algún otro país de centro américa. Son simplemente armadoras de productos aprovechando los salarios más bajos de la región, sin embargo este fenómeno corresponde a una exportación de mano de obra barata, más que a un proceso de industrialización.
Una caída semejante en la actividad industrial seguramente va acompañada de la destrucción de capital productivo, de capacidades humanas, de calidad de vida y de capital social acumulado, que son de muy difícil recuperación.
Haciendo un balance histórico puede decirse que América Latina comenzó un proceso de industrialización, dejando atrás el modelo agro – minero exportador que caracterizó el siglo XIX y principios del 20, través de una estrategia se sustitución de importaciones a partir de la década del 30, acelerada luego por la guerra mundial y que llego hasta fines de la década del 70.
La región en su conjunto experimentó una tasa de crecimiento del PIB per cápita de 2.5 por ciento. En contraste, entre 1973 y 2001, el PIB per cápita apenas crece 0.75% anual, casi una economía estancada durante tres décadas.
Así puede verse que una economía basada en la exportación de sus productos primarios, sin el agregado de valor, solo puede llevar a un crecimiento mediocre, sino también al estancamiento.
Los recursos primarios son de escaso valor agregado, ocupan poca mano de obra y en general mal pagas, muy inferiores a los que paga el sector manufacturero. Y además sufren un problema estructural, la de la volatilidad de los precios y el deterioro de los términos de intercambio. Lo cual lleva a periódicas situaciones de crisis externa, de las cuales nuestro país tiene probados antecedentes.
Otro dato peligro sobre este modelo es el daño ambiental que está causando en vasta regiones, intensificando la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el uso de agro tóxicos, la degradación de suelos, el uso y desperdicio de agua en la explotación minera, contaminación de napas por arsénico, etc. Un daño ambiental difícil de mensurar hoy pero que en el mejor de los casos se tardara décadas en revertir, con el agravante que las compañías no se hacen cargo de ese costo, trasladándoselo al resto de la comunidad y a las generación futuras.
¿Por qué países que intentaron salir del sub desarrollo, que tuvieron en general una exitoso proceso de industrialización, puede que incompleto y parcial, pero que mostró resultados envidiables en cuanto a integración social y económica, niveles de vida, buenos salarios, niveles de ocupación, alto consumo, etc, vuelven hoy a políticas fracasadas una y otra vez con un costo social altísimo?
Desde el punto de vista económico podemos afirmar que en principio no es casual, que hubo políticas claras orientadas desde los centros de poder político y económico hacia esos objetivos. Los más evidentes son el FMI, el Banco Mundial, pero a ellos se sumaron universidades, centros de estudios y “grande economistas” “prestigiosos” a fin de instaurar este régimen y darle legitimidad. Internamente en cada país hubo y hay minorías oligárquicas, siempre socias, de los grupos e intereses imperiales, dueñas de la tierra y ende de los recursos naturales que se benefician con este modelo, ya que han ido diversificando sus intereses; dirigiendo sus inversiones hacia la banca y de los medios audiovisuales concentrados.
Desde la crisis del petróleo en los 70 y la generación de altos excedentes en dólares (petrodólares) que se volcaron al sistema financiero global se inició un periodo de prevalencia de las actividades rentístico financiero.
Este modelo convirtió al sector financiero en un poder globalizado, dominante en lo económico y político, con un poder en crecimiento, ya sea bajo gobiernos militares o civiles. (1)
El resultado ha sido una economía endeudada, un Estado sin instrumentos de política económica y con burocracias y estamentos políticos cautivos, en el marco de sociedades empobrecidas y fragmentadas.
Queda claro que este sistema para perdurar debe apropiarse de la riqueza que producen todos los argentinos, del excedente de la renta que genera en este caso las actividades primarias, agro alimentos, minerales, combustible etc, de los dólares que ingresan por la exportación de estos productos.
Bajo este modelo rentístico, no hay lugar para la industria, ni para salarios altos, ni para un mercado interno. Ya que fortaleciendo el mercado interno no solo no se generan dólares sino que además se consumen internamente parte de esa producción exportable.
Un modelo perverso, un capitalismo usurero y asesino, que margina a millones de personas, destruye nuestras sociedades y nuestro hábitat.
Este modelo entró en crisis, después de la caída de la Lehman Brother en 2008, donde se mostró la inconsistencia sobre la que se funda. El dinero no genera riqueza, solo un efecto burbuja, donde se alimenta a si mismo con más dinero, hasta que estalla. Solo las políticas de EEUU y algunos otros Estados que inyectaron dólares a los bancos, permitió capear el temporal. Sin embargo el modelo está herido de muerte, parece que tiene los días contados.
Es necesario poner toda la energía en denunciar este régimen, en construir un poder que pueda poner límites a un modelo de acumulación que se convirtió nuevamente en una pesada mochila, que dificulta cualquier proyecto de desarrollo autónomo, con inclusión social.
Hay que reemplazar este régimen de apropiación y saqueo de la riqueza de los argentinos por un modelo industrializador, de pleno empleo y altos salarios. Para ello es necesario nacionalizar la renta y los recursos naturales en beneficio de los sectores medios y populares y de la Nación en general.