CFK corre de atrás –con empeño y conceptualidad aplaudibles, pero con errores políticos de larga data a cuestas– contra la caja del oficialismo nacional y, peor, contra el despliegue de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. El combo amarillo es más amplio (incluye medios y tribunales), pero también carga con el lastre de su desempeño socioeconómico, que –sin embargo– no le impidió conservar todo el voto de la primera vuelta de 2015, robustecido porque el agravamiento del declive peronista ensanchó márgenes. Con todo, convendría ser cuidadoso: parecía ser al revés durante la campaña previa a las PASO y, al final, hubo una diferencia casi imperceptible entre la triunfadora y su escolta. Como en política importa convencer además de vencer, y todo el sistema funciona descontando una nueva aprobación de las urnas a Mauricio Macri, la CEOcracia se suelta y profundiza su rumbo. La situación –de dominio público– de C5N, la bandera blanca que agita mucho justicialismo no kirchnerista luego de amagues de rebeldía cuando parecía que les iría mejor en las primarias, y la subordinación judicial y sindical, son ejemplos de una etapa que se parece bastante a una hegemonía, aun cuando con rigor científico podría rebatirse esa denominación.
El prólogo al Presupuesto 2018 confirma estas presunciones: en el del año pasado se hablaba con mayor dosis de timidez de la necesidad de sanear el desastre kirchnerista; esta vez, en cambio, se advierte mayor decisión en cuanto a la transformación del régimen económico. Un aroma conocido por estos lados: hay que despejarle obstáculos a la inversión, y cuando eso ocurra, nos liberará del subdesarrollo y el atraso. Así las cosas, no hace falta haberse graduado en una universidad extranjera para adivinar que una reforma laboral regresiva está dentro del orden de lo esperable.
“Tanto Macri como Horacio Rodríguez Larreta le deberán mucho porque sepultó las aspiraciones de Martín Lousteau. ¿Cómo se los cobrará?”
Herida toda la oposición por distintos motivos, la tensión, como era de suponerse, se traslada hacia la interna cambiemista. Mucha atención se presta a la mesa chica PRO, muy poca a la oficialista que obtendrá la mayor victoria: Elisa Carrió, quien superará el 50% en Ciudad de Buenos Aires.
La chaqueña ha demostrado, una vez más, que cuando es capaz de saltar por encima de los escollos con que artificialmente se auto obstaculiza, acumula dosis asombrosas de poder. Con liviandad se afirma que no quiere gobernar el país. Ya lo hace, en cierto modo. Es el veto más potente con que ha debido lidiar Macri en estos casi dos años. Cuando sus intereses no fueron debidamente contemplados, paralizó el Congreso. Hace casi doce meses que en Argentina no sale una ley, y eso es exclusiva culpa de la líder de la Coalición Cívica, quien cuando se insubordinó a Balcarce 50 expuso el frágil equilibrio del esquema balotajista y revalorizó a los peronistas dialoguistas, que entonces vieron la oportunidad de colar sus hasta ahora contadas frenadas de carro al Presidente. En eso, Carrió coincide con su enemiga máxima, Cristina Fernández: el sillón de Rivadavia no es todo el poder, Lilita pesa aun cuando lo más probable es que no llegue a ocuparlo nunca.
Se ha escrito incontables veces: Carrió es impredecible, incontenible. Lo segundo, ha sabido moldearlo. Lo primero, sigue vigente. Es su sello característico. En definitiva, puja por avanzar. ABC de la política. Extraña por sus modos escandalosos, pero en el fondo no inventa nada. Son esas maneras las que aterran a sus ocasionales compañeros de ruta. No ligarse una de sus gritaderas. O peor: una de sus denuncias, que sabe decorar mediáticamente como la mejor.
“Herida toda la oposición por distintos motivos, la tensión, como era de suponerse, se traslada hacia la interna cambiemista”
Ahora, aunque lo denuesta públicamente con dureza, acató al pie de la letra el manual proselitista de Jaime Durán Barba. Oculta todos sus pataleos, que tiene unos cuantos para con varios allegados al jefe de Estado. Tanto él como su sucesor, Horacio Rodríguez Larreta, le deberán mucho porque ella sepultó las aspiraciones de Martín Lousteau, que casi disparan un expediente doméstico con parte del radicalismo. ¿Cómo se los cobrará? ¿Qué costos supondrá eso en la dinámica de gobernabilidad? Ésta se supone domada a partir de los dramas justicialistas/kirchneristas, pero tal vez los duelos mayores estén por venir de adentro. ¿Estará pensando eso la plana mayor de Olivos, si es que imagina algo por fuera de lo que le provee el contraste con su antecesora?
En la Argentina atrapada en una puja de minorías, donde con el balotaje como realidad inamovible hasta nuevo aviso se crece a partir del descrédito ajeno más que por mérito propio, la dirigente que hace de Comodoro Py (y de la ex SIDE) su territorio no puede pasar inadvertida. Antes de las PASO, cuando parecía que el éxito de CFK podía llegar a ser más amplio de lo que finalmente fue, se escribió en esta columna que, en dicha hipótesis, una Carrió como la que hubo en CABA se convertía en el problema más desesperante para Macri. Sería, como es, la cambiemista con más votos pero en el contexto de una antagonista esencial resucitada por no haberse hecho con la presidenta mandato cumplido lo que el ala lilito sugiere: encarcelarla. Con, adicionalmente, todos los posibles postulantes PRO lastimados: Macri y Marcos Peña como encargados de la estrategia general, Vidal como mandamás de la provincia determinante y Larreta porque tuvo que pedirle un favorazo.
No sucedió, pero, igual, Carrió les quita el sueño a los propios. No serían tan extrañas, así las cosas, las picardías practicadas sobre el escrutinio definitivo. Pero sus motivaciones son inconfesables.