Por Causa Popular.- Trascurridos los primeros días de la Tragedia de Cromagnón, la certeza política inicial era que se trataba de una crisis cuyas consecuencias eran mucho peores que las previstas. A los 15 días, ante la soledad del Gobierno Porteño frente a la vorágine, desde la Casa Rosada dejaron entrever que “a la transversalidad la mató una bengala”. Pero cumplido el primer mes del siniestro 30 de diciembre de 2004, es notable que la crisis está cerrando por derecha tras el desembarco del duhaldismo en la Capital Federal de la mano de Juan José Alvarez y una nueva pregunta surge en el horizonte: la bengala, ¿Terminó con la transversalidad o con el progresismo?.
La crisis desatada por el incendio del local bailable República de Cromagnón, que se cobró 192 vidas la noche anterior al fin del 2004, está por cumplir la cuarentena y de ella parece que no ha salido el progresismo porteño ni las fuerzas de centroizquierda que pugnan por el electorado más politizado del país.
Luego de las secuencias dramáticas de las primeras horas y cuando el estupor permitió ver más allá del duelo menos pensado, las acusaciones se centraron en el Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra y sus responsabilidades antes y después del incendio en Once.
Tras las primeras manifestaciones en su contra y en medio del temeroso silencio de sus aliados, Ibarra designó a Juanjo Alvarez en el área de seguridad y cuando nadie había superado la sorpresa ante semejante nombramiento, presentó un pedido a la justicia para que convoque a un plebiscito sobre su mandato.
La propuesta fue colocada dos días antes de una interpelación legislativa que corroboró que la principal oposición liderada por el empresario automovilístico Mauricio Macri, no podía hacer otra cosa que hacer leña del árbol caído y así demostró (hasta para Clarín) que el “jefe de la oposición porteña” aún no está en condiciones de salir de la presidencia de Boca Juniors.
Ahora el plebiscito ya fue aprobado por la justicia y queda por saber cómo se juntarán las 540 mil firmas necesarias para que todos los porteños voten si Ibarra debe continuar su mandato o si debe renunciar por su desempeño en la tragedia de Cromagnón.
Muchas diferencias, pero sólo una coincidencia
La mayoría de los analistas coinciden en que la población no le pide a Ibarra que se vaya, sino que gobierne y se haga cargo de la crisis.
En la Casa Rosada están preocupados de que el plebiscito no pase de mayo y en el caso de que la avería empeore ya están pensando en impulsar al vicepresidente Daniel Scioli para una “posible convocatoria a elecciones anticipadas” que impida que las consecuencias de la tragedia se metan en los comicios de octubre próximo y beneficien a Elisa Carrió.
En los espacios de la derecha porteña, que aún no logra superar su fragmentación, se han llamado a silencio tras la polémica por el plebiscito. Sin embargo, analistas, funcionarios y opositores observan con silencio el avance de la causa judicial y todos sentencian que la suerte de Ibarra está atada a las posibilidades de su procesamiento.
Detrás de la coincidencia, permanece la sospecha de que la justicia tendría elementos para ir más allá de los funcionarios directamente involucrados en la habilitación municipal del local que esa noche albergó a más de 5 mil jóvenes, cuando le estaba permitido alojar a no más de mil cien.
Así las cosas, no es redundante concluir que la virulenta crisis que comenzó el 30 de diciembre pasado continúa con final político abierto e incierto. Pero cabe preguntarse si lo que se ha avanzado en la construcción del Estado porteño debe correr la misma suerte.
Si la respuesta hubiera que darla hoy, es probable la decepción, porque a pesar del desarrollo de experiencias progresistas inéditas en la Capital Federal, aún no ha salido nadie a defender lo construido frente a la posibilidad de que la derecha gobierne la Ciudad por cuatro u ocho años.
En los últimos 15 años fue la Ciudad, y no otro lugar, uno de los principales escenarios de experiencias sindicales, sociales y políticas inéditas que resistieron al menemismo y que a pesar de los desaciertos, supieron mantener las principales reivindicaciones democráticas en la defensa del Estado y de los derechos políticos y sociales.
Es duro ver que tanto esfuerzo y creatividad hayan quedado relegados a la palidez de la gestión de Ibarra, pero el pueblo argentino ha tenido que sortear obstáculos mucho mayores y son muchos los que cayeron en el camino para lograrlo.
Los mismos que han criticado que el Gobierno Porteño gobierne para la opinión pública, hoy no se articulan en un espacio progresista que, más allá de la suerte de la administración de Ibarra, continúe adelante con las conquistas sociales que no se lograron por obra y gracia de la buena suerte del ex fiscal.
Fue por la lucha empeñada por miles de trabajadores de la educación, de la salud y de otras actividades que en un momento dado llegaron a discutir la posibilidad de dividir la Ciudad en 16 comunas que garantizaran la mayor participación ciudadana y hasta las decisiones sobre su presupuesto.
Hoy, hasta Joaquin Morales Solá, desde La Nación, se pregunta por qué tras 5 años de gestión, Ibarra no tiene una estructura política en la que apoyarse.
Sin embargo, por encima del cinismo del ex corresponsal de Clarín en el Operativo Independencia, cabe preguntarse: si esas fuerzas y esas conciencias no están con Ibarra, ¿dónde están?, ¿qué piensan hacer?, ¿qué aprendieron?.
Mientras esto demora en ocurrir, el debate sigue pendiente y aunque nunca es tarde, el duhaldismo no pierde el tiempo y la derecha tampoco.
El 29 de diciembre de 2004 el nombre de Juanjo Álvarez resultaba imposible en el gabinete de la Ciudad. Hoy sueñan con Scioli y quien sabe, mañana estén golpeando otras puertas.
Claro está que los vientos políticos del 2005 no son los mismos que soplaron en 1990, 1995, ni 2001 pero detrás de cada crisis también hay una oportunidad y este año habría que demostrar que el camino del progresismo y la izquierda ha sido construido con esfuerzo y no con oportunismo.