Con demasiada frecuencia el presidente Mauricio Macri y varios de sus colaboradores tienden a desmentir a Natalio Botana, para quien toda persona era respetable a pesar de su investidura. Sin embargo, y contrariamente a lo que piensan los organismos de defensa de los derechos humanos y la mayoría de las organizaciones políticas y sociales, no parece haber sido la entrevista que le concedió a Karla Zabludovsky, corresponsal del sitio BuzzFeed, una de esas ocasiones.
Es verdad que en relación a los desaparecidos por la dictadura el señor presidente usó términos e hizo afirmaciones que con justicia pueden ser consideradas por lo menos desafortunadas, cuando no perversas o aberrantes, pero si se sigue atentamente la entrevista se verá que no fue esa su intención. O, para decirlo con mayor exactitud, la intención de sus asesores.
Ninguno de nosotros quisiera estar en el lugar de esa gente, abocada a un trabajo más insalubre que cavar en las profundidades de un socavón. Créase o no, hay tinieblas peores.
Pero vayamos a la entrevista y su contexto.
En primer lugar, deben observarse los ojos del señor presidente: o bien padece una afección oftalmológica, o no tuvo tiempo de limpiarse las lagañas o se olvidó del Max Factor. Como sea, resulta obvio que fue sorprendido por la periodista al salir de la cama o aun antes. Y si no antes de salir de la cama, seguro que antes de lavarse la cara, más dormido que despierto tal vez debido a los efectos de algún ansiolítico.
El cargo tiene esas exigencias y el cuerpo a veces requiere de mayores periodos de descanso que los que se le conceden a los ciudadanos normales, por decirlo de alguna manera y sin faltar.
El hecho concreto: el presidente estaba con las defensas adormecidas, los reflejos aletargados y las neuronas en off. Pero se ve que trató de despertarse.
«El presidente estaba con las defensas adormecidas, los reflejos aletargados y las neuronas en off. Pero se ve que trató de despertarse»
Fíjense que arrancó bien: ¿qué importancia tiene discutir acerca del número de desaparecidos? Obviamente, es una cuestión de calidad, no de cantidad, como si se discutiera acerca del número exacto de judíos muertos por los nazis, o de gitanos, o de católicos o si el número de comunistas asesinados en los campos de concentración de Polonia y Alemania Oriental fue superior o inferior al de los asesinados en Siberia. Sería tan absurdo como sostener que los armenios muertos a manos de los turcos no fueron un millón sino 7.954 o si la mayoría falleció violentamente o por hambre. ¿A quién en su sano juicio puede ocurrírsele entrar en tales disquisiciones?
Eso más o menos debe haber explicado el Brain Storm permanente montado por Jaime Durán Barba quien, huelga decirlo, ha prohibido el uso del término disquisiciones, que podría llevar, ahora sí, a disquisiciones sin pie ni cabeza.
Atento al escandalete provocado por un snob iletrado que se las pilla de intelectual y promotor cultural, a quien, a falta de cosa útil para hacer, se le dio por especular acerca de la cantidad de personas desaparecidas aventurando una cifra como quien arroja un dado, el Brain Storm habrá alertado al presidente sobre la inconveniencia de entrar en tan estériles especulaciones, más propias de una peluquera de barrio que de un funcionario gubernamental. Y ¡ni qué hablar!, de un Presidente de la Nación.
Le deben haber dicho algo más, porque para eso son un Brain Storm, pero su excelencia se olvidó. Sus ocupaciones son demasiadas, lo sacaron de la cama, lo vistieron de apuro y, al fin de cuentas, su tarea no es hacer micromanagement, de manera que es comprensible que se olvide de muchas de las recomendaciones del equipo de Durán Barba.
Luego de haber alucinado encontrarse ante una comisión investigadora de sus declaraciones juradas, el presidente contestó lo que, de puro hábito, tiene en la punta de la lengua cuando se le pregunta por números: “No tengo idea, si 30 mil o 9 mil”. No agregó “Pregúntele a mi contador”, porque ahí se acordó y repitió lo que le habían dicho que dijera: “Es una discusión que no tiene sentido”.
“No tengo idea, si 30 mil o 9 mil”. No agregó “Pregúntele a mi contador”, porque ahí se acordó y repitió lo que le habían dicho que dijera: “Es una discusión que no tiene sentido”
Ya volviendo a naufragar en la laguna, recordó que en una de las recorridas a las que lo llevan por esa extraña ciudad que jugó a gobernar unos cuantos meses de los últimos ocho años, había visto una pared con un montón de letritas grabadas. Y en tren de dar mayor énfasis a sus palabras, creyó precisar: “Si son los que están anotados en un muro o si son más”.
Aunque la señorita Zabludovsky tuvo la cortesía de no preguntar “¿Más que qué?, el sistema de pensamiento presidencial había entrado en corto y en su cerebro se formó una burbuja azul que iba virando hacia el violeta cuando explotó.
Tras el “Plop”, el presidente comprendió qué había olvidado las demás recomendaciones del Brain Storm. Y ante los olvidos en el transcurso de un discurso, una entrevista o una mesa examinadora ¿a qué recurre uno? A lo que tiene adentro, al lugar común.
De ahí en más, el presidente ya no fue el presidente sino el vocero del grupo de ex alumnos del Cardenal Newman, de los vecinos del country club, de los socios del Jockey Club, de la directiva de la Sociedad Rural, de las señoras que en ese momento andaban de shopping, de los ejecutivos que hacían after office, de los estudiantes de la UADE, de los forwards del CASI, de los que viven esperando el momento de volver a Miami, de los que sueñan con almorzar con Mirtha Legrand, de los lectores de Clarín y La Nación, de los fans de Lanata, Majul y Morales Solá, en fin, de ese viscoso magma que como la baba de los Cazafantasmas habita los subsuelos y entresijos de la sociedad.
En ese mágico momento, las neuronas presidenciales se disolvieron en las de una clase que sigue teniendo el poder económico, comunicacional y cultural del país y que impone su sentido común a un vasto sector social.
«Las neuronas presidenciales se disolvieron en las de una clase que sigue teniendo el poder económico, comunicacional y cultural del país y que impone su sentido común a un vasto sector social»
Debe comprenderse, la señora Estela de Carlotto, la señora Hebe de Bonafini, la señora Nora Cortiñas, las señoras madres y abuelas, los señores y señoras nietos y nietas, la señora Cristina Fernández de Kirchner, el señor Héctor Recalde, la señora Myriam Bregman, el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Partido Obrero, el Frente de Izquierda, la Corriente Sindical Federal, en fin, todos los que se sintieron agraviados por las declaraciones del presidente y lo toman por perverso, negacionista, degenerado, cómplice de la dictadura y etcétera etcétera, deben comprenderlo y compadecerlo, deben comprender que el señor presidente no habló por sí mismo sino que por su boca lo hizo esa clase social, que es sobre la que debería ponerse el foco.
Una clase, un sector social, es algo mucho más serio e importante que un presidente. He ahí la gravedad del hecho. No en un desliz, en un fallo de la memoria, una disolución neuronal (pasajera, claro) del señor presidente.
“Cuando el presidente dijo guerra sucia quiso referirse al terrorismo de Estado», explicó un anónimo integrante del Brain Storm, que agregó: «Dijo lo que dice siempre sobre este tema. Que el que cometió crímenes que los pague. Y nada más».
Cuando el presidente leyó las declaraciones de su asesor quedó muy desconcertado, tratando de recordar cuándo diablos habrá dicho eso que dice siempre.
La memoria suele jugarnos malas pasadas. Ese es el contexto, esa es la verdad de la milanesa. Y por eso debe disculparse al señor presidente, que al fin de cuentas no hizo otra cosa que hablar por boca de ganso.