El eje del mal de Trump

El presidente norteamericano trazó un nuevo mapa enemigo que va de Pyongyang a Caracas y confunde migración con terrorismo. Los peligros de la arbitrariedad y el caso Las Vegas.

El mundo vive un nuevo momento de guerras, limpiezas étnicas, Estados represivos, violentos rediseños de fronteras y sistemáticas violaciones a los derechos humanos en todos los continentes. Sin embargo, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente estadounidense Donald Trump redujo el peligro que corre el planeta a cuatro gobiernos: los de Corea del Norte, Irán, Siria y Venezuela. Haciendo referencia a la trilogía de aventura adolescente Maze Runner y a la parte de ese mundo posapocalíptico en la que viven una suerte de zombis violentos y locos, el mandatario explicó frente a presidentes, primer ministros y embajadores: “El ‘Desierto’ de nuestro mundo es un grupo de regímenes rebeldes que violan todos los principios sobre los que las Naciones Unidas se construyeron”.

 

No es la primera vez que un presidente de Estados Unidos se para frente a un micrófono e identifica a los malos de turno, según la interpretación de la Casa Blanca. George W. Bush lo hizo en su primer discurso del Estado de la Unión después de los atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Señaló al Irak de Saddam Hussein, al Corea del Norte de Kim Jong-il (el padre del actual líder) y al Irán de Mahmud Ahmadinejad, y advirtió: “Estados como estos, y sus aliados terroristas, constituyen un eje del mal, al armarse para amenazar la paz del mundo. Al desarrollar armas de destrucción masiva, estos regímenes presentan un grave y creciente peligro. (…) El precio de la indiferencia podría ser catastrófico”.

 

Meses después, John Bolt, por entonces funcionario del Departamento de Estado, sumó a otros tres gobiernos a esa lista negra: la Cuba de Fidel Castro, la Libia de Muammar Kadaffi y la Siria de Bashar al Assad.

«El gobierno de Trump, que ha hecho de su lucha contra la inmigración una de sus principales banderas, está buscando confundir flujos migratorios con amenazas terroristas»

Quince años después, el precio de las acciones bélicas de Estados Unidos y sus aliados no ha sido menos catastrófico en muchos de estos países: Washington invadió, ocupó y dejó un Irak en constante caos político y armado, que incluyó el nacimiento de la milicia Estado Islámico; la OTAN atacó Libia para ayudar a una rebelión que hoy convirtió al país en un Estado fallido en el que tres gobiernos se disputan el poder nacional, Siria se transformó en el escenario de una guerra sin fin, en la que participan casi todas las potencias mundiales, entre ellas Washington; el ex presidente Barack Obama inició un acercamiento diplomático con Irán y Cuba tras el cambio de presidente en ambos países, un logro que, sin embargo, ahora Trump amenaza; y la disputa con Corea del Norte -el único de estos países con armas nucleares- sigue igual o más tensa.

 

Pese a este balance, el actual presidente de Estados Unidos puso otro gobierno en su mira: el venezolano de Nicolás Maduro. Pero Trump dio un salto aún más significativo y peligroso en su discurso ante la ONU. Asimiló el concepto de amenaza terrorista con el de amenaza migratoria; equiparó a los países que, según Washington, promocionan y financian al terrorismo, con los Estados fallidos o débiles que no pueden controlar completamente su territorio.

 

El resultado fue su nuevo y ampliado veto migratorio, anunciado el domingo 24 de septiembre, que mezcla y desdibuja los conceptos de seguridad nacional y política inmigratoria. “El Departamento de Seguridad Nacional, en consulta con el Departamento de Estado y el Fiscal General determinaron que un pequeño número de países siguen siendo deficientes en su gestión de identidades y sus capacidades para compartir información, protocolos y prácticas. En algunos casos, estos países también tienen dentro de su territorio una significativa presencia terrorista”, explicó el comunicado emitido por la Casa Blanca y publicada en su página web.

 

La prohibición a ingresar al territorio estadounidense incluyó –con algunas excepciones parciales– a los cuatro gobiernos mencionados en el discurso de Trump ante la ONU, a Libia y Yemen, dos países considerados hoy Estados fallidos y que son bombardeados intermitentemente por Estados Unidos; y Chad, una nación africana afectada por un conflicto armado propio y por el derrame de la violencia estructural de sus vecinos, principalmente, Sudán, Nigeria y República Centroafricana.

 

El veto, que comenzará a regir el próximo 18 de octubre, prohíbe el ingreso a Estados Unidos de cualquiera de los ciudadanos de estos países. Sólo hace dos excepciones. En el caso de Irán, mantiene las visas de estudiantes y de intercambio, aunque ordena aumentar los controles de seguridad; y en el caso de Venezuela, limita la sanción a los funcionarios del gobierno de Maduro que no cumplen con las condiciones de Washington para compartir información sobre temas vinculados con terrorismo y seguridad pública.

«Además de mezclar terrorismo con inmigración, listas negras con controles migratorios y sanciones políticas, este veto de Trump también podría abrir otra peligrosa puerta»

La Casa Blanca reconoce que Venezuela cumple con los estándares de seguridad en su sistema de identificación de ciudadanos y hasta exceptúa de la prohibición al resto de la sociedad, por considerar que existen “fuentes alternativas para obtener información”. Sin embargo, incluye a este país sudamericano en este nuevo eje del mal.

 

Además de mezclar terrorismo con inmigración, listas negras con controles migratorios y sanciones políticas, este veto de Trump también podría abrir otra peligrosa puerta.

 

Según el comunicado de la Casa Blanca, esta lista de países será revisada por el gobierno federal cada seis meses y en cada revisión se definirá si algún Estado entra o sale del veto. Entre las consideraciones que se tendrán en cuenta, Trump destacó la cooperación en materia de información sobre los ciudadanos y cualquier amenaza pública contra Estados Unidos, si el país es considerado un refugio para terroristas y si “regularmente se niega a recibir a sus connacionales que tienen orden de deportación desde Estados Unidos”.

 

Esto significa que si, por ejemplo, el gobierno de Trump sigue presionando por deportaciones cada vez más masivas de inmigrantes sin documentos o si ordena expulsar a solicitantes de asilo porque no los reconoce como refugiados –como sucedió en los 80 con miles de centroamericanos– y alguno de los países de origen de estas personas se niega a aceptarlos, como producto de un enfrentamiento político con Washington, ese Estado podría entrar a la lista del nuevo eje del mal de la Casa Blanca, en donde promotores del terrorismo y países pobres y débiles se mezclan.

 

La discrecionalidad para definir a un gobierno como promotor o protector de grupos terroristas o a un gobierno que representa algún peligro para Estados Unidos no es nueva. El eje del mal de George Bush no incluyó a ninguno de los países de origen de los atacantes del 11 de septiembre de 2001: 15 eran sauditas, uno egipcio, dos de Emiratos Árabes Unidos y uno de Líbano. Trump mantuvo esta tradición y su renovado eje del mal tampoco parece tener una vinculación con la nacionalidad de las personas que en los últimos 16 años atentaron en Estados Unidos.

 

Con excepciones como la de los hermanos Tsarnaev, los jóvenes chechenos de Kirguistán que plantaron dos bombas caseras en la recta final del maratón de Boston en 2015, de Tashfeen Malik, la paquistaní educada en Arabia Saudita que junto a su esposo estadounidense masacró a 14 personas en California ese mismo año, o de un refugiado somalí que atropelló con un auto a un grupo de personas en la Universidad estatal de Ohio al año siguiente, la gran mayoría de las personas que se radicalizaron y protagonizaron los más de 20 ataques que sacudieron Estados Unidos en la última década y media eran ciudadanos norteamericanos. El último ejemplo, esta semana, fue Stephen Paddock, un estadounidense de 64 años desconocido para la policía, que asesinó a casi 60 personas en un festival de música country en Las Vegas.   

 

En este pasado violento de Estados Unidos no aparecen ciudadanos norcoreanos, iraníes, venezolanos, sirios, yemeníes, libios o chadianos.

«Actualmente, Estados Unidos bombardea, con o sin aliados, tres de los siete países del nuevo eje del mal de Trump: Libia, Siria y Yemen»

Está claro que muchos países quedaron afuera de la lista negra de Trump por razones políticas. Arabia Saudita y Pakistán, por ejemplo, son conocidos promotores de grupos islamistas radicales, pero también son aliados incuestionables de la Casa Blanca. Con Irak, Somalia, Rusia y tantos otros, la Casa Blanca tiene intereses en juego que no quiere poner en peligro. No es necesario hacer un análisis exhaustivo de todos los Estados del mundo para entender la discrecionalidad de la lista armada por el gobierno estadounidense. Entonces, la pregunta que resta hacerse es: ¿cuál es el objetivo detrás de la construcción de este grupo de parias internacionales?

 

Actualmente, Estados Unidos bombardea, con o sin aliados, tres de los siete países del nuevo eje del mal de Trump: Libia, Siria y Yemen. En todos los casos, dice combatir a la milicia Estado Islámico y grupos islamistas. A Corea del Norte ya amenazó con “destruirlo completamente” en su pulseada por el desarrollo del programa nuclear militar del país asiático. Al igual que a Pyongyang, la Casa Blanca impuso recientemente sanciones financieras y políticas a Venezuela e Irán. En el primer caso, por considerar al gobierno de Maduro responsable de la represión a las manifestaciones callejeras que terminaron con más de cien muertos y, en el segundo caso, tras concluir que la República Islámica es uno de los principales promotores del terrorismo en el mundo. Esta última denuncia volvió a tensar la relación con Teherán, luego del inicio de acercamiento alcanzado por Obama tras firmar el famoso acuerdo multilateral que limitó dramáticamente el desarrollo nuclear en ese país.

 

Chad es la gran excepción. Es el único de los países incluidos en el veto que tiene un gobierno que mantiene una relativamente buena relación con la Casa Blanca y una fluida cooperación en la llamada lucha contra el terrorismo que lidera Estados Unidos en todo el globo, con un base militar norteamericana en su territorio que usa para intervenir en naciones vecinas.

 

Mientras no está claro cuál es el rol que jugará Chad en esta nueva estrategia de Estados Unidos, sí hay indicios de que el gobierno de Trump, que ha hecho de su lucha contra la inmigración una de sus principales banderas, está buscando confundir flujos migratorios con amenazas terroristas. Si la Casa Blanca logra superar las batallas judiciales que seguramente surgirán y la Corte Suprema vuelve a apoyarlo, no sólo legalizará esta peligrosa confusión, sino que la institucionalizará con revisiones semestrales, que podrían acompañar la volatilidad del discurso del presidente norteamericano.

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