¿Cómo definir al pensamiento nacional y popular?
El pensamiento nacional y popular es una corriente intelectual y política con rasgos propios. Su particularidad no estriba en la ubicación geográfica de nacimiento de sus titulares y no tiene que ver tampoco con una línea disciplinaria en particular. El pensamiento nacional no supone necesariamente una única afiliación partidaria. Se puede nacer en cualquier país y ser nacionalista, liberal, de izquierda o desarrollista. Los miembros de dicha corriente intelectual poseen una formación disciplinar diversa, siendo Raúl Scalabrini Ortiz agrimensor, Alberto Baldrich obtuvo el título de abogado, Juan José Hernández Arregui era filósofo, Juan Perón adquirió una formación militar y Leonardo Castellani era filósofo y teólogo. Dentro del pensamiento nacional existió una diversidad de orígenes y de modalidades de acción partidaria y no se los puede circunscribir a una sola expresión política.
El pensamiento nacional es una perspectiva para analizar los problemas y para construir los proyectos de país, de región y de mundo. En una gran síntesis, articula tres grandes perspectivas:
– La pregunta por el ser nacional. ¿Qué rasgos históricos, presentes y futuros definen la personalidad nacional?. Dicho interrogante contempla aspectos culturales e históricos y también temas sociales, económicos y políticos. La nación es una herencia espiritual y un patrimonio civilizacional que pasa de generación en generación. La afirmación nacional de una comunidad contiene un pasado compartido, un adversario y/o enemigo presente y una unidad de destino futuro.
– Un análisis de nuestra condición nacional a partir de la inscripción del país en el sistema mundo. Este aspecto supone un análisis crítico de la dependencia y de todo tipo de colonialismo o de neocolonialismo en las relaciones internacionales.
– Una voluntad de emancipación política. El pensamiento nacional y popular valida sus análisis y sus aportes conceptuales en la capacidad histórica de la comunidad de realizarse. Lejos de ser una mera especulación teórica o académica, el pensamiento nacional se consuma y se valida en la acción política de las organizaciones libres del pueblo.
En una gran síntesis, para esta corriente intelectual y política, la comunidad nacional debe edificar y potenciar cuatro grandes pilares:
PRIMERO. La nación es una unidad de destino. La nación se construye a partir de lo que una comunidad siente, desea y funda políticamente. Tal definición supone un principio de unidad cultural y una identidad colectiva que se despliegan en tensiones y en contradicciones. Las disputas de clases, de etnias o las diferencias de género existentes en el seno de cada país, no deben imponerse si ello supone desandar el interés nacional. En caso que esto ocurra, se puede llegar a fragmentar territorialmente un Estado en guerras étnicas o incluso destruir el proyecto colectivo en enfrentamientos internos de facciones. Si bien el conflicto nunca desaparece dentro de una nación, la tendencia a edificar una unidad superior debe prevalecer. Juan Perón lo explicó con lucidez cuando afirmó que primero están la patria, luego el movimiento y finalmente los hombres y sus intereses y sus ambiciones.
La unidad de destino de una nación se desenvuelve como un proyecto social de vida en comunidad, como una organización de poder y como una fe. Los pueblos que no tienen fe en la legitimidad de su causa y en su capacidad histórica, presente y futura para realizarla, no serán una nación, sino un mero conglomerado de individuos.
La nación es un principio de unidad moral y emocional y para que pueda unificase es necesario que el individuo actúe libremente al servicio de la colectividad, percibiendo en su tarea diaria la satisfacción del deber cumplido.
SEGUNDO: la nación es un principio de solidaridad social. Los pueblos sin ideales y sin sentimientos de justicia, no pueden conformar una comunidad y serán una mera acumulación gregaria de egoísmos. El interés comercial puede constituir un mercado, pero no una nación. Las naciones avanzan si tienen la capacidad de imponer un imperativo moral de colaboración con el prójimo, de bien común y de solidaridad con los hijos de la misma patria.
TERCERO. La nación requiere del efectivo cumplimiento del derecho de los pueblos a la autodeterminación política. Cada comunidad organizada es única y diferenciada en relación a las otras unidades humanas. Como tal, cada pueblo debe tener el derecho propio e irrenunciable a construir y a planificar su propio modelo de desarrollo nacional.
CUARTO. La nación requiere de una economía independiente. En el siglo XX la categoría de nación se convirtió en sinónimo de industrialización y de planificación productiva y social. No hay nación posible, si los principales elementos de la economía de un país son manejados por el “mercado mundial”, que es la forma eufemística de nombrar a un grupo reducido de países y de corporaciones a ellos vinculadas.
Los Estados sin industria y sin una actividad productiva planificada socialmente, no pueden generar condiciones de empleo y dignidad para su pueblo. El resultado de dicho modelo económico es el descarte en masa de los seres humanos, que son sumergidos en la pobreza, el subconsumo y en la marginalidad. El pensamiento nacional argentino del siglo XX conceptuó como los pilares fundamentales de la soberanía de un país, la capacidad de los Estados para administrar los recursos naturales, la finanza (bancos y Banco Central), el comercio exterior y los servicios públicos.
El pensamiento nacional y popular comparte el respeto hacia las minorías, sin por eso olvidar el principio fundamental e irrenunciable de consumar primero la emancipación de las mayorías. Esta corriente intelectual considera al pueblo y a sus dirigentes como actores centrales de la nación y descree de la capacidad de las oligarquías para construir un programa colectivo y soberano. También niega el modelo de la dictadura del proletariado o del clasismo como posible esquema para organizar una comunidad libre. El pensamiento nacional no es xenófobo y su participación activa de apoyo al peronismo, demostró que es posible asimilar la diversidad étnica, en el marco de un programa soberano y antiimperialista.
El pensamiento nacional del siglo XXI es la antítesis del pensamiento neoliberal
Hay que decirlo sin titubear: actualmente el país y la región se encuentran ante el dilema histórico de forjar la soberanía nacional o de profundizar la sumisión al imperio anglosajón.
Los comunicadores e ideólogos del establishment presentan a la globalización como un único e incuestionable camino al desarrollo. En realidad, detrás de esta categoría aparentemente neutral, se esconden los intereses y el proceso de expansión política de los norteamericanos que fue desenvuelto con fuerza desde la caída de la Unión Soviética.
El gobierno de las elites financieras trasnacionales pone en riesgo las democracias. El neoliberalismo busca destruir la organización del pueblo y le entrega la soberanía política y las decisiones gubernamentales a los organismos multilaterales y a los CEOS. En este sistema, el pueblo a lo sumo delibera, pero nunca gobierna y sus decisiones están enajenadas en las elites que son designadas por las corporaciones.
En nombre de la libertad el régimen político neoliberal conforma un totalitarismo de mercado, que está caracterizado por exportar las riquezas del centro hacia la periferia y por fabricar millones de pobres y de desempleados.
En el aspecto económico, la “división neoliberal del subdesarrollo” opera como un programa de socialización de pérdidas y de privatización de ganancias. A los países del sur les cabe la tarea de primarizar la producción, para reconvertirse definitivamente en economías agropecuarias y en una plaza para la especulación financiera. A este proceso, se le suma la tendencia a la concentración y a la extranjerización permanente de su patrimonio que se fuga hacia los centros de poder occidental. De no revertirse la tendencia, el capitalismo neoliberal puede destruir la propiedad privada y productiva de Sudamérica.
En el plano social, el gobierno de la finanza del siglo XXI está superando la clásica lucha entre las clases productivas. En su lugar, quiere instaurar el sistema de los descartados y de los excluidos que pelean por ingresar al mercado o por no caerse definitivamente al abismo de la miseria estructural. Los grupos financieros y los Estados que controlan las principales decisiones del mundo, están insectificando la vida de las barriadas populares en Sudamérica. La geografía del hambre y la cultura de la marginalidad estructural, se están tornando dos características centrales del caos políticos del mundo contemporáneo. Al modelo actual le sobran trabajadores y a diferencia de la modernidad liberal, ya no plantea un progreso en el futuro que sea capaz de revertir la tenebrosa tendencia.
La cultura neoliberal se presenta como universal y eso la hace represiva. En dicha ideología, se piensa como ellos o se está contra ellos. Caracterizan a las ideas políticas que no son liberales anglosajonas, como antidemocráticas y autoritarias (hoy le dicen “populistas”). A este esquema lógicamente totalitario, hay que enfrentarlo con la bandera del derecho a la identidad nacional, en el marco de un proyecto mundial de pluri-verso cultural y civilizatorio.
El neoliberalismo difunde una ideología individualista, narcisista y nihilista y es por eso anti nacional y anti colectivista. La evocación al individuo consumista con derechos y sin deberes con la comunidad, conduce a que desaparezca el concepto de colectividad. La sociedad se disgrega y aumenta la violencia y la desigualdad. Lo que nunca debe olvidarse y pese a que quieran encubrirlo los cultores del liberalismo, es que la supervivencia de la nación es la única garantía de la libertad del individuo.
En el sistema neoliberal el hombre no tiene fe en el progreso de la humanidad y la remplazó por el deseo de consumir. Se es lo que se tiene y la patria es el dólar, la bolsa de valores es la iglesia y la ganancia su Dios único.
El fetiche tecnológico neoliberal está corroyendo los valores humanos fundamentales. Se plantea como un hecho positivo remplazar al trabajador en una empresa con la finalidad de no pagar cargas sociales, no financiar una licencia por maternidad o para evitar conflictos sindicales. Esta ideología conduce a la sustitución del hombre por la máquina. Con esa actitud aumentan el desempleo y se reduce el mercado interno y a la larga van conformando una crisis capitalista de superproducción. La ciencia desligada de la filosofía y de la metafísica puede conducir al mundo al caos ecológico, al desempleo, la pobreza y al enfrentamiento bélico de inusitadas dimensiones.
El neoliberalismo difunde el mito de la republica formal y tal cual explicó Antonio Cafiero “Los liberales hablan del Estado de Derecho, nosotros hablamos del Estado de Justicia. Los liberales hablan de los derechos del ciudadano, nosotros hablamos de los derechos del hombre, que es más que un ciudadano: el hombre es una persona que genera familia, trabajo, profesionales, vida barrial, vida vecinal, partidos políticos y una multitud de acciones sociales”.
Los argentinos y sudamericanos tenemos el deber histórico de rehacer la patria sobre las ruinas del neoliberalismo. Para eso, es necesario fortalecer la comunidad nacional y la unidad moral del pueblo en una nueva fe cívica movilizadora y vital.