Las derechas son todas iguales: hipótesis que me gustaría discutir.
En la Argentina el fin de ciclo de los años neoliberales fue anunciado en 1998 por la Bersuit Vergarabat con “Se viene el estallido,/se viene el estallido,/de mi guitarra,/de tu gobierno, también”. A los años neoliberales, en la Argentina y en otras latitudes latinoamericanas, le siguieron experiencias políticas interesantísimas, encarnadas por gobiernos con matices diversos: progresistas, reformistas y algunos revolucionarios (Venezuela y Bolivia concretamente). Con ellos apareció la idea de “democratización”, que designa un proceso de crecimiento, de progreso y de ampliación de derechos. Esta idea ha sido un signo común y general de la América Latina del siglo XXI. Y si bien es cierto que esta cuestión no ha sido representativa de todos los países de nuestra América, lo ha sido de todos aquellos que de algún modo encarnaron modelos sociales y políticos más inclusivos y menos desiguales. Esa experiencia empezó a entrar en crisis con el golpe de Estado en Honduras (2009), seguido por el golpe de Estado en Paraguay (2012) y reforzado con el golpe de Estado de Brasil (2016).Además, se agudizó con el triunfo de Mauricio Macri en la Argentina a fines de 2015. Entre los primeros actos presidenciales de Macri se registró un viaje al vecino Brasil, que tuvo un sentido legitimador: legitimar al Temor (Temer, en brasileño).O sea, que en los países mencionados, “nuevas” fuerzas políticas provocaron cambios sociales antiemancipatorios porque ya no ponen el Estado al servicio de todo el pueblo –por medio de la creciente socialización de la riqueza material– sino que lo ponen al servicio del capitalismo y de minorías de poder concentrado.
Pues bien, si acordamos que en la América Latina del XXI podemos encontrar dimensiones que se cruzaron hace poco –democratización, centralidad del Estado y gobiernos progresistas/reformistas y algunos revolucionarios–, también hay que agregar otra variable menos promisoria: la puesta en crisis de esas dimensiones por una derecha más o menos desarmada luego del golpe militar a Chávez (2002), pero con muchos representantes presentes en cada país. En América Latina entonces hay una derecha en movimiento, en proceso de rearticulación y de retorno (para decirlo ampliamente: a principios autoritarios de antaño), que se posiciona en contra de su pérdida de privilegios, que ve como amenaza la más mínima redistribución de la riqueza y que desea plena liberalidad para hacer sus negocios sin las irritaciones que conlleva el aumento de derechos para las grandes mayorías latinoamericanas. Los discursos y las resoluciones de esas fuerzas políticas son frenéticamente similares. Y aquí quiero ofrecer dos pruebas.
En Paraguay, del golpe al gobierno Lugo y de los despojos de la democracia, surgió el gobierno ilegítimo de Federico Franco, que dio paso al gobierno de Horacio Cartes. Éste nació de la legitimidad de las urnas, un dispositivo democrático por cierto, pero que no ofrece garantía alguna sobre el ejercicio de esa racionalidad política que decimos democracia. Pues bien. En octubre de 2013, Cartes propuso a Alfredo “Goli” Stroessner –nieto del dictador Stroessner– como embajador ante las Naciones Unidas, el organismo de mayor relevancia mundial para los derechos humanos, nacido para superar los horrores de humanidad. Stroessner nieto es defensor de una memoria paraguaya aderezada, en la que los horrores del régimen stronistano aparecen o, cuando aparecen, son justificados, banalizados. Ahí el “Nuevo rumbo” cartista explicitó su direccionalidad: el rumbo del retorno, del Partido Colorado al poder, de un modelo de poder basado en la concentración incontrolada de potestades en el Poder Ejecutivo y de grandes negocios estatales o privados que derivan en extremo enriquecimiento de pequeñas porciones poblacionales, entre otros leves detalles. En la Argentina, el “Cambio” también opera en el sentido del “futuro por pasado”, tal como indicó un furcio de Vidal en medio de los festejos de la primera vuelta. De hecho, el gobierno Macri acaba de designar a José Alfredo Martínez de Hoz (hijo) –cuyo padre fue ministro de Economía de la última dictadura cívico-militar-clerical– como vicepresidente del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI). Como Stroessner nieto, también Martínez de Hoz hijo reivindicó la memoria paterna por medio de una solicitada cuyo título recitaba “Martínez de Hoz trofeo para el Bicentenario” (2010), en la que se declaraba la inocencia de su padre. Con esta decisión del gobierno de la Alianza Cambiemos verificamos que se pretende restaurar un modelo económico, político y cultural de características CEOliberales como prolongación de ése que instalaron los cuadros civiles, empresarios y militares del terrorismo de Estado. Un elemento más que prolonga la aberración de la 2×1.
Estos movimientos paralelos que vemos en acto en la región nos demuestran que las resoluciones de las derechas latinoamericanas son similares y que a menudo apuntan al reformateo de la memoria y a la elaboración de un discurso y a la instalación de referentes apropiados para que el Nuevo rumbo en Paraguay o el Cambio en la Argentina se deslicen a través de cauces adecuados de consenso social. Y es incumbencia imperiosa de las grandes mayorías organizadas impedir la vuelta de este horror.