“El que abandona no tiene premio”
Los Redonditos de Ricota
-Rumbo uno-cero-cinco -le dijo al piloto un joven flaco, alto y bien vestido que se acercó a la cabina junto con su compañero. Según las cartas náuticas, ese era la ruta que los conduciría a las Islas Malvinas. Pero era un avión.
-Vamos muchachos déjense de joder y siéntense -les respondió risueño el piloto de Aerolíneas Argentinas Ernesto Fernández García. Pero después cuando vio que tenían un arma y que iban en serio se dispuso a enfilar la nave rumbo a nuestras islas.
El joven flaco y bien vestido, líder del llamado Operativo Cóndor, era Dardo Cabo. Era el mayor de ese grupo de militantes nacionalistas y peronistas, aunque apenas tenía 25 años. Dardo era el hijo de Armando, uno de los duros de la resistencia peronista, dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
La única mujer del grupo era Cristina Verrier, dramaturga y periodista, además de rubia, bonita y con muchas agallas. Se habían conocido con Dardo Cabo un tiempo antes cuando ella hiciera una entrevista para la revista Panorama sobre el grupo nacionalista al que pertenecía el seductor Cabo: Tacuara.
Y mientras empezaron a salir y a soñar juntos una aventura en Malvinas, Dardo fue uno de los fundadores de una ruptura con aquel grupo de impronta falangista para fundar el Movimiento Nueva Argentina, ya reivindicando abiertamente al peronismo.
Aquellos arriesgados jóvenes (un grupo total de 18) llegaron a nuestras islas y plantaron siete banderas argentinas. Las hicieron flamear antes de que llegaran las autoridades inglesas. Se tomaron el tiempo para rebautizar simbólicamente a Puerto Stanley con el nombre de Puerto Gaucho Rivero, en honor al peón de estancia que había sublevado a los gauchos que trabajaban bajo el yugo inglés y había enarbolado la bandera nacional en el suelo de Malvinas en el siglo XIX.
Por la radio del avión emitieron una proclama que se repiqueteó hasta llegar a Buenos Aires. Era septiembre de 1966.
No fue un día cualquiera el elegido por los Cóndores para hacer su operativo en Malvinas. Se encontraba visitando la Argentina el duque británico Felipe de Edimburgo, en un viaje protocolar. Eran los tiempos de la dictadura retardataria del general Juan Carlos Ongania. Dicen que cuando se enteró estaba jugando un partido de polo con el duque. Seguramente horrorizada, alguna de las señoras enfundadas en sus tapados de piel y adornada con sus carísimas joyas bajó de la tribuna del Campo Argentino de Polo para avisar lo que estaban comunicando por la radio.
Los valientes Cóndores fueron encarcelados por las tropas de ocupación británicas y remitidos al continente. Mientras la opinión popular los recibía como héroes, la opinión publicada y los funcionarios de aquella dictadura que se decía nacionalista los condenaron y los enceraron en sus cárceles.
Dardo, estando en prisión, se casó con María Cristina. Cuando salió, se integró a la organización peronista Descamisados, que años más tarde se fusionaría con Montoneros. A Dardo Cabo le tocó la responsabilidad de dirigir el semanario El Descamisado, cuyas editoriales marcaban la línea política al pulso de una historia compleja.
Dardo terminó preso durante el gobierno de Isabel y quizás eso lo salvó de ser un desaparecido. Pero no de que fuera asesinado por la dictadura genocida de Videla y Martinez de Hoz. Mientras estaba detenido oficialmente en la unidad 9 en las cercanías de La Plata, se le aplicó lo que con eufemismo llamaban “ley de fugas”. Y en las inmediaciones de Brandsen fue fusilado junto con otro compañero montonero, Rufino Pirles. Era el 5 de enero de 1977.
Dardo Cabo, cuyo testimonio de dignidad afuera y adentro de la cárcel lo hacía un “irrecuperable”, era una presencia molesta para aquellos que querían implantar a sangre y fuego las nuevas condiciones de la dominación imperial.
Hoy los responsables militares de esa decisión están siendo juzgados. Los beneficiarios civiles bien gracias.
María Cristina Verrier logró sobrevivir a los oscuros tiempos del terror en la Argentina. Luego de largos años de silencio, reapareció entregándole a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner las siete banderas que flamearon en Malvinas los días 28 y 29 de setiembre de 1966.
Estas históricas banderas hoy pueden verse en el Salón de los Pasos Perdidos del Senado de la Nación, en el patio Islas Malvinas de la Casa Rosada, en el Museo del Bicentenario, en la Basílica de Itatí, en la Basílica de Luján, y la última en el mausoleo del ex presidente Néstor Kirchner en Río Gallegos.
La Sanmartiniana
Habíamos dejado La Sanmartiniana a la deriva, desenganchada de su remolque cerca de la isla de los Estados. Y a toda la prensa canalla tratando de golpear en el piso a la dignidad nacional caída. La metáfora perfecta que les servía para augurar el fin de ciclo que intentaban instalar.
Calmada la tormenta en el Atlántico Sur, las autoridades marítimas la buscaron y la dieron por perdida. Habían cumplido con el protocolo de rutina. Pero Urien y su gente no se dieron fácilmente por vencidos. Los hombres y mujeres de FIPCA (Fundación Interactiva para promover la Cultura del Agua) siguieron buscando, porque habían aprendido junto a las Madres de Plaza de Mayo que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. Consiguieron un avión y salieron a recorrer una zona más amplia. Los vientos iban arrimando a la Sanmartiniana hacia Malvinas el lugar hacia el cual la diplomacia le había negado dirigir sus velas.
Mientras se hacían tareas de reconocimiento y fuera del área de exclusión arbitrariamente decretada por los invasores británicos, el avión que tripulaba Julio César Urien fue amenazado por un bombardero británico y conminado a abandonar la zona.
Poco tiempo después se tuvieron noticias de la Sanmartiniana. ¡Estaba en Malvinas! Su destino histórico.
Comenzaron tiempos de papeleo y reconstrucción. Asegurar la titularidad. Hacer que los kelpers británicos autorizaran retirar el velero. Todas tareas arduas y costosas. Un grupo de ingenieros y marinos experimentados capitaneados por Urien asumieron un nuevo sueño: reconstruir el velero para que volviera al suelo continental (porque en suelo y mar argentino estuvo siempre).
Leo y Florencia (una pareja joven de una edad aproximada a la que tenían Dardo y Maria Cristina) asumieron su tarea militante desde su programa en la Radio Gráfica que funciona en una empresa recuperada. Desde allí fueron siguiendo desde un inicio la patriada de la Sanmartiniana. Relacionados con FIPCA, asumieron la tarea de viajar a Malvinas para recoger el testimonio de los hombres que estaban en la dura tarea de reconstrucción de la nave. Era una gesta digna de ser contada. No fueron pocas los problemas para, en un territorio hostil (en su mayoría) a los argentinos, volver a poner en condiciones la embarcación.
Leo, camuflada entre sus prendas de la valija, decidió llevar dos banderas. Una del Frente para la Victoria y una de Descamisados. Así por una de esas vueltas del destino la bandera de Dardo Cabo volvía a flamear en nuestras islas exactamente 50 años después.
Finalmente la Sanmartiniana esta lista para una nueva aventura: ¡Volver!
Cuántas veces nos dieron por derrotados y por muertos. Cuántas veces se apresuraron a escribir el epitafio de nuestros sueños. Cuántas veces pensaron que habíamos naufragado, que estábamos en el fondo del mar, en un lugar del que nunca regresaríamos. Pero a pesar de las bombas y los fusilamientos, los compañeros muertos y los desaparecidos: ¡no nos han vencido! Y ahí estamos volviendo. Siempre volviendo.
La tripulación está conformada por seis tripulantes, el Capitán Heraldo Wettstein y Enrique Estevez, Manuel Benzi, Jose Bjerring, Carlos Bertola y Héctor Casenave. Hombres dispuestos a enfrentar solo a vela (porque no funciona bien el motor de la embarcación) a uno de los mares más difíciles del mundo. Y traer de nuevo con nosotros a la Sanmartiniana.
El domingo 27 de noviembre a las 9:00 salió de Puerto Argentino rumbo al continente con la fuerza de su tripulación militante. Al salir del Puerto ocupado por los colonialistas británicos, izaron el pabellón nacional en el asta de popa. Las autoridades coloniales lo habían prohibido mientras estuvieron bajo su jurisdicción.
Ahí va La Sanmartiniana a palo y palo enfrentando olas de más de 5 metros y vientos de 70 km, avanzando hacia el continente.
El Capitán Cacho Wettstein se comunicó con Julio Urien, presidente de FIPCA, que sigue atentamente las vicisitudes de La Sanmartiniana pero que no pudo viajar a Malvinas porque a partir de la restitución de su grado militar le fue prohibido el viaje a nuestras islas (y por ende ser parte de la tripulación de la gesta sanmartiniana). El capitán Cacho, desde su teléfono satelital informaba que, pese a las fuertes exigencias de la navegación, la tripulación si bien mojada se encuentra en buen estado, manteniendo su espíritu aguerrido para enfrentar estas situaciones.
Estamos volviendo. La Sanmartiniana vuelve. No nos han vencido.