Vivir en dichos

Aguardientes.

No somos nada —dijo— sabiendo que a buen entendedor pocas palabras. Y dio la callada por respuesta, mientras metía violín en bolsa y tocaba retreta rumbo al bar de la esquina.

Sabedor de que el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo pensó en consultar a su abuelo, aunque recurrir a la familia nunca lo convenció del todo por aquello de que, en casa de herrero… Además, sabido es que buey solo bien se lame, y que no hay peor astilla que la del mismo palo.

De manera que se sentó a la mesa habitual del barucho a la espera de ver pasar el cadáver de su enemigo. El que espera desespera, por lo que a las dos horas se tomó las de Villadiego y enfiló solo, como loco malo, rumbo a la casa de su mejor amigo.

El otro lo esperaba, porque lo tenía más junado que al tango La cumparsita, y porque los amigos se cotizan en las buenas y en las malas. Se clavaron unas pizzetas frías que habían quedado del día anterior ya que era cierto aquello de que hay que comer para vivir y no vivir para comer.

La hermana de su amigo se había ido a vivir a la casa de su novio dejando la habitación contigua vacía y probando eso de que la suerte de la fea la linda la desea. Sin embargo, pájaro que comió voló, el tipo se fue de nuevo a su bulincito. Se puso a escuchar unos discos de pasta de Magaldi, herencia familiar, que sonaban tan bien que pensó: viejos son los trapos.

No hizo caso a la evidencia de que la soledad es mala consejera, y se dispuso a serenarse y a no vivir su sensación de abandono de manera distinta que las personas que lo rodeaban. En Roma haz como los romanos, sentenció.

Después de todo, lo que Valeria le había dicho la dejaba muy mal parada, y el pez por la boca muere.

Debería haber aceptado la propuesta de la turca, pero la figura de Vale lo perseguía haciéndolo preferir ser cola de león y no cabeza de ratón.

No quería dormir solo, pero Valeria había sido tajante, como cuchillo caliente en la manteca. Se tiró en el catre vestido. Cerró los ojos y pensó: Más vale pájaro en mano.

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