El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, acusó a los seguidores de Fetulá Gülen, un ex–imán sufí autoexiliado en Estados Unidos desde 1999, de haber conducido el golpe de estado fracasado del viernes y sábado pasados. El líder de la Alianza por los Valores Compartidos (así se llama su movimiento espiritualista) respondió indignado rechazando la acusación y repudiando la acción militar. Tanto la acusación como el descargo, empero, pueden ser verdaderos, ya que la estructura del movimiento de tipo “new age” que Güllen lidera permite que sus adeptos participen en el golpe, mientras su organización se mantiene prescindente. Esta irresponsabilidad de la secta es la verdadera amenaza para Turquía y todos los países donde pululan estos grupos.
Fetulá Güllen lleva años fascinando a la prensa estadounidense. Vive en una mansión en los Montes Poconos, una región poco poblada, de colinas y bosques, situada más o menos a medio camino entre Washington y Nueva York. No concede entrevistas y su ideología es motivo de controversia. El “Movimiento Gullen”, como se le denomina en Estados Unidos (o Hizmet, “el Servicio”, como lo denominan sus seguidores en Turquía), defiende el Islam, la sociedad civil, el diálogo entre las religiones y el libre mercado.
Hay quienes lo califican de secta marcada por el culto a la personalidad del fundador. La red de las Escuelas Armonía que el movimiento ha organizado tiene unos 160 centros de enseñanza primaria y media en EE.UU. Su objetivo es dar una educación de calidad mediante la “armonía” entre cuerpo, mente y espíritu y para ello adopta la fórmula de las “charter school”: recibe dinero público, es independiente del Estado y puede también recabar donaciones. En Estados Unidos esta fórmula ha mejorado los índices estadísticos de la enseñanza en zonas pobres, ha aliviado los presupuestos educativos y ha facilitado el reclutamiento de cuadros técnicos y profesionales imbuidos de tecnocratismo.
«El “Movimiento Gullen”, como se le denomina en Estados Unidos (o Hizmet, “el Servicio”, como lo denominan sus seguidores en Turquía), defiende el Islam, la sociedad civil, el diálogo entre las religiones y el libre mercado»
Las Escuelas Armonía han sido investigadas por el Estado norteamericano como presunta tapadera del movimiento. El movimiento proviene lejanamente del Nurculuk (“adoradores de la luz”), un movimiento de inspiración sufí que el kurdo Said Nursi fundó en la década de 1920, para oponerse a la secularización impulsada por la joven república turca liderada por Mustafá Kemal “Atatürk” (“padre de los turcos”). Aunque no conoció al fundador, Fetulá Güllen (nacido en 1941 en una pobre familia de la Anatolia oriental) se aprovechó del carisma del movimiento y de sus divisiones, para fundar en Esmirna a principios de la década de 1980 esta corriente que rápidamente ganó adeptos entre la burocracia civil y militar, así como entre universitarios y profesionales técnicos.
Desde la introducción del Islam en la actual Turquía, en el siglo XI, han convivido en él numerosas corrientes. Una de ellas es el sufismo, fundado en Siria en el siglo XII como respuesta a la invasión de los cruzados occidentales. Desde el origen esta corriente ha mezclado el culto de la luz, una inspiración mística, la estricta organización jerárquica de las sectas y un racionalismo pragmático. Duramente combatida por el sunismo dominante en el Imperio Otomano, esta orientación se mantuvo a lo largo de los siglos. Su organización en pequeñas cofradías laxamente asociadas en redes le hacía fácil evadir el control burocrático de las instituciones religioso-judiciales del Islam oficial.
Después de que en 1985 terminó el último gobierno militar, se introdujo en Turquía el programa neoliberal: floreció la especulación financiera, los campesinos se empobrecieron aún más y emigraron a las ciudades de la costa y a Ankara, que multiplicaron su población. Disueltos los vínculos comunitarios, tanto la nueva clase media como los más pobres perdieron contención. En este fértil terreno se difundieron las sectas pseudoislámicas que ofrecen la salvación por la evasión del mundo, a cambio de la ayuda individual que financian ricas fundaciones propias y extranjeras.
Así creció el movimiento inspirado por Fetulá Güllen. Cuando el actual presidente Recep Tayyip Erdogan fue depuesto por la Justicia de la alcaldía de Estanbul (1994-98), sustituyó el islamismo tradicional por el pragmatismo de inspiración sufí y se alió con Güllen. Tanto es así que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) que él y Abdulá Gül fundaron en 2001 tiene la luz como símbolo. La alianza con los sufíes se mantuvo hasta 2013, cuando, como resultado de la implicación turca en la guerra en Siria, donde apoyaba a las facciones islamistas, giró también dentro del país hacia el islamismo político.
«La estructura del movimiento de tipo “new age” que Güllen lidera permite que sus adeptos participen en el golpe, mientras su organización se mantiene prescindente»
Güllen no es sólo influyente en Turquía. Uno de sus asesores, Ghakan Ozok, está muy próximo a Huma Abedin, la “confidente” de Hillary Clinton. En 2009 Ozok logró a través de Abedin que Hillary convenciera a Barack Obama para que se reuniera con Ekmeleddin Ihsanoglu, un seguidor de Güllen que en 2014 perdió las elecciones ante Erdoğan. Poco después un millón de dólares fue donado a la Fundación Clinton. Güllen se ha reunido asimismo con el Papa Juan Pablo II, el Patriarca griego Bartolomeo I y el entonces rabino líder de la comunidad sefardí israelí, Eliyahu Bakshi-Doron.
Desde el fin de la Guerra Fría los movimientos espiritualistas (como el de los seguidores del Ravi Shankar, con tantos adeptos en el actual gobierno argentino) han sido fomentados por la CIA en todo el mundo como modo de captar a las nuevas clases medias dispersas y sin contención que el neoliberalismo ha creado. La Alianza por los Valores Compartidos es uno más de ellos.
Erdoğan es un conservador autoritario que ha recurrido al islamismo por oportunismo y ha chocado con EE.UU. por la necesidad de rehacer sus relaciones con Rusia e Irán. Washington no le va a perdonar la derrota de este fin de semana. Tarde o temprano movilizará nuevamente a la elite cívico-militar, antes laica y hoy “iluminada”, que controla buena porción del poder real a orillas del Bósforo. Por primera vez en su larga historia Turquía puede llegar a tener un gobierno “new age”.