Definiendo nuestro propio rumbo

En los últimos días, dentro del clima político post electoral y en el ambiente de expectativas creadas por la profunda crisis de la economía internacional, han surgido numerosas voces en el mundo económico que postulan la necesidad de recurrir a medidas que, en nuestra opinión, no son mas que el retorno a posiciones ortodoxas propias de un pasado signado por el ajuste interno y el endeudamiento externo de nuestro país. Se vuelve a promover la idea de reducir el gasto público y de recurrir a nuevos créditos condicionales del Fondo Monetario Internacional. Detengámonos en estas afirmaciones. ¿Qué realidad se esconde tras tales propuestas? En primer lugar, dichas políticas comprenden a grandes rasgos las siguientes líneas de acción: a) un tipo de cambio apreciado, b) una reducción del gasto y mayor presión fiscal y, c) volver a los organismos internacionales de crédito como fuentes de financiamiento. Según quienes sostienen este esquema, el mismo generaría un marco de confianza capaz de promover la demanda de inversión, recuperándose el nivel de crecimiento del PBI; con la ventaja adicional de que se podría disponer de financiamiento externo a través del FMI y de los mercados internacionales.

En nuestra opinión, se trata del mismo diseño de políticas que recomendó la ortodoxia en el curso de las últimas décadas y que dio lugar a los tristes corolarios ya experimentados. Examinemos algunas de las razones por las cuales realizamos esta afirmación. En primer lugar, la apreciación del tipo de cambio conlleva inevitablemente a una progresiva reducción del saldo en balanza comercial, operando la lógica de las importaciones baratas y las exportaciones caras, con lo cual solo se desalentaría al conjunto de las exportaciones (primarias, agroindustriales y manufactureras); acrecentando simultáneamente disputas intersectoriales y perdiendo mercados ganados, en los últimos años, al amparo de un tipo de cambio competitivo. Respecto a la desaceleración del gasto público, cabe señalar que tal clase de política pro-cíclica, en el marco de las tendencias recesivas dominantes y dada la reducción de los flujos comerciales internacionales, derivarían inexorablemente en la contracción de la demanda efectiva y, por ende, en un escenario aún más recesivo. Desde luego, una mayor caída del consumo obstaculizarían cualquier intento de nuevas inversiones, incluso reduciendo aún más el actual gasto de inversión. Si en la actualidad el nivel de utilización de planta es bajo y la demanda efectiva se contrae por efecto de la reducción del gasto público: ¿Cuál sería la razón para invertir cuando caen las ventas privadas y aumenta la capacidad ociosa de las empresas? Sólo se lograría poner en marcha el conocido circuito recesivo de menor gasto público, menor demanda agregada interna, caída de la producción, incremento del desempleo, baja del consumo, reducción del gasto de inversión… y finalmente, como consecuencia de todo ello, el resultado sería menor ingreso público y reducción del superávit o, incluso, la aparición y crecimiento del déficit en las cuentas fiscales. Este escenario de menor consumo interno, menores exportaciones -tipo de cambio retrasado- y menor gasto público, no lograría más que profundizar la secesión económica y, consecuentemente, no habría ninguna razón para esperar un crecimiento de la inversión, sea esta interna o externa.

En cambio, en el seno de la aplicación de tales políticas pro-cíclicas, volvería a ser indispensable recurrir al FMI (dado la pérdida del doble superávit comercial y fiscal). Y, dicho organismo, estaría dispuesto a recibir a la Argentina, en virtud que sus condicionalidades ya se estarían cumpliendo de antemano. Este escenario no es imposible, muchos sectores ya lo están propiciando.

¿Qué nos impide adoptar, en su lugar, claras y enérgicas políticas anticíclicas? ¿Qué nos impide proponernos un objetivo de reactivación del aparato productivo local, sustituyendo provisoriamente la caída de la demanda externa, por una rápida expansión de la demanda interna?

Para lograrlo contamos, en esta situación, con ventajas muy superiores a las que tuvimos en los años posteriores a la crisis del 2001. El tema central es que existe ya cierta capacidad ociosa en numerosas ramas de la economía debido a la caída de la demanda externa y al estancamiento relativo de la demanda interna. En la situación actual se puede trabajar sobre ambas variables. Relativamente poco sobre demanda externa, vis a vis, la situación del comercio internacional salvo el de asegurar el tipo de cambio en condiciones altamente competitivas y acelerar acuerdos significativos de comercio bilateral con Brasil, Chile y otros países de America Latina, China, etc. Todo ello, a la espera de que la reactivación de la economía mundial, nos encuentre ubicados en una situación ventajosa para aprovechar, desde su inicio, la fase expansiva de la economía mundial. Sobre el otro componente, se puede hacer mucho, tanto por el lado de la inversión como del consumo. La demanda interna deberá constituirse nuevamente en el motor de la economía, en el corto plazo (2º semestre del 2009 y 1º trimestre del 2010) a la espera que un tipo de cambio competitivo, sumado a una posible recuperación de la economía internacional en el segundo semestre del 2010, permita recuperar el nivel de las exportaciones. Pero, entre tanto, durante este periodo la acción del Estado es decisiva para producir un incremento vigoro del consumo privado local y la inversión en el país. Sobre la inversión pública, el primer paquete anticrisis ya incluyó algunas medidas, que podrían ser acompañadas por otras en materia de aceleramiento de la obra pública en curso. Por tanto, resta actuar con más énfasis sobre el consumo interno, el componente más importante de la demanda efectiva. En este sentido, conviene recordar la opinión del último premio Nobel de economía, Paul Krugman, quien señala: “La baja de la inversión empresaria responde en gran medida a la sobrecapacidad, que es el resultado de la caída de la demanda de los consumidores…». Señala también que el paquete fiscal de Obama puede pecar de insuficiente y reclama mayor déficit fiscal para alentar el consumo.

En nuestro caso, creemos que se impone una acción del Estado, para generar un fuerte incremento del gasto de consumo privado. Si se pretende modificar rápidamente la senda recesiva de la economía, la magnitud de ese gasto sería de 30 a 35 mil millones de pesos a ejecutarse durante el tercer trimestre del 2009. Si la aplicación de tales recursos se orienta hacia segmentos de familias cuya propensión marginal al consumo alcance niveles iguales o superiores a 0.9% de su presupuesto, la capacidad multiplicadora del gasto de consumo privado de los hogares, tendría un decisivo impacto en el crecimiento de la demanda y, consecuentemente, de las ventas del sector privado; con una fuerte recuperación del ingreso fiscal. De este modo, se cumpliría con el conocido precepto keynesiano, según el cual, no son los ingresos fiscales los que determinan la capacidad del gasto público sino el gasto público, quien determina el ingreso fiscal.

Los instrumentos para canalizar tales recursos al consumo son numerosos, y están a disposición; debería estimarse con exactitud cuales de tales instrumentos generarían un incremento del gasto privado de consumo con mayor eficacia y velocidad. Entre tales instrumentos se puede contar con el incremento de las jubilaciones y pensiones más rezagadas (digamos inferiores a 3000 pesos mensuales), el aumento sustantivo del monto de las asignaciones familiares, el incremento del monto de los planes sociales ya existentes y el incremento de los salarios públicos en sus segmentos mas retrazados.

Desde luego, la fuente de financiamiento sería el Banco Central; por ejemplo, vía la compra de bonos de Tesorería, en condiciones semejantes a las concebidas en el conocido caso de cancelación de la deuda con el FMI. Una parte del préstamo de tesorería se dedicará a recomponer algunos sectores altamente golpeados por la recesión internacional como en el caso evidente de la industria automotriz local. Pero de ningún modo como operaciones de salvataje financiero o de subsidios!!! Sino, como incremento de demanda. Por ejemplo como una inversión del Estado para la renovación de su flota automotriz. Desde el lado financiero -y como situación excepcional- se podría recurrir a líneas de redescuentos especiales del Banco Central para inducir una recomposición generalizada de la construcción; tal vez poniendo límites muy apretados, 5 o 6 meses, al uso de esas líneas.

Finalmente, convendría reconsiderar si el sistema de flotación administrada, al recurrir a una metodología de mini-devaluaciones, no está incentivando expectativas dolarizadoras preocupantes dado el presunto deslizamiento al dólar que parece advertirse en el comportamiento de los portafolios ahorro-inversión locales. Cabe la pregunta: ¿No sería preferible recurrir a un «adelantamiento» respecto a dichas expectativas, teniendo en cuenta que el poder de estabilización de cualquier tipo de cambio superior, esta en manos del Banco Central a través del alto nivel de reservas con que cuenta? Recuérdese asimismo, que cualquier tipo de cambio más competitivo, nos instalaría en perspectivas favorables ante una eventual recuperación del comercio internacional y que, además, incrementaría la rentabilidad de muchos sectores agroexportadores, sin tener que recurrir a cambios importantes en el nivel de retenciones actual.

En fin, todo parece indicar que es posible, que esta «a nuestras manos», la construcción de un Proyecto Nacional capaz de superar antiguas antinomias entre mercado interno y externo, entre campo e industria y que se oriente hacia la construcción de una economía basada en la complementación de todos los sectores, industriales, productores agropecuarios, agroindustria, obreros, profesionales, técnicos, servidores públicos, prestatarios de servicios privados, etc., que todos los argentinos concentren sus esfuerzos en lograr el objetivo de un desarrollo sostenido a altas tasas de crecimiento del PBI, de la inversión, de la productividad del trabajo, del salario real, del empleo, de la calidad de vida de todos los habitantes de la Argentina.

Creemos que para lograrlo es necesario recordar cuatro principios económicos:

a) El gasto fiscal genera el ingreso fiscal. No al revés.

b) El aumento del consumo privado es el principal inductor del aumento del gasto de inversión de las empresas. No al revés.

c) El nivel del superávit fiscal depende directamente del cumplimiento de los dos principios anteriores. Sin duda.

d) No hay razón alguna para que el Banco Central preste al estado 10 mil millones de dólares para cancelar la deuda al FMI y no le preste en situaciones iguales y en tiempo de crisis internacional al Estado Nacional 30 mil millones de pesos. ¿No lo cree Ud.?

Principios derivados de una visión keynesiana de la economía pero que, lamentablemente, algunos dogmas, mas culturales que económicos, impiden muchas veces su rápida y eficiente aplicación.

El autor es Director del departamento de Economía del Centro de estudios Socioeconómicos y Sindicales.

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