En las últimas apariciones públicas que realizó Cristina Kirchner, un eje central fue su interés por analizar y poner en debate la construcción del sentido común, quién lo fabrica, cómo se instala, qué mecanismos elabora y qué consecuencias trae aparejada. En este debate, los medios de comunicación son, en su análisis, un eje fundamental.
Como diría Saramago, el sentido común es el menos común de los sentidos. Es una construcción sofisticada que se construye por capas: se suman la experiencia cotidiana, las voces académicas y religiosas, mediáticas, etc. El sentido común es la construcción de hegemonía. Ese engrudo, ese pegamento sutil, invisible, que logra unir los intereses de los poderosos y las elites dominantes con las clases subalternas, los humildes y los más desprotegidos. En concreto la hegemonía es ese mecanismo mediante el cual una clase hace pasar por universal sus intereses particulares.
Bajo este debate, Cristina presenta un argumento explicativo de la victoria de Mauricio Macri en las últimas elecciones. Una victoria erigida en una mentira orquestada, en una especie de fraude programático, diseñado desde Cambiemos con la colaboración de las corporaciones mediáticas y los grupos de poder. De esta manera, la coalición de la nueva derecha, habría logrado engañar a los votantes incrédulos, que miraban la tele como un vecino más, y bajo esos cantos de sirena votaron un gobierno en contra de sus propios intereses.
«Nos quedamos hablándole a nuestra propia feligresía, contentos en los patios de la militancia; mientras afuera había cientos y cientos de hombres y mujeres convencidos de otra cosa»
En este enfoque, la autocrítica de nuestro gobierno, los errores y equivocaciones que realizamos en estos años de gestión y la estrategia electoral fallida no tendrían la menor importancia. Si bien sería difícil que Cristina hablara de los “globoludos” (ese término peyorativo de las conciencias libres y sofisticadas del kirchnerismo puro), hoy realza el concepto “psicologicista” de los negadores de la realidad. Un matiz para caminar sobre la idea que el pueblo se equivoca al votar. Cristina argumenta que perdimos en base a la impostura y falsedad de los adversarios, del poder mediático y la penetración ideológica del neoliberalismo. Y de aquellos que decidieron creerle.
Y hoy la tarea militante sería la de develar esa mentira, esa farsa. “La razón más tarde o más temprano, siempre vence”, finalizaba el discurso que diera en la Universidad de Quilmes. Porque la tarea, en esta etapa, sería la de volver a explicar para que los argentinos “entiendan” las políticas que le hicieron vivir años de crecimiento y prosperidad. En el acto con los radicales, en Atlanta, Cristina avizora una oposición “lucida”, “racional”. De nuevo, la construcción de un nuevo sujeto, consciente de sus derechos, que no se deje condicionar por el aparato mediático hegemónico. Del otro lado, una sociedad engañada, inocente, sin conciencia de lo realizado y a la que debemos ayudar a entender.
¿Es que acaso nos olvidamos que en política más allá de la razón, lo que hace falta es persuadir? La política debe crear las condiciones de la transformación en base a la realidad existente. Su masilla, su materia prima es ese sentido común, con el que hay que dialogar, convencer y converger en un camino estratégico donde incluyamos a tod@s.
Es que si bien podemos concebir el rol y la importancia del poder mediático que opera en la sociedad, no sería posible explicar cómo fue que la sociedad haya podido lograr inmunizarse ante este mismo poder tan sólo cuatro años atrás, cuando CFK conseguía su reelección, alzándose con el 54% de apoyo popular, en condiciones extremadamente adversas desde el punto de vista de la imagen corporativa empresaria y los medios de comunicación.
La definición estuvo probablemente en dejar de convencer y persuadir a ese sentido común, que terminó dando paso a la victoria ajustada de Mauricio Macri. Ese sentido común que exigía poder comprar dólares libremente, que se quejaba por la inflación o el pedido de eliminar el impuesto a las ganancias era la trama de sensibilidad popular en la que Cambiemos avanzó. Mientras lo negábamos, mientras nos enojábamos con quienes proferían esas inquietudes, Cambiemos le ofreció una salida, un cambio frente a un gobierno que había decidido no escuchar, no intervenir en esos reclamos.
«En esta coyuntura no servirán de nada las explicaciones autoindulgentes, las explicaciones academicistas de un pasado de gloria»
Nos quedamos hablándole a nuestra propia feligresía, contentos en los patios de la militancia; mientras afuera había cientos y cientos de hombres y mujeres convencidos de otra cosa. Porque si el neoliberalismo tiene el poder concentrado de los medios, los proyectos populares tienen ese engrudo vital que une los destinos de un proyecto político con su sociedad, la militancia, que debe ser capaz de predicar y religar los sentimientos populares y ponerlos en el camino del desarrollo estratégico. Nuestra militancia, en ese sentido, vibró y se emocionó en cada acto, en cada convocatoria pública, pero no logró alcanzar ese trabajo político de escuchar y convencer a ese otro que ya no nos escuchaba más.
Y hoy, continuar en ese camino, seguir dando explicaciones de lo que fueron nuestras políticas, no permite empatizar con las necesidades y problemas del pueblo, intensifica la nostalgia de un pasado supuestamente mejor. Y no es que faltemos a la verdad, pero la construcción de poder en la política se basa en la idea de construir futuro, forjar esperanzas y nuevos sueños.
La senda para reconstruir las mayorías que le permitan a nuestra Nación enfrentar los desafíos de un mundo en guerra, sostener el trabajo digno y el desarrollo productivo para la familia argentina precisa de liderazgos que construyan un porvenir. Una nueva política que convoque a los millones de trabajadores de nuestro suelo y precisamos recoger ese sentido común, y convocarlo a una gesta que libere las energías dormidas del pueblo, que dé esperanzas y nos convoque a sentirnos fuertes otra vez. Debemos intentarlo con el ejercicio de la escucha paciente, acercándonos desde el sufriente pueblo en nuestros barrios.
En esta coyuntura no servirán de nada las explicaciones autoindulgentes, las explicaciones academicistas de un pasado de gloria. Debemos ser capaces de interponer un proyecto que vuelva a pensar el país y reconducirlo hacia los gloriosos destinos que como pueblo debemos alcanzar.