Analizar una elección de medio término suele ser complejo porque se trata de una disputa eminentemente distrital, con demasiados mensajes cruzados. Resulta difícil sintetizarlos.
Esta particularidad se agrava en el marco de las PASO de ayer porque el gobierno nacional construyó una escena mediática con lo acontecido en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, que se dieron vuelta muy de madrugada, luego de que la tapa de los diarios se escribió con un triunfo macrista que fue, al final, menos arrasador que al inicio, pero igualmente importante. Tiene cierta lógica: el oficialismo enfrentaba en esos distritos a dos expresiones nítidamente kirchneristas como la presidenta mandato cumplido CFK y su otrora jefe de diputados y ministro, Agustín Rossi. Se entiende: el debate Marcos Peña-Emilio Monzó sobre el peronismo (usarlo para crecer por contraste, postula el primero; acordemos, contesta el segundo), lo ganó, hace rato, el jefe de Gabinete.
Ése será el tono de la carrera que ya se inició hacia octubre, porque las maniobras fueron burdas y evidentes, y con eso posibilitaron que Unidad Ciudadana mantenga una épica por la cual pelear durante dos meses. Gasolina con la que Cambiemos intentará disimular sus indesmentibles dificultades de gestión. Pero no sólo de lo que ha dado en llamarse negocio del país dividido va esto. El peronismo más amigable para con Mauricio Macri ha obtenido resultados entre regulares y malos, con la derrota por goleada del cordobesismo como capítulo más resonante.
«Las maniobras fueron burdas y evidentes, y con eso posibilitaron que Unidad Ciudadana mantenga una épica por la cual pelear durante dos meses»
Si Juan Schiaretti planeaba una liga de gobernadores para, desde allí, coordinar con el Presidente acuerdos de gobernabilidad, ahora ha quedado magullado, incapaz de plantear nada para oponer a la profundización de la regresión en curso. Pero es la propia CEOcracia, con los manejos de escrutinio comentados, la que admite que ello no le será sencillo frente a la resiliencia K.
Horas antes de la elección, se comentó mucho en las redes el trabajo de Juan Carlos Torre que publicó Panamá Revista, sobre la crisis del peronismo, que, según el autor, está viviendo su 2001 por la fragmentación de las clases populares que deberían ser su base, y que antes, a diferencia de ahora, tenían intereses homogéneos. Lo cual divide la representación y, por ende, favorece a las formaciones no-peronistas. Ayer quedó expuesto ese drama. Cambiemos avanzó y podría celebrar que se le ha renovado el crédito aún luego de tanto ajuste. Pidió otra oportunidad y le fue dada. Ganó posiciones mientras el justicialismo, K y no-K, sigue retrocediendo.
La novedad es que no sólo Cristina Fernández está cuestionada, sino todos los herederos del general en su esencia. Se vive una etapa de rechazo al peronismo que está a punto de convertirse en hegemónica. Cualquiera que tenía algo de poder por fuera de Macri y la líder de UC, ayer tropezó: Sergio Massa levanta la mano, aparte de lo ya señalado acerca de los gobernadores “racionales”.
«La novedad es que no sólo Cristina Fernández está cuestionada, sino todos los herederos del general en su esencia. Se vive una etapa de rechazo al peronismo que está a punto de convertirse en hegemónica»
Si Cambiemos repite guarismos en octubre, y los amplía en Buenos Aires, por simple cuestión de poroteo de bancas se verá en la necesidad de requerir auxilio del justicialismo. Pero eso no es lo sobresaliente del caso sino, como decíamos en la última columna, el contenido de los mismos. La moneda ahora está en el aire, y la única chance que existe de frenar este programa es que en la provincia más grande alguien junte consenso para golpear la mesa. De lo contrario, toda la tensión política se trasladará a la interna oficialista, porque la totalidad de sus diversas corrientes saldrían fortalecidas: Elisa Carrió, que es un expediente en sí mismo; Peña, arquitecto de la edificación; María Eugenia Vidal, quien se cargó la campaña bonaerense al hombro y puso en expectativa a un pésimo candidato –que encima ella no quería– como Esteban Bullrich; y Horacio Rodríguez Larreta, quien acaba de triturar al único que tal vez podía soñar con hacerle sombra, Martín Lousteau.
Pero ni así se despejará el atolladero peronista, que en el actual estado de dispersión no podrá siquiera soñar con el regreso. CFK confirma su condición de primera minoría en esa familia, de la que no puede salir desde 2013, con la expectativa de al menos mitigar la coyuntura, pero los obstáculos para armar una alternativa siguen luciendo inabordables por esta vía. En el cuadro general, mejoraron las coordenadas del Partido del Balotaje. Nunca es triste la verdad, aunque el amarillismo, en ostentación inverosímil de torpeza, haya empañado su propia fiesta.