Cosas de rusos

Historias reales que son de no creer.

Sylvan Kolesnikov no creó ningún fusil de guerra, sino algo mucho más peligroso. Fue en 1769, cuando se apersonó en una aldea de Ucrania, revelando a los perplejos vecinos su misión de conducir al pueblo de Dios hacia la santidad. Vivió once años más, enseñando que el Espíritu Santo no reside en una remota esfera celestial, sino dentro de cada uno de nosotros en general y de Sylvan Kolesnikov en particular.

Era proverbial la tolerancia de la iglesia ortodoxa rusa hacia los anacoretas, predicadores mendicantes, iconoclastas, santones y toda la infinita gama de locos de Dios, razón por la que Kolesnikov y sus discípulos no fueron perseguidos, ni torturados, detenidos o quemados. Las autoridades religiosas corrieron al profeta para el lado que disparaba, lo que no evitó que sus seguidores se hicieran acreedores a un anatema. Dujobor, se los llamaba con sarcasmo, un término compuesto de dos palabras rusas: dujo o douhka, “espíritu”, y borets, “luchador”, mediante el que se quería mostrar que se habían peleado con el Espíritu Santo.

Con habilidad, Kolesnikov invirtió el sentido del término, dándole la interpretación de “luchadores del Espíritu”.

Una Venida inopinada

Los dujobor vivían en comunidad, rechazaban la adoración de las imágenes así como la doctrina de la Trinidad, lo que no les impedía saludarse mediante pronunciadas reverencias dirigidas al Espíritu Santo que habitaba dentro cada uno. Al que sí veneraban como a un dios era a Kolesnikov, por lo que a su muerte, se sentaron esperar a que el Señor les enviara un nuevo guía. Se ignora si fue exactamente remitido por Dios, era un impostor o un perturbado mental más, pero sucedió que un comerciante de nombre Pobhirokin afirmó ser el guía esperado y no conforme con eso, confesó ser Jesucristo.

Le creyeron, sometiéndose voluntaria y entusiastamente a su divina dictadura. Pobhirokin era asistido por doce apóstoles y tenía a su servicio doce ángeles de la muerte, cuya misión era librar al mundo de los disidentes de la secta. La vocación al sometimiento era tan intensa y la tradición del liderazgo divino estaba tan arraigada entre los dujobor, que una larga dinastía de sucesores de Pobhirokin rigió a la secta durante casi un siglo, en el que a raíz de algunas prohibiciones –al comercio, al servicio militar, a la educación pública– los dujobor fueron deporatos al Cáucaso, donde prosperaron más de lo que se esperaba. Hasta que su objeción al servicio militar se volvió activa y a la vez violenta, de manera que poseídos del demonio de la paz, se lanzaron a incendiar uniformes y pertrechos militares, algunos de ellos muy explosivos.

Como no podía ser de otra manera, fueron reprimidos, lo que les valió súbito e insólito renombre. Es que fue entonces que atrajeron la atención de Liev Nikoláievich Tolstoy, quien montó una campaña de prensa a favor de la secta, solicitando se les permitiese emigrar de Rusia, a lo que el zar accedió más que gustosamente.

La era americana

Las autoridades de Canadá se mostraron dispuestas a recibir a los colonos, fanáticos pero laboriosos, instalándolos en Saskatchewan en 1899. Recién tres años más tarde lo haría su guía de entonces, Peter Verigin, pues hasta entonces se había encontrado cumpliendo una condena en Siberia.

Lo primero que hizo Verigin fue demostrar a sus acólitos de que no se los podía dejar solos: Saskatchewan tiene un clima continental frío. La precipitación media anual es aproximadamente de 381 mm, la mayor parte de la cual cae durante la primavera y el verano. En fin, un asco. En síntesis, que consiguió convencerlos de instalarse en la más benigna Columbia Británica, que tiene un clima templado y los vientos húmedos procedentes del océano descargan abundantes precipitaciones sobre la región costera. Casas más casas menos, el paraíso tropical.

Con el tiempo o la molicie propiciada por la bondad del clima canadiense, Verigin fue suavizando su radicalismo, inclinándose por aceptar formas de vida más modernas que aquellas del mundo de Sylvan Kolesnikov, lo que lo puso en conflicto con una facción fundamentalista de la secta autodenominada Hijos de la Libertad, quienes retomaron la pasión por la piromanía de sus predecesores rusos: completamente desnudos, como símbolo de su pureza esencial, incendiaban las propiedades de los dujobor más ricos.

En 1924, Veigin voló por los aires tras la explosión de una bomba. Si bien las sospechas recayeron sobre los Hijos de la Libertad, nunca se descartó la posibilidad de que el atentado hubiera sido obra de su propio hijo, ansioso por sustituirlo como guía de la secta.

Las procesiones de personas desnudas, los atentados terroristas y los incendios continuaron hasta la actualidad, aunque tal vez el momento de mayor actividad de los Hijos de la Libertad haya sido a principios del siglo XX.

Fue en 1922 que dos fanáticas fueron juzgadas por prender fuego a una casa. Durante el proceso, debieron ser cubiertas con mantas debido a su empecinado nudismo. Así y todo, una de ellas se las ingenió para incendiar la celda en que esperaba sentencia.

El único remedio que hasta el momento las autoridades canadienses han encontrado es la construcción de cárceles a prueba de fuego. Las iniciativas tendientes a devolverlos al Cáucaso han chocado con la cerrada negativa de las autoridades rusas a recibir la mercadería fallada.

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