En el año 2000, México sintió que vivía el inicio de una nueva etapa política, una etapa diferente que podía transformar al país. La bautizaron “la transición” porque la elección presidencial del dirigente del Partido de Acción Nacional (PAN) Vicente Fox ponía fin a un reinado indiscutible del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la fuerza que había gobernado en soledad y sin nadie que le haga sombra durante 71 años. La esperanza de cambio duró apenas dos mandatos. En 2012, volvió el PRI de la mano de Enrique Peña Nieto, el joven que terminó de demostrar al electorado mexicano que no hubo tal cosa como una transición porque no existió mucha diferencia entre las políticas económicas, de seguridad, sociales de los dos partidos ni entre sus prácticas poco transparentes e ilegales. Por eso, después de décadas de demonización, de denuncias de fraude electoral en su contra que mantuvieron en vilo a la nación, de dos intentos presidenciales fallidos y de tomar las riendas de un partido nuevo, sin aparato ni base nacional sólida, a los 64 años el candidato de la centro-izquierda, Andrés Manuel López Obrador, podría ganar los comicios del domingo 1 de julio encarnando, otra vez, el sueño de una verdadera transición.
“El modelo está agotado, no sólo el PRI y el PAN y sus políticas similares, sino todo el modelo neoliberal. Los otros dos contendientes (Ricardo Anaya, el candidato de una alianza encabezada por el PAN, y José Antonio Meade, el ex ministro de Hacienda de Peña Nieto y embanderado del PRI) representan ese modelo y, por eso, pese a sus esfuerzos, no pudieron presentarse como una opción atractiva para la mayoría”, explicó a Zoom Rodrigo Elizarrarás, consultor y analista político de Humint.
López Obrador, o AMLO como lo llaman todos en México, no convence a todos. Para algunos es demasiado radical, demasiado autoritario, demasiado vengativo, demasiado soberbio, demasiado izquierdista. Pero lo que nadie niega -ni simpatizantes ni detractores- es que es el único de los tres candidatos que representa algo distinto al actual modelo económico-político y social neoliberal.
Pese a la poca atención internacional que atrajo tanto la campaña electoral como la dramática ola de violencia criminal y política que vive el país hace años, México es una de las economías más grandes del mundo -la segunda de América latina-, es uno de los principales destinos de inversiones extranjeras directas y uno de los lugares más visitados por los turistas de todos los continentes. Lo que sucede allí no debería pasar inadvertido.
México no atraviesa una recesión ni tiene altos niveles de inflación, desempleo u otros índices que suelen caracterizar una crisis económica o una situación insostenible. Sin embargo, esto no significa que las políticas estén funcionando.
En los últimos seis años, el gobierno de Peña Nieto continuó aumentando la deuda externa -casi en un 70%- y devaluó la moneda con respecto al dólar en más de un 51%, lo que permitió un aumento de las exportaciones el año pasado de casi un 10%. Esto es central en un país en el que el comercio exterior supone más de un 70% del PBI y en el que el modelo económico está íntimamente vinculado a los intercambios definidos por tratados de libre comercio con potencias más fuertes y ricas, como Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y Japón.
El mes pasado el Centro de Investigación en Economía y Negocios (CIEN) explicó en un informe que, después de dos décadas de crecimiento anual estancado del PBI de alrededor del 2%, la economía no logra despegar porque la mayoría de la población económicamente activa -57%- trabaja en la informalidad y, pese a que el desempleo es bajo, la mayoría de los empleos que se generan son poco especializados, de acuerdo a la dinámica regional creada por los tratados de libre comercio, especialmente el NAFTA con Estados Unidos y Canadá, que hoy está siendo renegociado a pedido de Donald Trump. En conclusión, estos nuevos puestos de trabajo creados no suman un valor agregado significativo que pueda alimentar el consumo interno y una reactivación más importante de la economía en general.
El otro elemento que alimenta la desilusión de la mayoría de los mexicanos -que según las encuestas ubicarán al candidato del PRI, Meade, en un lejano tercer puesto- es la seguidilla de casos de corrupción y mentiras que alcanzó al matrimonio presidencial, a varios de sus ministros y aliados en todo el país. Los casos se sucedieron a los largo de los seis años e incluso continuaron filtrándose cuando el oficialismo intentaba limpiar su imagen de cara a las elecciones generales. Esto se les complicó cuando en diciembre pasado la prensa reveló que en 2016 el Ministerio de Hacienda había desviado 12,7 millones de dólares a las arcas del PRI para las campañas electorales locales de ese año.
Al estancamiento económico y la corrupción estructural se le suma una violencia cada más generalizada y enraizada. Según el Quinto Informe de Violencia Política en México de la consultora de seguridad Etellekt, desde el inicio del proceso electoral en septiembre pasado hasta el 16 de junio, 120 líderes políticos y candidatos y 351 funcionarios públicos no electos fueron asesinados. En las últimas horas, a menos de dos semanas de las elecciones, otros dos candidatos a alcalde fueron asesinados en el estado de Michoacán, en el oeste del país.
“Lo preocupante es que no veo un protocolo de las autoridades electorales ni del gobierno. Le ofrecieron seguridad a algunos candidatos, pero no todos la toman porque no confían en esas autoridades federales”, advirtió Elizarrarás, quien destacó que la violencia política no fue tema “ni central ni periférico” en la campaña ni uno de los principales reclamos de la sociedad.
“Hay una gran apatía sobre esto. Hace años que tenemos una sociedad violenta. Lo que cambió ahora es que es política también. Nunca fue tan fuerte como este año. Hemos visto muchos ajustes y suponemos -porque no sabemos lo que está sucediendo- que los candidatos asesinados no quisieron tomar el apoyo económico de un grupo narco o no los convencieron de algún modo”, explicó el analista mexicano y agregó un ejemplo concreto: “Hay regiones muy violentas del país, como la sierra de Guerrero, en las que los candidatos tienen que pedir permiso al grupo criminal local para presentarse y hacer campaña”.
La usina de pensamiento internacional Instituto de Economía y Paz fue aún más lejos y alertó sobre una generalización de la violencia en todos los aspectos de la vida pública y privada en México. “La guerra contra las drogas alcanzó un nuevo nivel. Los cárteles se fragmentaron a medida que se neutralizó a los líderes, surgieron nuevos grupos criminales y la violencia se extendió por toda la costa del Pacífico. Sin embargo, por primera vez, los resultados del Índice de Paz México 2018 arrojan una nueva conclusión: la guerra contra las drogas no representa ya el panorama completo. En la actualidad, México afronta un colapso en el nivel de paz que afecta a la sociedad en general y en todos sus ámbitos. El país es menos seguro para la población en general, por razones que sólo ellos pueden resolver”, aseguró el informe más reciente de esta instituto con sede en Sydney, Australia.
Entre sus conclusiones, planteó que “ganar la guerra contra las drogas no es un objetivo de política viable para construir la paz” y agregó: “Los desequilibrios sociales atraparon a México en un ciclo de violencia, para salir del cual se requiere adoptar un enfoque totalmente nuevo hacia la paz y la seguridad. Décadas de corrupción y de un débil Estado de derecho han permitido que la economía ilegal florezca, hasta alcanzar un monto de 77.600 millones de dólares”.
En medio de esta crisis general de modelo, López Obrador es el favorito de todas las encuestas con una ventaja de más de 20% de intención de voto sobre el segundo, Anaya, una posición que casi pronostica una victoria segura en un país que no tiene ballotage presidencial. Esta amplia ventaja no es común y el candidato de centro-izquierda la consiguió con una propuesta ambiciosa: una cuarta revolución pacífica, austera, nacionalista y que combata la corrupción y la desigualdad social.
Para López Obrador, por lejos el candidato más experimentado de estas elecciones presidenciales, las tres anteriores revoluciones fueron la Independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución Mexicana de 1910.
En concreto, propone impulsar enmiendas constitucionales para modificar la reforma energética de Peña Nieto -que abrió la petrolera estatal Pemex a capitales privados bajo la promesa de reducir costos y el precio final de los combustibles, lo que no sucedió-, introducir mecanismos de democracia directa como un referéndum revocatorio presidencial cada tres años -como jefe de gobierno de la capital del país, AMLO se sometió a un plebiscito cada dos años y terminó con más del 90% de aprobación- y eliminar el fuero de los funcionarios públicos para agilizar los procesos judiciales por corrupción.
Además, prometió crear una zona impositiva privilegiada en la castigada región fronteriza con Estados Unidos, revisar las concesiones a empresas mineras para incluir reglamentación ambiental y suspender la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, una propuesta que desató la ira de gran parte del empresariado mexicano, una presión que provocó que López Obrador asegurara que su decisión sobre ese punto no es definitiva.
Esta marcha atrás describe el difícil equilibrio que trató de mantener a lo largo de toda la campaña. Tras décadas de demonización descarnada, López Obrador buscó moderar su imagen, su discurso y sus alianzas para evitar el mote de líder de izquierda radical. Nombró a un conocido empresario de Monterrey, Alfonso Romo, como coordinador del programa de gobierno e incluyó en su futuro gabinete -que cumple con una estricta paridad de género- a referentes del empresariado, líderes sociales y dirigentes que estudiaron en las principales potencias mundiales.
Además, a la hora de formar una alianza electoral para lanzar su candidatura, no sólo sumó a una fuerza de la izquierda mexicana, como el Partido del Trabajo, sino también al Partido Encuentro Social, una formación de derecha de clara influencia religiosa y con posiciones sociales conservadoras en contra del matrimonio igualitario y el aborto, por ejemplo.
En pleno apogeo de la campaña, son pocos los poderes del establishment mexicano e internacional que reconocen públicamente este giro pragmático -el diario The Washington Post lo bautizó hace poco en una editorial como el Trump mexicano-; sin embargo, algunos lo han hecho.
“A pesar de la retórica que a menudo es poco amistosa hacia la inversión y el mercado, los mercados parecen inclinados en esta etapa a dar el beneficio de la duda a una posible administración de López Obrador”, escribió la influyente calificadora internacional Goldman Sachs en su informe titulado “México: frente a 100 días de incertidumbre y potencial drama”.
Para Elizarrarás, sin embargo, no es tanto el pragmatismo demostrado por López Obrador, como el fracaso de la campaña negativa que tan bien le funcionó en otras elecciones a sus detractores lo que le podría garantizar su victoria en las urnas. “Esta vez la virulencia de la campaña generó un efecto contrario. Pero, en vez de cambiar la estrategia, siguen atacándolo de la misma manera”, explicó el analista y agregó: “López Obrador es sustancialmente el mismo, no hay grandes diferencias en sus propuestas políticas de fondo y, por eso, hay que recordar que su gobierno en la capital no fue muy radical”.
El domingo 1 de julio los mexicanos no sólo elegirán presidente, sino que también renovarán las dos cámaras del Congreso completas y votarán por las autoridades ejecutivas y legislativas de todos los estados, la capital y las ciudades. La gran duda, si gana López Obrador, es qué tipo de Congreso y qué distribución de fuerzas en los estados enfrentará. “Nadie discute que es el líder más fuerte de la centro-izquierda en el país. Pero no creo que vaya a haber una transformación radical y mucho menos inmediata. Las propias estructuras del país no lo permiten”, concluyó Elizarrarás a sólo diez días de una elección que, otra vez, muchos mexicanos creen que podría ser histórica.