«No se puede hacer periodismo sin periodistas (…) Sin periodistas nuestra información tiene el mismo valor que cualquier tweet», dijo en un comunicado la Comisión Interna de los trabajadores de la agencia de noticias estatal Télam. “Opinan los expertos que más saben”, jodió Revista Barcelona en un falso (¿?) zócalo sobre una captura de pantalla con los sospechosos de siempre que pueblan Intratables, y agregó: “Confirman que quienes la semana pasada sabían de pedagogía, machismo y sindicalismo hoy son expertos en rock y organización de recitales”.
Entre el comunicado y el chiste -que desde Freud se sabe que si hace reír es porque su núcleo encierra una verdad-, bailando sobre la línea cada día más difusa que separa trabajar con la información del zoológico temático de las redes sociales, e inevitablemente lejos de los hechos, la realidad del periodismo actual como práctica social precarizada y como instrumento de manipulación de la noticia quedó más desnuda que nunca frente a los hechos de Olavarría.
Los hechos de Olavarría son: el recital del Indio Solari; los cientos de miles de personas que allí fueron; los hasta ahora dos muertos y más de una decena de heridos; los partes médicos de dos hospitales, uno público y otro privado; una terminal de micros donde hubo disturbios y fuego; un par de documentos relativos al uso del predio de La Colmena; rutas congestionadas por autos, micros y camiones de basura que alejaban a la gente de la ciudad. Todo eso, pero nada más. Lo demás, hablando en términos periodísticos (Una duda al escribir: ¿Es necesario decir “en términos periodísticos serios”? Sí, es necesario, porque hoy se le llama periodismo a cualquier cosa), es materia de investigación. De investigación periodística y, claro, de una investigación judicial que no debería tener nada que ver con los juicios mediáticos.
La multiplicación de las muertes
El domingo, a la 1:23 de la madrugada, la agencia Télam se mandó en punta con un despacho cuyo título anunciaba una catástrofe: “Hay siete muertos y decenas de heridos por una avalancha en el recital del Indio Solari en Olavarría”. Ahí estaba todo, sin condicionales: un número preciso de muertos (siete), por lo menos veinte (“decenas” son por lo menos dos, pero resuena a muchas más), la única causa de las muertes y las heridas (la avalancha) y, claro, el lugar y la ocasión (el recital de Solari en Olavarría).
Télam es la agencia estatal de noticias y la que por lejos tiene más medios abonados en todo el país. Por eso el despacho se vio rápidamente multiplicado con el correr de las horas de la madrugada. Algunos medios lo reprodujeron sin modificarlo, citando y confiando en la fuente; otros fueron más allá y utilizaron el despacho como base para otras crónicas, “enriquecidas” con la “información” que abrevaron de las redes sociales. Así, pronto, en muchos casos los muertos dejaron de ser siete para transformarse en diez, en veinte, en más de veinte y en alrededor de treinta. La multiplicación de las muertes partía de un mínimo que no se ponía en duda: los siete que había matado Télam, a los cuales la lógica del amarillismo no pudo menos que hacer crecer. Vamos, que si los muertos ya son siete y hay decenas de heridos, algunos de estos seguro que se van a morir y mejor que lo digamos nosotros primero.
“La realidad del periodismo actual como práctica social precarizada quedó más desnuda que nunca frente a los hechos de Olavarría”
Cuando el daño ya estaba hecho, el despacho original desapareció misteriosamente de la página de Télam. A la mañana siguiente, un comunicado de la Comisión Interna de los trabajadores de la agencia denunciaba: “Télam difundió esta madrugada un despacho que ‘informaba’ que al menos siete personas habían fallecido durante el recital del Indio Solari. El respaldo de esa información por la agencia oficial al rumor que entonces circulaba fue el factor determinante para que numerosos medios legitimaran y replicaran ese dato, luego desmentido por la realidad”. Y luego explicaba: “Ningún medio está exento del error. Pero aquí, más que error, quedó al desnudo una forma de conducir la redacción por parte de la empresa que no envió un periodista a Olavarría para evitar pagarle horas extras u otorgarle un compensatorio -se levantó el viaje, que estaba programado desde hace semanas por la sección Espectáculos, el jueves previo- y que no tiene una estructura adecuada en el turno madrugada. No se puede hacer periodismo sin periodistas. Sin periodistas nuestra información tiene el mismo valor que cualquier tweet. Así fue anoche. La agencia, que debió ser el canal de la certeza y la responsabilidad, alimentó el desconcierto”.
En otras palabras, los periodistas de Télam dejaron en claro que la “noticia” había sido bajada de la web porque contenía información falsa, que los supuestos datos que contenía habían sido obtenidos de las redes sociales, que habían sido publicados sin que nadie se ocupara de chequearlos y que todo era de segunda o de tercera mano porque la agencia no había enviado a ningún cronista a Olavarría para cubrir el recital. Y todo por ahorrar en viáticos y horas extras.
Para terminar, el comunicado decía: “El Directorio eligió ajustar por el periodismo. No existe el periodismo de excelencia sin estar presente en el lugar de la noticia. Cada peso que se recorta en el servicio es credibilidad que la agencia pierde. Quizá a la conducción de la empresa no le importe, pero a sus trabajadores sí”.
La precarización laboral inventó siete muertos.
Periodismo, precariedad y manipulación
Lo de Télam fue flagrante, pero que su “noticia” se multiplicara hasta transformarse en una ola que, por unas horas, arrasó con la verdad e instaló en la opinión pública una versión falsa de los hechos se debió que no fue el único caso. Salvo excepciones -como La Nación e Infobae-, los grandes medios hicieron lo mismo: no enviaron periodistas propios a cubrir el recital y quedaron a la espera de los cables de agencia.
Sin gente en el lugar y con una papa caliente en las manos apelaron entonces a llenar momentos de radio, horas de televisión y espacio en los portales web con lo que pudieron, es decir nuevas versiones sin contrastar, testimonios aislados, videítos y fotos sacados de las redes, “expertos” de toda estofa, opinólogos y panelistas de lo que venga. En ese sentido, la pantalla humorística de Barcelona citada al principio de esta nota desnuda la mecánica mejor que cualquier análisis.
Al mismo tiempo, desde los estudios de radio y televisión, estos “protagonistas” de la no noticia comenzaron a jugar el juego que mejor juegan y que más les gusta: la búsqueda de culpables, utilizando como “pruebas” incuestionables sus meras opiniones, experticias incalificables e inclasificables y, por supuesto, el largo dedo acusador del “sentido común”.
“Lo de Télam fue flagrante, pero que su “noticia” se multiplicara hasta transformarse en una ola que, por unas horas, arrasó con la verdad e instaló en la opinión pública una versión falsa de los hechos se debió que no fue el único caso”
En esa búsqueda jugó, como siempre, la intencionalidad política de cada medio, oculta detrás de la selección de sus panelistas, opinólogos y expertos “independientes”, del recorte tendencioso de la información y por supuesto, con los hechos ya transformados en desechos. De un lado apuntaron todos los cañones al Indio Solari y a los organizadores privados; del otro, al intendente, al gobierno provincial y al nacional. La corona de campeón en ese juego se la llevó el inefable Pablo Sirvén con un tweet que encerraba pretensiones de equilibrada totalidad: “Un megamillonario K de la música exprime al máximo a su público. Un intendente de Cambiemos se hace el desentendido. Qué horrible combinación”.
Otra maravilla de la desinformación tendenciosa fue la que se perpetró desde la pantalla de Canal 13. Con dos asistentes al recital en estudios, el zócalo rezaba: “Hablan dos sobrevivientes de la tragedia”. Por si hace falta decirlo, al momento de escribirse estas líneas había dos muertos y se estimaba que al recital del Indio Solari concurrieron, por lo menos, trescientas mil personas. Si se utilizan los términos del canal de Magnetto hubo, entonces, 299.998 sobrevivientes.
En este contexto, sólo unos pocos medios gráficos hicieron lo que se debe hacer: buscar información de primera mano, revisar documentos (como, por ejemplo, el aval del intendente de Olavarría para la cesión de un predio en condiciones irregulares para la realización del recital) y tratar de reconstruir lo ocurrido en base a testimonios confrontados y hechos comprobados.
Esa cosa que se llama periodismo, ¿vio?