Buenos Aires cumplirá 15 años como ciudad autónoma en 2011 y las elecciones locales pueden marcar el final de una larga etapa política que involucra dentro de una misma lógica a figuras como De la Rúa, Ibarra, Cavallo o Macri. El agotamiento de una dinámica política que se estructuró a favor o en contra de un eje que ya no es: el menemismo. La oportunidad de la descentralización.
En términos políticos, sociales y culturales, la ciudad de Buenos Aires vive aun en una etapa prekirchnerista.
Este desfasaje se alimenta por lo menos de tres factores.
1-Un gobierno PRO que gestiona desde 2007 abrevando en los greatest hits de los ’90 (achicamiento del Estado; desinversión en salud, educación y desarrollo social; endeudamiento). Independientemente de la opinión que se tenga acerca de la eficacia del gobierno nacional, estas políticas van en un sentido contrario al emprendido por los Kirchner.
2-La actuación errática (por ser magnánimos) del Frente para la Victoria en la Legislatura porteña, y su escaso volumen para generar una referencia política distrital en ocho años.
3-La incapacidad de los sectores progresistas porteños para comprender el proceso de la última década en América Latina, tomando como referencia las asunciones en 2003 de Lula y Kirchner como presidentes de Brasil y Argentina.
Este último punto aparece como una materia pendiente que puede resultar clave en este año electoral en Buenos Aires. Y que se expresa de mil modos, desde un debate en la blogósfera a la construcción de propuestas de campaña de cara a la sociedad.
La recomposición política que propició el fortalecimiento de las autonomías nacionales y la consiguiente recuperación económica y social en países como por ejemplo Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia arroja un denominador común que, a los efectos de esta nota, podríamos sintetizar así: el único progresismo posible es el que pone al Estado al frente de los procesos políticos. Ampliando derechos, reparando inequidades, creando igualdad, generando inclusión, reafirmando soberanía.
Esa imposibilidad de asumir la centralidad del Estado y la esencia de su rol frente a los poderes fácticos es la gran deuda de las administraciones (nunca mejor usado el sustantivo) progresistas en la ciudad autónoma. En especial, entre 2003 y 2007, cuando existía un modelo nacional a seguir (y a mejorar, por qué no). Nos ahorraremos el análisis del período 1996-2003 (De la Rúa, Olivera, primer gobierno de Ibarra) porque el contraste surge solo, sin necesidad de abundar en ejemplos.
En esa defección nodal del progresismo porteño anidó el gérmen cuya evolución culminó con la victoria en 2007 de una propuesta claramente posicionada en las antípodas del proceso iniciado en 2003. Más allá o más acá de agachadas, internas e inoperancias, que siempre las hubo y puede haberlas.
Hay una frase sincericida de Aníbal Ibarra que es la punta del iceberg ideológico de las experiencias progresistas capitalinas. Cuando se le pidió una autocrítica de sus años al frente de la ciudad (de la que se fue destituido en marzo de 2006) su respuesta fue “nos dedicamos demasiado a la gestión y dejamos a un lado la política”. Evitemos detenernos en cuánto redundó a los porteños ese supuesto énfasis sobre la gestión. Lo central es que el progresismo desdeñó la construcción política porque no creyó en ella (para no aventurar otros tiempos verbales). Recordemos que el 29 de diciembre de 2004, Ibarra contaba solo con 3 legisladores propios en la Legislatura. 3 sobre 60. El 5 por ciento. Y aun no se había encendido la bengala trágica de Cromañón, por la que muchos luego le hicieron el ole. No obstante, a pesar de tamaña endeblez política en el distrito, a comienzos de ese mismo mes había formalizado su lanzamiento nacional en un teatro porteño. Política ficción, que le dicen.
Esa matriz de pensamiento político de neto corte surfístico, que el paso del tiempo desnuda con una crueldad fría, es un baluarte del prekirchnerismo en que se inscribe la ciudad. Como señalamos al inicio, el actual gobierno macrista es la otra cara del fenómeno. Por eso, la definición de las candidaturas y de las propuestas que el Frente para la Victoria tiene por delante con vistas a los comicios de este año dista de ser meramente deportiva. Porque, como también apuntamos de movida, los tristes desempeños del FpV en la capital tuvieron como protagonistas a demasiados candidatos con una concepción ideológica y una práctica política calcadas de ese mismo modelo progresista ya perimido.
Para “poner en sintonía a la Nación con la Ciudad” o para “hacer kirchnerismo en Buenos Aires” (por citar algunas de las expresiones que más suenan en la militancia) no hace falta saldar los arduos debates sobre peronismo y progresismo que van y vienen de un lado a otro de la General Paz. Hace falta que los candidatos y las plataformas electorales para la ciudad respondan a una matriz en la que el Estado ocupe el centro del ring y lleve la iniciativa. Para esto, además de convicciones e idoneidad, habrá que contar con dirigentes que tengan más militantes que minutos de TV (como dice Manolo) y que nutran el soporte político necesario para encarar la puja con los poderes concentrados. Lo que deriva en una conclusión de manual: la urgencia de una práctica política que vuelva a tejer los lazos territoriales desmembrados y que estimule y dinamice redes comunitarias para construir la fortaleza que sustente a un gobierno.
La escandalosamente demorada descentralización política de la ciudad será una de las claves de la década que inicia. Una plataforma que puede resultar clave para empoderar a los ciudadanos y para diseñar soluciones a varios de los grandes problemas que aquejan a los que viven, trabajan y estudian en Buenos Aires: inseguridad, tránsito, recolección de basura, prevención, desarrollo social. La descentralización no se agota en la elección de comunas: es una llave fundamental para reinstalar la acción política en el territorio y equilibrar el poder de la videopolítica que la dirigencia porteña viene cabalgando (sin domarla) desde hace ya demasiado tiempo, gestionando (por izquierda o por derecha) pendientes solo de la tapa del Clarín.
A 15 años de la declaración de su autonomía, en 2011 la ciudad deberá decidir si continúa bailando sobre el Titanic con aire adolescente ignorando sus desigualdades y asimetrías, o si deja de escaparse hacia el norte buscando un paraíso ilusorio mientras la realidad se le mete por el sur para cobrarle viejas deudas.