Por efectos de una catequización inherente al sistema capitalista, y por lo tanto uno de sus pilares, desde la temprana infancia los cerebros de las masas populares y gran parte de los sectores medios son desarmados de la posibilidad de avanzar en el pensamiento crítico. El objetivo, no necesariamente siempre exitoso, es evitar que las multitudes accedan a saberes críticos y a la utilización de recursos del pensar tales como la lógica: el común sujeto humano, el llamado hombre de a pie, debe permanecer atontado y de boca abierta frente a lo que le es adverso e incomprensible. Simultáneamente, la cultura de la dominación logra que muchos de los que cargan un cerebro agredido, porque castrado en sus potencias virtuales, se cierren obstinadamente a toda palabra que contraríe las convicciones dogmáticas que les han sido introducidas; y así, el portador de esa carga ominosa acabará viviendo una realidad literalmente de papel pintado, y lo que es peor, obrando como si ese decorado fuera la efectiva y dura realidad.
El daño inferido a los cerebros no aparece como tal: es indoloro, inodoro e incoloro, producto de lo que el llamado Poder Simbólico hace en favor del sistema. La agresión al cerebro no es sentida como tal: los humanos que piensan mal (para eso han sido educados), ignoran que piensan mal:, no son ignorantes, son víctimas del sistema. Y de esas víctimas el sistema se mantiene.
Asombra como personas de diferentes clases, estratos y grupos sociales aceptan, sin vacilaciones, los infundios propinados a diario por los medios del sistema, los grandes y los otros. Sorprende que se dé por cierta la “información” maliciosamente vehiculada, repetida, es verdad, con inmisericorde insistencia y basada en fuentes tan poco estimables como insinuaciones, preguntas capciosas, rumores, versiones, chismes de alcoba, fotografías truchas, opiniones caprichosas y otros detritos generados en las usinas del Poder y vehiculados por quienes se han especializado en hacer de la mentira una profesión lucrativa.
El sistema no puede convivir satisfactoriamente con un pensamiento en alerta crítico, en plena posesión de recursos lógicos, habituado a pensar por sí mismo y a extraer conclusiones, incluso las más desagradables.
La pócima envenenada, sistemáticamente administrada a diario a los cerebros por los medios del sistema capitalista y con propósitos específicos, se inscribe sobre la base configurada por el caótico sentido común, que para aquel es tan vital como lo es el aire y el agua para humanos y no humanos. El sistema no puede convivir satisfactoriamente con un pensamiento en alerta crítico, en plena posesión de recursos lógicos, habituado a pensar por sí mismo y a extraer conclusiones, incluso las más desagradables. El sistema (lo normal en él) precisa evitar que la facultad de pensar, que no es lo mismo que saber pensar, actúe más allá de las apariencias, de lo inmediatamente dado que desconcierta y no se explica, del no entendimiento que es perplejidad frente a la maraña de acontecimientos, locales y distantes, que de alguna manera asaltan y perturban a la persona en esta sociedad
Queda dicho y se repite: las campañas mentirosas y difamatorias hallan excelente receptividad en la más auténtica, permanente y acabada representación de la cultura de la dominación: el cotidiano sentido común inficionado de prejuicios, falsos estereotipos, clises verbales y conceptuales, frases hechas e “ideas” que suelen repetirse maquinalmente; todo lo cual va unido a la cuidadosamente cultivada incapacidad para percibir y plantear correctamente los problemas, buscar sus raíces y adentrarse en sus honduras, más la pavorosa y casi total ausencia del instrumento lógico y la legión de opacidades en que transcurre la vida cotidiana de los más, y no de los menos.
Resumiendo: el operar intelectualmente dentro del ámbito del sentido común equivale a la abdicación inconsciente de un pensar crítico y creativo, carente de autonomía, y privado de saberes y recursos que el sistema niega, no porque los tenga escondidos, sino porque dentro de sus marcos culturales no tienen cabida. A la indigencia física, que es su ideal para las masas populares, debe corresponder una indigencia en instrumentos para el pensar autónomo, crítico y competente. Y así es como los cerebros son obturados para la razón crítica capaz de ejercerse sobre sí misma, y sobre la dominación como totalidad que nos incluye y nos ahoga. Sobre esta base se inscriben las campañas del odio, de la mentira, de la ocultación, de la simulación, de la negación de toda verdad, de la ridiculización del prójimo, del desprecio: a todo este arsenal, que se revela indispensable para la cultura del sistema, se agregan las campañas y “operaciones” propias de cada una de sus precisas coyunturas político-culturales. Veamos algunos ejemplos actuales, aleccionadores de cómo se deforman los cerebros, particularmente en sus aptitudes lógicas.
El daño inferido a los cerebros no aparece como tal: es indoloro, inodoro e incoloro
Leemos que en las encuestas de opinión la figura del presidente está mejor ubicada que las declinantes preferencias sobre su gobierno. Lo que quiere decir que quienes aún piensan bien sobre el mandatario, no lo ven como responsable, por lo menos en alguna medida, de las masacres que sus ministros no paran de cometer, como si estos y él pertenecieran a realidades diferentes. (Un decadente Hugo Moyano, macrista de la primera hora y supuesto representante de los intereses de los trabajadores, le deseaba recientemente al mandatario poder librarse de los malos consejos de su equipo ministerial: una manera de contribuir a la confusión y salvar al principal protagonista de la tragedia que se está derramando sobre el pueblo argentino). Esa desvinculación parece un tanto asombrosa, porque para la lógica más elemental, Macri y sus ministros son lo mismo, y la política que estos ejercen no ha sido en ningún momento criticada por el primer mandatario, sino defendida y confirmada por sus palabras y sus actos.
Observamos también que en las encuestas aparece una considerable proporción de personas, que a despecho de sus adversidades cotidianas (tarifazos, inflación, desempleo, etc), aún creen que en el próximo semestre o en un “más adelante” macrista, las cosas mejorarán y la pálida será revertida. Esa gente no se funda en hechos, sino en las palabras del presidente, quien con un lenguaje de fallido pastor evangélico en busca de idiotas que le crean (y rostro acomodado al modelo Durán Barba) insiste en anunciar la futura felicidad y el bienestar para todos los argentinos. En otras circunstancias el señor Macri sería encerrado por delirante.
Tanto en los que creen más en el presidente que en su criticable gobierno, como en los esperanzados que no se fundan en hechos ni en tendencias de la realidad, se evidencia una grave anomalía: piensan mal, no operan con arreglo a la lógica ni a lo que la realidad arroja diariamente a la cara.
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Como lo que llamamos de catequización permanente, cotidiana e implacable no le es suficiente, el sistema teme que por alguna rendija se cuele la subversión, acaso las conclusiones que arrimen al cerebro una lucecita explicativa, donde se supone debe reinar, como máximo, la lánguida luz de una vela. En eso el sistema no se equivoca: los humanos no somos en nuestra íntima verdad robots programados o marionetas teleguiadas. Por eso la dominación se vale de controles, de los que daremos algunos ejemplos en la segunda parte de esta nota.