La pelea por la expulsión de Julio De Vido de la Cámara de Diputados trajo al centro del escenario de nuevo a un actor político que venía recuperando peso desde la asunción de Mauricio Macri, tras haberlo perdido durante el kirchnerismo: la liga de gobernadores. En especial, claro, los peronistas, unos cuantos de los cuales operaron legisladores para salvar al ex ministro de Planificación. Ignacio Zuleta ha escrito alguna vez que el peronismo es, a fin de cuentas, una mesa de mandatarios provinciales, y puede que así sea desde que, tras la muerte de Juan Domingo Perón y la renovación encabezada por Antonio Cafiero, el movimiento cambió de columna vertebral: del sindicato al territorio. Y de ese entonces hasta esta fecha sigue siendo mayoritario en el interior.
Martín Rodríguez ha dicho que el peronismo debería revalorizar esa presencia, debilitada desde que la reforma constitucional del año 1994 eliminó el colegio electoral, que compensaba desequilibrios demográficos. Centrarse excesivamente en su peso —nada menor— en el conurbano es, pues, una derivación estructural de ese nuevo marco jurídico. Pero supone una apuesta de altísimo riesgo porque es a todo o nada desde que nació el PRO como rival, de cuna porteña pero con proyección a todo el AMBA. Macri se hizo presidente por Córdoba, donde el justicialismo perdió uno de sus fragmentos, reconvertido a provincialismo por sus peleas con los Kirchner, pero peleó bien PBA.
«¿Qué pasó para que decidieran colaborar tanto con Macri durante su primer año?»
Fernando De La Rúa y Eduardo Duhalde fueron sucesivamente maniatados por la mesa de gobernadores. Cuando llegó a Casa Rosada, como la conocía bien (porque la había integrado), Néstor Kirchner decidió desactivarla. La fórmula: trato mano a mano con intendentes. Subvirtió jerarquías y le salió bien… hasta cierto punto. No sufrió las mismas presiones durante su mandato, pero conforme los alcaldes fueron ganando peso por aquella decisión del santacruceño (los que supieron maniobrar políticamente ese viento de cola), resultó que los desafíos al poder central terminaron multiplicándose. Eso fue, inicialmente, el massismo. Derivaciones que le estallaron a CFK, quien ahora será candidata sobre una base de, justamente, jefes comunales.
Con la consagración presidencial cambiemista, el mapa de gobernadores se fragmentó más que nunca desde 1983, por razones muy distintas según el caso. Es parte de las consecuencias de la crisis que para los partidos tradicionales significó el estallido de 2001. Las vértebras nacionales han desaparecido, salvo la de quien tiene el sillón de Rivadavia. La cantidad de provincias que vienen girando hacia el localismo crece sin pausa, y con el gobierno más débil en la historia de la democracia recuperada ello se ha acentuado porque, en un marco de puras minorías, refugiarse para negociar garpa. Paradójico que esto suceda mientras las finanzas provinciales no dejan de debilitarse.
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Cuatro gobernadores comparten color con Balcarce 50: Horacio Rodríguez Larreta (Capital), María Eugenia Vidal (Buenos Aires), Gerardo Morales (Jujuy) y Alfredo Cornejo (Mendoza). Pero los dos últimos pertenecen al radicalismo, no al partido del Presidente, y condujeron sus respectivas construcciones, que en ambos casos incluyen soldados de Sergio Massa, con quien la ex vicejefa porteña ha casi cogestionado. Y el sucesor local del Presidente, por su parte, manda en la única comarca donde Cambiemos… no existe, porque no contiene al radicalismo allí. Como se ve, cada traje electoral se confecciona según las medidas de las diferentes comarcas.
Dato que se complejiza cuando se incorpora al pack oficialista al correntino Ricardo Colombi: en ese distrito los particularismos son aún mayores, porque recurrentes crisis institucionales, que llevaron a varias intervenciones federales y a un calendario distinto de votación, diluyeron todas las viejas identidades. El colombismo ha sido kirchnerista hasta más allá de la reelección de CFK. Podría decirse, pues, que la regla aquí es la buena sintonía con Olivos. Con matices, por supuesto.
Fuera de la CEOcracia, pero también del peronismo, tenemos al Movimiento Popular Neuquino, que no necesita ya que se lo explique. También al espacio del gobernador rionegrino Alberto Weretilneck, quien llegó a su cargo como vice tras la muerte de Carlos Soria, de la mano del Frente para la Victoria, y una vez allí se independizó y formó nuevas alianzas, aunque apoyó a Daniel Scioli en 2015. En Santiago del Estero, por su parte, pasa lo mismo que en Corrientes. De hecho, Gerardo Zamora es, igual que Colombi, oriundo de la Unión Cívica Radical. Pero su pertenencia K ha sido más profunda, a diferencia de Colombi no se ha enrolado en Cambiemos y articula con sus colegas pejotistas, buena parte del cual, en su versión santiagueña, integra su gobierno. Alguna similitud con el zamorismo registran los misioneros de Maurice Closs, otro radical que arma con justicialistas.
«Los gobernadores peronistas se reunieron ayer para, desde la corrección de al menos uno de sus déficits (el desbande) pensar la paritaria que se abrirá tras los comicios venideros, sea que gane Macri o bien CFK»
Del cordobesismo ya se ha hablado. Allí, el PJ dominado por Juan Schiaretti y José Manuel De La Sota se organiza en un frente distinto del que entre 2003 y 2015 labró a nivel nacional el kirchnerismo, al que en su versión cordobesa alguna vez incluyó, pero del que se ha divorciado definitivamente desde 2011. En Santa Fe gobierna el socialismo: históricamente en yunta con la UCR, que en parte ahora ha migrado con el PRO hacia el cambiemismo. Hasta aquí tenemos diez provincias, en el resto mandan peronistas, pero también con disimiles alineamientos.
Mario Das Neves, en su regreso a Chubut, se ha lanzado por afuera del partido, que allí responde la presidenta mandato cumplido. Juan Manuel Urtubey, en Salta, juega dentro del PJ local y nacional. Ahora sin el kirchnerismo en su comarca, al que también enfrenta arriba, lo que lo acerca peligrosamente al ex alcalde porteño, por lo cual alguno de sus colegas lo ha bautizado, maliciosamente, “embajador de Macri en el peronismo”. Aunque el marido de Isabel Macedo es, dicen, durísimo con el de Juliana Awada en sus terruños. Debería ser cuidadoso con ese doble juego, porque puede terminar hartando a ambos lados del mostrador, el peor de los mundos.
El resto, salvo Alicia Kirchner, integran el peronismo formalmente a nivel nacional, y mantienen localmente (también la cuñada de la líder de Unidad Ciudadana) alianzas parecidas a las que sostuvo por más de una década al FpV: el más novedoso en este rubro es el puntano Alberto Rodríguez Saá, quien, reconciliándose con el kirchnerismo al que (junto a su hermano Adolfo) enfrentó siempre desde que surgió, procura recomponer el pedazo de PJ que Macri le extirpó con su antecesor, Claudio Poggi. Los demás se dividen entre antimacristas furiosos: Gildo Insfrán (Formosa), Juan Manzur (Tucumán) y Carlos Verna (La Pampa, de trayectoria similar a los hermanos sanluiseños, acaba de incorporar a La Cámpora); y no-kirchneristas que, según el caso, zapatean más o menos contra la CEOcracia: Domingo Peppo (Chaco), Lucía Corpacci (Catamarca), Sergio Casas (La Rioja), Sergio Uñac (San Juan), Gustavo Bordet (Entre Ríos) y Rosana Bertone (Tierra del Fuego).
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¿Qué pasó para que decidieran colaborar tanto con Macri durante su primer año? Dos cuestiones: primero, la dispersión que se detalló los debilitaba en el contexto de expectativa que todo nuevo primer mandatario despierta. Máxime cuando se trata de uno que llegó a caballo de un antiperonismo muy revanchista en muchos de sus socios que, entre otras cosas, reprochan a los herederos del general presunto golpismo cada vez que le toca rol opositor. Imputación que un radical no-gorila y estudioso de la política como Andrés Malamud ha desmentido con contundencia.
Pero más ha influido una casualidad histórica: el paraguas nacional se perdió justo cuando en varias provincias se produjeron sucesiones de liderazgos igual de robustos en sus respectivas latitudes que lo era el de CFK, con los que deben convivir porque nutren a las arquitecturas que los sostienen. Pasó con Peppo (que reemplazó a Jorge Capitanich), Manzur (José Alperovich), Casas (Luis Beder Herrera), Uñac (José Luis Gioja) y Bordet (Sergio Urribarri). Bertone no lidia con antecesor interno pero sí con dos intendentes, con los que alguna vez compartió pertenencia K: ambos la adversan.
«Cada traje electoral se confecciona según las medidas de las diferentes comarcas»
Abrir un frente de batalla con Olivos cuando el territorio propio no lo es del todo habría sido riesgoso. Entenderse fue una forma de balancearse en una senda estrecha. Los ex han bancado eso, pero asumiendo para sí el papel de policía malo. También así pulsean (no todos) con la precandidata a senadora bonaerense por la conducción peronista a nivel nacional. La negativa de ella a allanarse a rediscutirla fue respondida así para desgastarla con el paso del tiempo. Intento que se verá en las urnas bonaerenses de agosto/octubre si funcionó: por ahora, demuestra resiliencia.
Pero tarde o temprano sus caminos se bifurcarían de los de Macri. Un poco porque estaba en el orden de lo esperable: Cambiemos tiene presencia federal, ya sea por la implantación territorial del radicalismo, o bien porque el PRO la ha ido edificando. Otro tanto porque los resultados decepcionantes de la gestión presidencial han ido haciendo más costoso mantener el apoyo para quienes deben revalidarse en las urnas: Peppo y Capitanich ya han sido advertidos en Chaco.
Por último, lo ya dicho del ADN gorila, no sólo anti-K, de mucho cambiemismo: es curarse en salud.
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Los gobernadores peronistas se reunieron ayer para, desde la corrección de al menos uno de sus déficits (el desbande) pensar la paritaria que se abrirá tras los comicios venideros, sea que gane Macri o bien CFK. Lidera Córdoba porque puede, el resto está parado sobre padrones pequeños, ninguno puede por sí sólo sintetizar al resto porque no los desbordan. La provincia mediterránea, en cambio, se cuenta entre las de volumen popular grueso. Terminaron con cuentas pendientes con CFK pero la actualidad es contradictoria con sus respectivas razones de ser. Solos no pueden. Seguramente, hasta nuevo aviso no haya mucho más que ver cómo se sigue durando. 2017 no está definido y para 2019 falta más que toda una vida. Quién sabe si ellos mismos sigan vigentes.
Recibirán presiones de ambos lados, qué duda cabe: el oficialismo les tirará con el pasado, que relata irrespirable, y con causas judiciales; Cristina, si entrara triunfante al Senado, con el ajuste que, por su origen y por las responsabilidades que tienen con sus pueblos, deberían intentar frenar. Cuidado a una cosa: 2017 no es la tercera vuelta de 2015 ni la primera de 2019.
Conviene caracterizar la etapa en sus especificidades antes de pretender abordar su representación.