No son las hipotecas, es el modelo

La crisis mundial no se originó en la mora hipotecaria de los desocupados y pobres estadounidenses sino en la tómbola financiera. Las manos invisibles del mercado no fueron capaces de conservar equilibrios básicos entre acumulación de capital y crecimiento del consumo de la población. Otra muestra de que las premisas neoliberales destruyen valor, llevan al suicidio de la economía y aumentan la pobreza de los pueblos.

“El relato nos había mantenido alrededor del fuego casi sin respirar, salvo por el comentario obvio de que era una historia espantosa…”, escribió Henry James en “Otra vuelta de tuerca”. Así, al borde del espanto, nos ha mantenido el relato de la crisis financiera internacional, probablemente la más grande desde 1929. Una historia espantosa que los medios han relatado con títulos catástrofe y análisis superficiales, cuando no interesados, explicados por los propios abanderados de la ideología que provocó esta gran crisis.

El problema es comprender el problema. Para ello, debemos retrotraernos a 1989, al fin de la bipolaridad, al abandono del Estado de Bienestar y al comienzo de la imposición de las ideas-fuerza del paradigma neoliberal.

Reagan sostenía que “El Estado es el problema”. Siguiendo esta premisa se impusieron políticas de achicamiento del Estado y reducción del gasto público: el apotegma era que “el Estado no debe intervenir en la economía ni deben existir límites para el flujo del capital financiero”. Para mejorar la competitividad, hay que flexibilizar el trabajo (eufemismo por bajar los salarios y regresionar el ingreso).

La aplicación de estos postulados

Los primeros en caer en la telaraña neoliberal fueron los países emergentes (en otro tiempo llamados subdesarrollados y otrora del Tercer Mundo), condicionados por los organismos multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial, etc.) para resolver lo abultado de su deuda y poder ser acreedores a salvatajes de plomo, al “merecer” que se refinanciara esa deuda aprovechando el excedente de capital financiero internacional y cortoplacista que se paseaba por el mundo sin control. Las consecuencias fueron nefastas, y en nuestro país terminaron con la hecatombe del 2001, pero ya otros habían sufrido las consecuencias: crisis del tequila en México en 1994 o los debacles del sudeste asiático y de Rusia y los problemas en Brasil.

Pero también se aplicaron en Estados Unidos y Europa, y aquí debemos ubicar el inicio del problema que hoy afecta al mundo financiero. Durante la administración Reagan se modificó la distribución funcional del ingreso en los Estados Unidos, achicando la porción de la torta que recibían los asalariados y ampliando la que percibía el capital, multiplicando sus excedentes, que se volcaban al mercado financiero. En un proceso normal, estos capitales eran destinados a financiar la inversión y el crédito. En un primer momento el acceso al crédito permitió mantener el consumo norteamericano, aunque cayeron los niveles de crecimiento (se desaceleraron, dirían los ortodoxos) y de inversión.

Con salarios más bajos y desocupación, cayó la masa salarial y disminuyó la demanda de consumo por lo que la inversión productiva fue decreciendo dado que las ventas internas eran menores. Al no tener suficiente demanda de inversión productiva, los capitales comenzaron a girar por el mundo, aprovechando los diferenciales de riesgo que debían pagar los países periféricos si querían acceder a esos capitales. Surgen aquí las calificadoras de riesgo y se “deslocaliza” la producción.

Un proceso que desencadenó en crisis financiera

Las sucesivas crisis en los países emergentes y el alza de la tasa de interés en los desarrollados por la necesidad de cubrir el déficit externo de Estados Unidos, hicieron que los capitales financieros retornaran a Wall Street. El excedente de capital financiero, por la retracción del consumo y la inversión mencionados, sumado a este nuevo proceso, generaron el invento de los mercados secundarios de crédito. En criollo, un grupo de bancos que ante la posibilidad de dinero barato se lanzó a utilizarlo en un segmento de tomadores de crédito de alto riesgo para la adquisición de propiedades inmobiliarias: las hipotecas subprime.

El gobierno de Estados Unidos fomentó esta operatoria: la Reserva Federal (FED) decidió en 2002 que la tasa de interés de referencia se mantuviera en un piso mínimo a fin de expandir el consumo por efecto del crédito barato. La demanda de inmuebles así inducida impactó en el mercado haciendo subir el precio de las propiedades y generando la burbuja inmobiliaria. En este momento, en pleno boom del crédito, los bancos quisieron seguir alimentando el negocio y para eso necesitaban más dinero que les permitiera tomar nuevas hipotecas; entonces, utilizaron las ya otorgadas como garantía para que el mercado financiero les adelantara el dinero, y a cambio entregaban un certificado (securitización). Ya no eran activos inmobiliarios sino activos financieros, y en poco tiempo invadieron las carteras de los bancos de inversión y fondos de riesgo.

Pero en 2005 la FED detectó que la economía estadounidense estaba generando inflación y para frenarla recurrió a un procedimiento habitual: subió la tasa de interés hasta el 5,25% anual. Al hacerlo, se incrementó la porción del salario destinado al pago de intereses, limitando la capacidad de repago de los clientes y, en consecuencia, bajó la demanda de bienes inmuebles y de consumo, y los precios se desinflaron como buscaba la FED pero, a la vez, por efecto de la caída del consumo aumentó la desocupación y, en consecuencia, la morosidad creció en forma considerable.

La burbuja se agranda

Para ese momento, los bancos de inversión y los bancos prestamistas, los capitales especuladores internacionales (“inversores”), los brokers y las agencias de crédito veían el problema pero no estaban dispuestos a relegar las suculentas ganancias que las hipotecas les habían brindado. Es aquí cuando el autodenominado “grupo de los cinco” (Deutsche Bank, Goldman Sachs, Bear Sterns, Citigroup y JP Morgan) ideó un instrumento que, en apariencia, les permitiría protegerse de los riesgos de las hipotecas subprime. Desde enero de 2006, colocaron en el mercado bonos vinculados a la suba o baja del mercado de las hipotecas llamados ABX-HE; aunque no tenían respaldo real, esos bonos fueron calificados como triple A por las calificadoras de riesgo, lo que hizo que se impusieran rápidamente en los mercados de capitales financieros.

Al inicio, cuando los inversores entraron en el juego, el valor subió y debieron seguir pagando, pero ante las primeras moras, las cotizaciones ABX comenzaron a caer. Con el tiempo, el costo de apostar contra los bonos siguió aumentando, señal de que los traders veían claros indicios de aumento de la mora. Sin embargo, estos nuevos derivados fueron un éxito entre los clientes del «grupo de los cinco», incluyendo entre ellos otros bancos y otras instituciones financieras que buscaban rendimientos altos y rápidos. En los meses siguientes, Deutsche Bank y Goldman Sachs comenzaron a usar los derivados para apostar en contra y cubrirse de la posibilidad de impagos en las hipotecas subprime, a pesar de que el costo de hacerlo seguía creciendo.

La burbuja explota

Esta última actitud terminó por minar la confianza de los especuladores, lo que los llevó a intentar recuperar sus inversiones, y al hacerlo pusieron en jaque al sistema. Los bancos no tenían cómo responder porque sobre las garantías reales iniciales (hipotecas) se había montado una estructura especulativa que más que triplicaba las garantías. Así, la burbuja no se desinfló paulatinamente sino de golpe.

Algunas conclusiones del capitalismo casino

La crisis financiera no se originó en la mora hipotecaria de los desocupados y pobres estadounidenses sino en la tómbola financiera. El intenso proceso de concentración del ingreso fue transformando rápidamente en deudores insolventes a la mayoría de los tomadores. La crisis tiene su verdadero origen en el sector real de la economía y, más precisamente, en un fenómeno persistente de cambios regresivos en la distribución del ingreso. En un sistema normal de créditos hipotecarios, los bancos prestamistas están cubiertos por el valor de las hipotecas y siempre pueden recurrir a las ejecuciones hipotecarias para resarcirse. El riesgo es que por una caída en el precio de los inmuebles, el valor recuperado sea menor que el prestado. Ya en este escenario, los fondos y bancos de inversión recurrieron a la utilización de instrumentos financieros para ocultar la situación y mantener sus ganancias: la securitización primero y el apalancamiento o índice ABX-HE después, por lo que las hipotecas deberían poder garantizar mas del triple de su valor original para cubrir las distintas etapas en las que se las utilizó como resguardo.

Esta situación fue posible por ausencia del Estado. Las manos invisibles del mercado no fueron capaces de conservar equilibrios básicos entre el proceso de acumulación de capital y el crecimiento de la capacidad de consumo de la población y, por añadidura, cuando los especuladores desarrollaron métodos espurios de colocación de liquidez excedente, tampoco el Estado se hizo presente controlando y regulando los nuevos instrumentos financieros que se fueron creando. Otra muestra de que las premisas neoliberales destruyen valor, llevan al suicidio de la economía y aumentan la pobreza de los pueblos.

Esto surge con claridad del salvataje que anuncian los Estados Unidos y los países de Europa, que suman en total cifras tan inconmensurables como las pérdidas de los bancos y agencias de crédito.

Este salvataje lo realizarán los Estados poniendo dinero de sus reservas para salvar a los bancos y sin rescatar a los deudores, causando un daño real a las propiedades de una importante porción de la población.

En resumen

Este sistema perverso nace a principios de los ‘90 por la flexibilización laboral que regresionó el ingreso, contrajo la demanda y provocó que capitales financieros tradicionalmente orientados a la inversión productiva, se volcaran a la especulación. Por la concentración del ingreso, esos capitales fueron cada vez mayores y los bancos, brokers, agencias de crédito, etc., inventaron nuevos instrumentos financieros (sin ningún tipo de respaldo real como acciones de empresas, hipotecas, o bonos de un Estado o de una compañía industrial) para atraer los capitales excedentes y obtener de ellos una ganancia sin agregar valor.

En tal contexto, un nuevo sector financiero asumió la función de tomar la liquidez sobrante (fruto de la concentración del ingreso) y generar instrumentos que facilitaran el endeudamiento de aquellos mismos sectores que venían siendo castigados con la disminución de su ingreso real. Aparecieron los fondos de inversión que tomaron los excedentes de liquidez de la banca comercial y se dedicaron a colocarlos a un target de inversores a pesar del creciente riesgo asociado con este tipo de operaciones.

Mientras tanto, iba aumentando la insolvencia en un sector de los sujetos de crédito, y la caída del valor de la garantía se distanció del valor de las deudas.

Post Data

Los hechos dejan en evidencia la inconsistencia de los principios de la Nueva Macroeconomía clásica (NMC), la debilidad en el análisis de los “fundamentals” de una economía capitalista moderna y la inexistencia de presuntos mecanismos de equilibrios automáticos de los mercados.

Es un verdadero rechazo empírico a la mayoría de sus tesis y pone en crisis a todas las políticas de carácter neoliberal derivadas de su cuerpo teórico. Con esta experiencia mundial se abrirá una nueva etapa en el desarrollo de la teoría económica que, muy probablemente, deberá retornar a antiguas fuentes, como algunos clásicos del siglo XIX y al keynesianismo de la primera parte del siglo XX. No es el fin del capitalismo: probablemente lo sea del neoliberalismo.

Economista y autor de numerosos libros, el autor fue miembro del gabinete nacional de la República del Perú y Diputado Nacional por el Polo Social (2001-2005). Actualmente es Director Académico del CESS.

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