Antes de las elecciones de mitad de mandato, cuando el triunfo del oficialismo en provincia de Buenos Aires parecía en duda, la pregunta era si, en caso de verificarse una derrota ante nada menos que Cristina Fernández, seguirían adelante con el shock regresivo pese a esa hipotética amonestación del electorado. El jueves pasado, las cosas habían quedado bastante claras. El pedido de levantamiento de sesión formulado por Elisa Carrió, acatado –como sucede con todo cuanto ella dispone– por el resto de Cambiemos, fue apenas la sensata traducción de una derrota que la CEOcracia ya había sufrido abajo. Claro que es injustificable que unos poquitos vandalicen todo empañando la reprobación social a este proyecto, amplísimamente mayoritaria. Pero la responsabilidad primaria por la paz es siempre del Estado.
El presidente Mauricio Macri había apretado a los gobernadores, creyendo que eso expresa consenso. Y redobló el forzamiento tras su primer intento fallido. Los jefes de Estado locales, presos de su mediocridad, cedieron. Sin voluntad ni imaginación para ninguna alternativa. El WhatsApp de la diputada entrerriana Mayda Cresto, en el que reconoce que no quiere votar el ajuste jubilatorio pero que, en tal caso, su gobernador, Gustavo Bordet, sufriría sequía de financiamiento, es elocuente. También lo dijo el mandamás pampeano, Carlos Verna: fueron obligados a pactar por medio de una foto entre María Eugenia Vidal y Ricardo Lorenzetti. Fue el aviso de que la cuestión del Fondo del Conurbano podía resolverse por medio de un fallo de la Corte Suprema, lo que rompería en pedazos al interior… salvo que se rindieran. Así fue.
Cuando la política no canaliza demandas ciudadanas, cuando la oposición no cumple el mandato de las urnas, gana terreno la violencia. ¿Qué otra cosa se esperaba de la orfandad representativa sistemática del casi 60% que no votó a Cambiemos? Todo lo que se le antojó al Presidente en estos dos años lo tuvo. Pasó el pago a los buitres, el tarifazo, el veto a la ley antidespidos. Hasta que un día algo encontró una pared que las cúpulas no lograron contener. Los adversarios que juegan a no serlo hicieron oídos sordos. El resultado era cantado.
«El presidente Mauricio Macri había apretado a los gobernadores, creyendo que eso expresa consenso. Y redobló el forzamiento tras su primer intento fallido»
Un estadista se mide por su capacidad de evitar conflictos. Luego del voto no positivo de Julio Cobos, CFK no tenía obligación de derogar la resolución 125. Sin embargo, lo hizo. ¿Por qué? Porque entendió que, políticamente, eso era ya vía muerta. Asumió la derrota y recompuso por otro lado. De nuevo, ¿cómo se explica tanta obcecación en una iniciativa que genera este repudio? ¿Qué otra explicación hay que la exigencia del FMI para mantener la buena nota del endeudador serial en que se ha convertido la Argentina desde la asunción de Macri? ¿Cuánta república pueden reprochar quienes funcionan bajo órdenes de organismos internacionales?
Por supuesto que los desbordes harán que el reclamo pierda parte de la legitimidad que tenía. Seguramente la oposición está en deuda por su incapacidad para hacerse eco en las instituciones del ruido de las calles. En modo alguno puede olvidarse aquí que el punto de partida de esta crisis es la exclusión total de las decisiones públicas de una porción demasiado importante de la población que no vota a Macri y pierde hace bastante elecciones. Pero que igualmente sigue siendo demasiado significativa como para que el oficialismo suponga que puede avanzar en su contra sin tenerla en absoluto en cuenta como si nada.
Antes del comicio, muchos repetían que el macrismo en ningún caso obtendría mayoría en el Congreso nacional. Pretender que perder de vista eso sería gratis fue una idiotez demencial.