La mirada a cámara es infalible, los gestos son hasta enigmáticos y la búsqueda del espectador es permanente. Si el discurso tiene que ir directo a la yugular, los ojos se clavan en el vidrio de la cámara y pelean para atravesar, persuadir e inculcar. Si la discusión es favorable, el avivamiento del fuego se mantiene hasta con sonrisas. Los datos, las informaciones, las tramas operativas y los cables de agencias, son manejados por los laderos de las columnas que con indignaciones e interpretaciones acompañan el juego.
No obstante, el eje central pasa por otro lado. El dador de palabra es uno solo, y es quien comanda el ritmo del decir y de la emotividad. En tándem con la música, los ruidos, las imágenes, este estereotipo de conductor de tiempos macristas timonea y vira el juego según los llamados de Twitter, el minuto a minuto o el mismísimo rating. Pocas veces se denominan «periodistas», muchas veces se alinean con una idea de entretenimiento y, en el mejor de los casos, son los que vehiculizan el decir cotidiano de la calle.
Ese pulso callejero, según señalan, es percibido por ellos, los adalides del impacto periodístico y las sonrisas cómplices: Santiago Del Moro y Alejandro Fantino. Cada uno, a su modo y con una estética diferente, propone una línea a seguir en tiempos macristas.
Entre posverdades, operaciones mediáticas y gestos adustos, coordinan día a día una agenda acorde con una discusión esperable. Bajo la máscara del trabajo de prensa, ellos andan al tranco del amor mediático, a la guarda del escándalo y la puesta en común de una subjetividad anclada en una idea de pura información o debate. Todas las voces todas de los animales sueltos que, sin embargo, siempre persiguen una misma noción política: la que plantea el gobierno.
Los rubios de América y de Daniel Vila son la punta de lanza del primetime de un canal que se impone como uno de los más cercanos al gobierno de Macri. No es algo nuevo ni tampoco repentino, es una vinculación política e ideológica que ha ido ganando terreno a partir de la asunción del actual presidente. Si bien Jorge Rial es la cara más visible del canal, su programa Intrusos es un oasis dentro de la lógica oficialista de la programación.
Los rubios, en cambio, detentan otro poder: el del debate televisivo y la puesta en escena del periodismo con presunción de objetividad. Asimismo, esa trama postulada por Del Moro, Fantino y su troupe de columnistas es uno de los principales desencadenantes del pensamiento político a partir del sentido común.
Estas figuras de la televisión, representadas en este artículo por Del Moro y Fantino, tienen un perfil que se construye en relación a valores meritocráticos y de superación personal, muy enlazados con la lógica propuesta por la gestión macrista. Estos conductores se muestran aislados del análisis político y se posicionan como personajes que atraviesan el oficio a partir de una lógica de nexo o puente. Ambos constituidos como sujetos provenientes del interior del país, se forjaron desde la marginalidad del entorno televisivo y ascendieron en sus funciones siempre desde la instancia privada -trabajando de diferentes modos en otros géneros y formatos televisivos o radiales-. Funcionales, de estereotipo acorde con lo solicitado por el establishment del deber ser mediático, aunque contestatarios en el lenguaje y la pose, construyeron una imagen en diálogo con el discurso misógino y la precariedad en términos de producción -Del Moro en Much Music, Fantino en TyC Sports- y han sido reivindicados en su perfil.
Un periodismo “Low Cost”
Los otrora chicos rebeldes siempre fueron exitosos y bellos en el marco de grandes medios de comunicación. Su formación es más técnica que intelectual -a pesar de los intentos de citas a filósofos a las que recurre Fantino- y cocinada en el ardor de la televisión en vivo y con el minuto a minuto. En su adultez, dosificaron el perfil de sex symbol y asumieron el discurso de jóvenes preocupados por “la realidad del país” que les permitió acceder a los programas de actualidad.
En esa construcción, ambos conductores dicen comprender el sentir de la gente porque no están relacionados con la política ni con el parnaso mediático típico de la televisión -en este sentido, que su lugar de actuación sea América no es menor, ya que no es un canal líder-. En dicha trama, existe una ligazón con los funcionarios de Cambiemos, quienes, en su discurso, también potencian una perspectiva alejada de la política desde la mismísima función pública. Todos “se metieron en política”. El periodismo, que actualmente podríamos denominarlo “Low Cost”, toma a estos profesionales de los medios como adalides de la información dura y los incluye en un relato funcional para la mal llamada apoliticidad.
En ese encaje falso, se han instalado algunas discusiones que ocuparon la pantalla durante largo tiempo: el reflote de la teoría de los dos demonios, el escrache a funcionarios kirchneristas, los informes sobre Venezuela, las operaciones contra los sindicalistas y sus sindicatos, la construcción mediática de María Eugenia Vidal, la proliferación de rostros macristas sin corbata, las entrevistas coreografiadas con frescura y el discurso moral de superficie sobre la política.
Los rubios tienen ojos color de cielo como el presidente. Ese signo es ensalzado con el valor de la transparencia que junto al pelo prolijamente cortado, dibuja la seriedad de una palabra vacía, pero legítima. Son templados en sus tonos porque alimentan la idea de saber dialogar y preguntar en sintonía con “la gente común” o “el laburante de a pie”. Además, valorizan su lugar como un espacio sin ideología u otro interés, y se muestran básicamente puros y bien intencionados.
Como líderes de opinión centran y autorizan la palabra en sus paneles. Mientras que los periodistas -avezados como los novatos- son parte del decorado y habilitan sentencias, los conductores concluyen y pontifican con sorpresa e indignación, según las circunstancias. Como sicarios, miran a cámara y disparan. Ellos son la opinión, natural y espontánea de la verdad mediática.
A pesar de las figuras significativas de Fantino y Del Moro, no son los únicos. La llegada de los rubios a la política excede el color de pelo. En los últimos años una gran cantidad de periodistas deportivos y del espectáculo encabezan programas de radio y tv especializados en el acontecer político. Traspasan la pantalla con la ingenuidad fingida. Se asombran, pero también se enuncian como desconfiados del sistema político. Es un ejercicio de cuestionamiento que siempre recalcan, pero que, a pesar de las inquietudes, nunca alcanza a las lógicas de concentración del capital y del oro en estos tiempos: las sensaciones de la información.