De todo laberinto se sale por arriba

El concurso de burguesía industrial, trabajadores organizados e intelectualidad no muestra en la actualidad los resultados prefigurados en los ‘60. Por reflejo, todo burgués asustado quiere correrse a la derecha. Para oponerse eficazmente a una recaída neoliberal, es necesario recuperar determinadas épicas colectivas que deben ser resignificadas.

El escritor Juan José Hernández Arregui sostenía, en los últimos ‘60, que la Argentina contaba con los tres elementos básicos para constituirse en Nación independiente: su burguesía industrial, sus trabajadores organizados y su intelectualidad.

Mirada optimista en la ola de un ciclo donde las conquistas parecían a la vuelta de la esquina. De entonces a hoy, la burguesía nacional en ciernes de Hernández Arregui se convirtió en burguesía rentística real, cuyo sector alto fue partícipe necesario de la apropiación del patrimonio público que luego revendería a las multinacionales haciéndose de una liquidez que no invertirá en bienes de capital.

La sindicalización cayó al 25% de la masa laboral total, el 43% de la cual hoy todavía está en negro. En los ‘90, la informalidad llegaba al 50%, aunque la flexibilización laboral apuntaba a borrar del planeta las leyes laborales y los sindicatos.

La intelectualidad pasó por una combinación de oscurantismo, represión, domesticación, tilinguería, nostalgia y contrabando ideológico. Tras décadas de ninguneo, el Espacio Carta Abierta se constituyó en una primera experiencia orgánica dedicada a pensar integralmente la Argentina, lo que desde ya plantea cierta defección de las universidades nacionales, Plan Fénix aparte.

La hipótesis de Hernández Arregui fue insuficiente, demostró no funcionar en la realidad, o esta se impuso de un modo diferente, pero de todos modos nos puede alumbrar, aunque no como él hubiera querido.

La restauración

Ese deslizamiento hacia la nada fue producto de una política “activa” de una penetración y continuidad tales que hoy, a días de las elecciones legislativas, amplios sectores sociales pretenden volver a un pasado ilusorio en el que, lejos de ser sus beneficiarios, fueron y seguirán siendo sus víctimas aunque hayan avanzado en la posesión de bienes que por algo otros codician.

Síntoma ya evidente a mediados del año pasado (“todos somos el campo”) que se agudizó tras la explosión del paradigma capitalista central, como reflujo hacia el disciplinamiento social que se busca, no ya de los cuarteles sino el de los mercados que los reemplazaron. Todo burgués asustado quiere correrse a la derecha, por reflejo. Y en ese espacio cuela el filibustero colombiano, que pretende someter toda la riqueza política, cultural y social del peronismo a una demanda patológica de seguridad policial.

Además, parece revivir el mismo fenómeno de apoyo entusiasta a las privatizaciones del ‘90 a cambio de una fiesta en dólares con la cual todo chabón con suerte podrá adquirir un taxi o el delivery de pizza, independizarse, el sueño del bisabuelo inmigrante ya alcanzado en parte cuando celebramos en el shopping nuestra capacidad de compra.

Esa mezcla de ceguera, revancha, enajenación y colonización cultural es paradójica y lamentable, porque en la Argentina, tal retorno no puede sino significar más de lo mismo.

En perspectiva, un verdadero suicidio colectivo el de esos sectores que no aprendieron nada del 2001, lo que habla de quienes no supieron explicarlo pero también de una vasta sordera relacionada con la obturación de los flujos de ideas, de la ausencia de discusión en las organizaciones políticas y sociales, de la inexistencia de esa organizaciones, del intercambio y comprensión de los distintos lenguajes, de la exageración.

La historia argentina da pistas para avanzar: “Quien quiera oír que oiga”, pero también, “de todo laberinto se sale por arriba”.

Es el capitalismo, estúpido

Para oponerse eficazmente a esa recaída, es necesario recuperar determinadas épicas colectivas que deben ser resignificadas. Porque el mundo cambió y nosotros no somos los que fuimos.

Lo que no se logra es articular, construir los vasos comunicantes entre esas épicas necesarias (pero todavía demasiado ancladas en otros pasados) y este capitalismo frente al cual no existe ya una cosmovisión alternativa, un otro dialogante, cuyas huellas nostálgicas parecen encontrarse en algunos discursos.

Parece no entenderse la lógica del capitalismo en su actual etapa, por la confusión que provoca una inter-dependencia real en crisis frente a una inter-independencia como objetivo. Parece cuestionárselo desde una alternativa (¿cuál?) o desde ningún lugar, que esa es la idea de contrapoder originada en Europa.

La ideología globalizadora pretendió arrasar el paradigma del Estado-Nación. Pero eso tiene un significado para los Estados-Nación industrializados del Norte, y otro en los cuasi-Estados del Sur, aunque mejor es decir que la evolución de los Estados centrales conlleva, siempre conlleva, la imposibilidad para los otros.

Hay en esta realidad una cuestión irresuelta, y también una relación asimétrica que debemos volver a denominar “dependencia”.

Excepto que aceptemos convertirnos en arrabales culturales de la Gran Aldea, o que sigamos aferrados a viejas doctrinas de despegue con omisión de etapas (desde Rostow a Lenin), la tarea primordial vuelve a ser en Argentina la construcción o reconstrucción de un Estado devastado hacia la idea de Nación.

¿Desde dónde y cómo se avanza en términos de autonomía sin contar con una burguesía “nacional” que ni siquiera llega a “industrial”?

¿Puede el Estado reemplazarla, y hasta dónde?

¿Pueden crearse desde el Estado las condiciones para que surja un germen de burguesía nacional?

La crisis iniciada en setiembre de 2008 no significó la caída de unos bancos ni la quiebra de Wall Street, ni es más o menos fuerte que la del ‘30. Lo que está en crisis es el propio concepto de capitalismo, que en su etapa de apropiación financiera gira alrededor de una liquidez ficticia con eje en el consumo. También el capitalismo local está en crisis, y el de Brasil, y el de la India.

Para salvarlo, la oposición neoliberal propone seguir hundiéndolo para trasnacionalizarlo un poco más.

Y la oposición progresista no advierte –porque dialoga con distintos fantasmas– que en 2003 se ha abierto sorpresiva y sorprendentemente un espacio que permite avanzar en términos de autonomía, de emancipación, dentro del paradigma capitalista en crisis, lo que nos lleva de nuevo al tema de la dependencia.

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