[edgtf_custom_font content_custom_font=»5. San Martín, el político de la independencia» custom_font_tag=»h5″ font_family=»» font_size=»» line_height=»» font_style=»normal» text_align=»left» font_weight=»» color=»» text_decoration=»none» letter_spacing=»»]
En la historia oficial San Martín es solamente un militar que no se mete en política. Claro, para ellos es un prócer de bronce no un militante revolucionario. Lo cierto es que el San Martín militar sigue pacientemente armando al Ejército de los Andes en Mendoza, al que considera la fuerza imprescindible para avanzar contra la dominación. Pero San Martín en su papel político, que concibe principal, desarrolla una intensa labor durante las deliberaciones del Congreso de Tucumán. Su principal operador en San Miguel de Tucumán es Tomás Godoy Cruz (diputado por Mendoza). Pero la actividad epistolar del Libertador es intensa y no sólo con su representante. En carta a Godoy Cruz demuestra que se paraba claramente sobre la contradicción principal: “¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo?”
La mano política de San Martín está presente todo el tiempo en el Congreso de Tucumán. Ya desde el inicio el nombramiento como director supremo al coronel Juan Martín de Pueyrredón.
Como bien hace notar Ricardo De Titto: “A Laprida tocó en suerte ser presidente en la sesión del 9 de julio como podría haber correspondido a otro diputado, ya que el cargo era rotativo. Pero no parece casual que esa responsabilidad correspondiera, justamente, a un hombre de San Martín”.
La historia oficial habla del 9 de julio como la independencia de la Argentina pero lo cierto es que esto no es lo que dice el acta que juraron los patriotas de Tucumán. Allí dice expresamente “Provincias Unidas de Sudamérica”. Así planteaba sus objetivos el Congreso: “A fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causa, intereses y objeto constituya una sola nación” (21 de diciembre de 1816). Es claro que la visión estratégica y americanista sanmartiniana estaba atrás de este simple cambio de nombre que implicaba una mirada más abarcativa.
Es necesario decirlo: la declaración del 9 de julio, si se la piensa en su contexto, es un acto de locos, idealistas, optimistas empedernidos o desesperados (ya jugados en su destino) o todas esas cosas juntas en su conjunto. En un contexto mucho más favorable se habían acobardado de dar ese paso los asambleístas del Año XIII, con Fernando en el exilio y las potencias europeas ocupadas peleando contra Napoleón y en una situación militar de la guerra de los americanos revolucionarios en todos los rincones del continente mucho más favorable. Sin embargo la influencia inglesa los hizo recular. Los congresales en 1816, cuando todo les era adverso, incluso la marcha de la económica, toman la determinación que la historia naturaliza como si fuera un simple trámite sin mayores complicaciones. Con el diario del lunes todos son patriotas valientes. Pero cuando la cabeza está en juego no todos se animan.
Con la declaración de independencia de las provincias unidas de Sudamérica la revolución hispanoamericana entraba en una nueva y decisiva etapa. Si bien el Río de la Plata era el único foco de resistencia (también estaba libre, pero fuera de la línea de combate, el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia en su aislamiento) a la reacción colonialista, lo cierto es que la cuestión nacional ya había madurado en América meridional lo suficiente como para convertirse en un movimiento profundo que hacía mover las placas tectónicas del subsuelo de la patria poniéndolo al borde de la sublevación. También las fuerzas patrióticas de América del sur habían procesado casi definitivamente el hecho que de Inglaterra no había que esperar más apoyo que guiños relativos y negocios. Los ingleses iban a seguir haciendo su juego sin alterar el precario orden europeo. En las condiciones de reflujo crecieron también las alternativas estratégicas por sobre las disputas tácticas; eso fortaleció el plan continental del general José de San Martín –que se convertiría en uno de los dos grandes libertadores continentales– que planteaba que había que ir por el corazón de la reacción pro española que estaba en Lima.
[edgtf_custom_font content_custom_font=»6. Macri, dependencia y el Rey de España» custom_font_tag=»h5″ font_family=»» font_size=»» line_height=»» font_style=»normal» text_align=»left» font_weight=»» color=»» text_decoration=»none» letter_spacing=»»]
Entre aquella declaración de una “nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli y de toda otra dominación extranjera”, mucha agua ha corrido bajo el puente. La consolidación de la oligarquía porteña nos constituyó como una semicolonia británica y después de 1955 una dictadura reaccionaria comenzó incluyéndonos en el FMI el traslado del proceso de dominio hacia el imperio norteamericano.
La convocatoria al Rey de España hecha por el gobierno de Mauricio Macri para la celebración del bicentenario de nuestra independencia parece ser un golpe más sobre el rostro de nuestro pueblo. El nivel de cipayismo del ingeniero rebaza toda forma de medición del gorilismo. Se anima a ir siempre por más, a sobreactuar más de lo necesario en su servilismo. Como cuando recientemente su ministro de Hacienda Prat Gay fue innecesariamente a pedir perdón ante los empresarios españoles por haber tenido en nuestro país una década de políticas independientes. A Macri le faltaría convocar al primer ministro británico para el 2 de abril para hacer cartón lleno. Pero por las dudas no seguimos tirándole ideas.
Esa invitación al Rey emérito, con desfile militar incluido, no puede dejar de remitirnos a los fastuosos festejos del centenario de la revolución de mayo en donde se invitó a una infanta de la corona de Borbón. En aquel entonces con estado de sitio que regía desde la feroz represión del primero de mayo de 1909 a los trabajadores, hoy seguramente cruzado por las vallas que el impopular Ingeniero Macri tiene que poner por todos lados para evitar ser repudiado. El ingenio popular nunca descansa y vimos por ahí en una pared que decía cual condena profética: “vallas por donde vayas”. Entregar la patria no es gratis y siguiendo la línea de sus predecesores neoliberales Mauricio, el mediocre, se animó a afirmar que si decía lo que iban a hacer lo iban a encerrar en un manicomio, como Menem había dicho que si lo hacía no lo votaba nadie. El pueblo va lentamente despertando de ese gran mazazo que fue la derrota del 2015 mediante la cual por primera vez en la historia argentina la derecha más recalcitrante no necesita las botas para llegar al poder, sino que lo hace mediante los votos.
De aquel bicentenario de la revolución de Mayo con el Pueblo en la calle, con los artistas populares, con la alegría de los que conquistan derechos, a este bicentenario triste de la independencia, con el Rey de España presente, con la derrota a cuestas, con las vallas protegiéndolos a aquellos que están aplicando un modelo de país excluyente. Sin embargo, la esperanza del pueblo es como las olas del mar que parece que se van pero siempre están volviendo. Y así como declaramos nuestra independencia en julio 1816 en las peores circunstancias, internacionales, sudamericanas y nacionales, hoy volvemos a sentir que estamos preparados otra vez para dar pelea por nuestra definitiva emancipación. Como decía San Martín: “Seamos libres, lo demás no importa nada”.