Nacida en el Centenario de la Independencia y muerta en el año del Bicentenario, los cien años de vida de Magdalena Nelson Hunter de Blaquier tienen un principio y un final que parecen cerrar un círculo. Llegó al mundo en 1916, cuando en virtud de la Ley Sáenz Peña, entraba en la Casa Rosada el radical Hipólito Yrigoyen, el primer presidente elegido por sufragio universal masculino en la Argentina y también el primero en encabezar un gobierno popular, y murió cuatro días después de vivir un siglo, en el primer año de un gobierno con pretensiones de restauración de aquel país desigual cuya burguesía se enorgullecía de considerarlo el granero del mundo.
Quizás para ponerse a tono, la necrológica con que la despidió el diario La Nación tiene el mismo estilo de las notas de alta sociedad de hace un siglo. “Cuatro días después de cumplir 100 años, murió en la ciudad de Buenos Aires Magdalena Nelson Hunter de Blaquier. Honrada con animadas exequias, en las que sus nueve hijos, 40 nietos, 85 bisnietos y sus ocho tataranietos le rindieron un último adiós entre aplausos y sonrisas -como ella hubiera deseado-, sus restos fueron inhumados en el Cementerio de la Recoleta. Allí descansa ahora junto a su marido, Juan José Silvestre Blaquier Elizalde, terrateniente y eximio jugador de polo, que había fallecido en un accidente aéreo en Panamá en 1959”, dicen sus primeras líneas.
“Nacida en el Centenario de la Independencia y muerta hace pocos días en el año del Bicentenario, los cien años de vida de Magdalena Nelson Hunter de Blaquier tienen un principio y un final que parecen cerrar un círculo”
En las páginas de genealogía argentina se informa que Magdalena Nelson Hunter, hija de una familia de la alta burguesía porteña, y Juan José Silvestre Blaquier, vástago de grandes terratenientes, se casaron el 15 de noviembre de 1937 y que tuvieron nueve hijos: Mercedes, Juan José, Magdalena, Dolores, María Teresa, Agustina, Eduardo, Marina y Julia Elena. Todos ellos consideran que su lugar en el mundo es el casco de la estancia La Concepción, en el Partido de Lobos, que abarca más de diez mil hectáreas.
De acuerdo con lo que informa la página web del establecimiento “la explotación del campo se dedicó al tambo principalmente, trabajando con hacienda Shorthorn y Holando. También se cría hacienda para el consumo, de raza Hereford”. En sus instalaciones también funciona un club de polo que lleva el mismo nombre, fundado por Juan Silvestre poco antes de morir.
Todos los Blaquier descienden de la familia Blaquier Oromí, que como todas las familias de la burguesía agropecuaria del siglo XIX amasaron su fortuna por los campos que recibieron a muy bajos precios con los gobiernos de Rosas en adelante. Hoy sólo quedan dos ramas de descendientes, los Blaquier Nelson y los Blaquier Arrieta.
En el prefacio de Las Blaquier, una historia no autorizada de las dos ramas familiares, Soledad Ferrari explica que a pesar de compartir el mismo linaje y de ser dos de las familias económicamente más poderosas de la Argentina, sus estilos son muy diferentes. En una suerte de foto familiar de la década de los 60, la periodista escribe: “Habían pasado dos años del inicio de la década del sesenta y los Blaquier estaban en su máximo esplendor. Las mujeres de la familia eran las artífices principales del futuro socioeconómico de sus hijos. En La Concepción, el campo de los Blaquier Nelson, Malena Blaquier conversaba con el duque Felipe de Edimburgo. Su alteza real estaba fascinado con la viuda de Silvestre y lo único que quería era quedarse a solas con ella. La dueña de casa ya había terminado con su luto y, aunque extrañaba a su marido, le divertía coquetear con su invitado. Con nueve hijos a cargo y la administración de la fortuna que le había dejado Silvestre, tenía demasiadas responsabilidades. Por eso vivía sin culpa el tiempo libre que le quedaba. A algunos kilómetros de allí, en La Biznaga, los Blaquier Arrieta celebraban que Carlos Pedro asumía la dirección del Ingenio Ledesma. “Lo voy a convertir en el más grande del país”, le juró Blaquier a su suegro y cumplió. Con los años, se transformó en el Complejo Agroindustrial Ledesma. Veintiún años después, según la revista Somos, el patrimonio del matrimonio Blaquier Arrieta llegaría a los 2.298 millones de dólares”.
«Las vinculaciones de los Blaquier Arrieta con la política argentina son mucho más notorias y sangrientas»
La estadía, en 1962, de Felipe de Edimburgo en La Concepción, además de ser objeto de extensas notas en las revistas de sociedad que no vacilaron en hablar del romance de Malena con el príncipe consorte, quizás haya sido el único contacto -por cierto bastante indirecto- de la rama de los Blaquier Nelson con la vida política argentina. El viaje del marido de Isabel II de Inglaterra a la Argentina tenía un objetivo político preciso: contribuir a la estabilidad del tambaleante gobierno de Arturo Frondizi. Ocurrido el golpe de Estado, Felipe fue a pasar unos días a la estancia mientras la Argentina sufría una nueva interrupción de su vida democrática.
En cambio, las vinculaciones de los Blaquier Arrieta con la política argentina son mucho más notorias y sangrientas. A partir del momento en que asumió la conducción del Ingenio Ledesma -empresa propiedad de los Arrieta, en Jujuy-, Carlos Pedro Blaquier no sólo se relacionó con los diferentes gobiernos que se fueron sucediendo para hacer buenos negocios sino también para reprimir las protestas sindicales de los trabajadores. El punto máximo en esa colaboración represiva se produjo el 21 de julio de 1976, en lo que ha quedado en la historia negra de la Argentina como “La Noche del Apagón”, cuando Carlos Pedro Blaquier puso a disposición del Ejército, la Policía y la Gendarmería los vehículos del Ingenio para que se utilizaran en el secuestro de más de cuatrocientas personas, muchas de ellas empleados de la empresa. Más de cincuenta continúan desaparecidos.
Cuarenta años después de los hechos, Carlos Pedro Blaquier no sólo sigue impune -con la inestimable colaboración de una Justicia reacia a juzgar a los empresarios cómplices de la dictadura- sino que ha logrado duplicar su fortuna, que hoy se estima en más de 4.500 millones de dólares.
De esto último, por cierto, poco y nada se dice en los medios hegemónicos que, como La Nación, consideran que hay que dedicarle más espacio a la muerte de una centenaria dama de alta sociedad que a los crímenes de lesa humanidad cometidos por uno de sus parientes.