«La inflación es el peor impuesto que cobra un mal gobierno a su gente» dijo Mauricio Macri en abril de este año, durante una entrevista para televisión española. La definición es tribunera y tramposa, porque la inflación puede ser síntoma de una puja distributiva -como ocurrió en la década pasada- o expresión de un formidable negociado financiero, como ocurre hoy.
Pero aún así correspondería darle en esto al presidente la derecha -con perdón de la redundancia-: la inflación es una termita que destruye las bases de la economía y evita la prosperidad general. En especial, la de los más postergados, que la corren desde atrás.
Pues bien, entonces: según sus propias palabras, el gobierno de Macri es un mal gobierno. Tirando a pésimo, si se tiene en cuenta que las proyecciones marcan que concluirá su tercer año de mandato con los índices de inflación más altos desde la híper de Raúl Alfonsín, en 1989.
Y no es sólo la inflación. Todos los indicadores macroeconómicos y sociales de Macri son peores de lo que había cuando llegó. A saber:
- El desempleo acaricia los dos dígitos, como no ocurría desde 2006.
- El endeudamiento alcanzó el 80% del PBI y, según el presupuesto, el pago de intereses es el segundo rubro que más recursos públicos se llevará en 2019, por encima de ciencia, infraestructura y educación.
- La actividad económica se derrumbó un 4,2% en el segundo trimestre y hasta el propio gobierno pronostica “como mínimo” otros seis meses de recesión.
- La pobreza, según el Indec, en el primer semestre trepó al 27,7 %. O sea: hay 800 mil argentinos que este año ya perforaron el piso de una vida digna. Y hasta el propio presidente admitió que en el futuro será peor.
¿Y la Pobreza 0 que prometió en campaña?
Otra vez será.
El propio Macri dijo en su discurso inaugural que el éxito o el fracaso de su gobierno debía ser juzgado por lo que ocurriese con la pobreza. El veredicto del jueves, entonces, fue contundente: su gobierno fracasó.
En ese estado de cosas, Macri le entregó la llave de la gestión económica al Fondo Monetario Internacional. La patética foto de la titular del organismo, Christine Lagarde, presentando el nuevo programa de ajuste con el ministro Nicolás Dujovne y la bandera argentina como decorado es la postal de un fracaso que todavía puede provocar más daño.
El economista Martín Alfie lo advirtió al traducir el nuevo torniquete oficial. “El gobierno terminó de sepultar el esquema de ‘metas de inflación’ (donde se maneja la tasa de interés) para pasar al control de ‘agregados monetarios’, es decir, el dinero en circulación en la economía -detalló-. El objetivo es dar una señal contundente de que va a haber menos dinero en circulación y, de tal forma, menor presión sobre los precios y/o el dólar. Es un enfoque estrictamente monetarista para controlar la inflación. Cero por ciento es muy fuerte en un contexto de alta inflación”, avisó el economista.
Para Alfie, la receta prescripta por el FMI “implica que se va a subir la tasa de interés todo lo que sea necesario para reducir el dinero en circulación, vía las Leliqs. Es decir, tasas de interés más altas, menos dinero en circulación, contracción crediticia: impacto en la actividad económica. A esto se le suma las bandas cambiarias. El objetivo es dar cierta «señal de estabilidad» del tipo de cambio. No queda claro que funcione como techo, porque el máximo de ventas es de USD 150 millones. ¿Y después de eso? ¿Flota? Es raro que hayan dicho cuál es el monto máximo de intervención”, aclaró.
“En síntesis, es un esquema duro, muy restrictivo -concluyó Alfie-. La apuesta del gobierno es que la demanda de pesos por motivos «especulativos» se reactive y se puedan ir relajando las condiciones monetarias. Pero muy posiblemente vayamos a meses de altas tasas y profundización de la recesión”.
Para que quede más claro: el gobierno argentino se propone provocar un mayor desastre económico y social para contener la escalada de costos y precios (salarios incluídos), y al mismo tiempo garantizar que los acreedores cobren en forma los préstamos que alimentaron el negociado financiero que ejecutó el macrismo durante su gestión.
Eso fue, en definitiva, la experiencia Cambiemos: un saqueo organizado y ejecutado por expertos, como Luis “Toto” Caputo, un “lobo de wall street” que comió, dio de comer a sus amigos, y voló de la gestión con las alforjas más cargadas que antes.
Pero que se conozca el desenlace no implica que la película terminó. Según el calendario institucional, a Macri le queda todavía un año de mandato. Y en su última visita a su casa matriz se mostró dispuesto a ir por la reelección. ¿Por qué no? Con el voto opositor dividido y alejado el fantasma del default, solo una cosa podría evitar que Macri se cuele al menos en un balotaje: una masiva reacción social que le ponga freno a la destrucción sistemática de las condiciones de vida de asalariados y mayorías populares en general.
El paro y la movilización del 24 y 25 pasado es indicio de que algo crece desde el pie. Pero no alcanza. Falta que los dirigentes consoliden una alternativa capaz de llenar el vacío en estómagos y conciencias que el “Gobierno Cero” de Macri dejará como tendal.