Leer en voz alta: Silvina Pérez Lucena

Los perfiles de la gente importante según un yo que siente y piensa en la ciudad. Por Rossana Nofal

Del lado A: tallerista

“A nadie le gusta pensar que cabe en un molde”. La quinta temporada de la serie Mad Men comienza en 1966, con el relato de una escena de violencia: unos publicistas echan agua hervida sobre un grupo de manifestantes que marchan en favor de los derechos civiles de las minorías. La lógica del capitalismo en la escala de una agencia y Avenida Madison. La vida secreta, el relato imposible, el whisky a toda hora, el humo de los cigarrillos, los bares del after office y los ajuares cosmopolitas configuran la teatralidad masculina de los personajes alrededor de Don Drapper. Las mujeres disputan su lugar en este mundo entre los moldes que las nombran: Marilyns o Jackies. Peggy, Joan, Megan y Betty organizan sus luchas cotidianas entre muchos fracasos y algunas victorias sobre la lógica del género. Don Drapper es el publicista que cuenta el cuento al final de cada capítulo; el autor completa el contexto con la canción, emblema de cierre y apertura. Me gusta imaginar que la historia de Manhattan y sus publicistas puede comenzar en el próximo ascensor con la ficción del sí mismo y de sus otros incompletos. Juegos secretos, los trucos del as de espadas y de eso que hay entre el cero y el uno. Disfruté de la serie completa muchas veces. Nunca vi lo mismo ni viví en la misma temporalidad como espectadora, aunque siempre estuve sentada en el mismo lugar de la casa frente al televisor que me tocaba en suerte.

Silvina Pérez Lucena es tallerista de oficio. Ella habla de alguna edad que dice que tiene, pero a mí se me hace cuento. Vive en Tucumán, muy lejos de New York o muy cerca, según desde donde se mire el mapa o se cuenten las millas. No es la ciudad de la furia, no es cosmopolita de rascacielos, pero es de los zapatos de tacón para las reinas de un pueblo grande. Con los empeños de la literatura, comenzamos a vivir en este mundo entre los relatos de las infancias que se mezclaban con las historias de Funes tan memorioso que se olvidaba de todo cuanto había trabajado para recordar.

Las líneas de la biografía de la protagonista de mi perfil se mezclan con los silencios de la vida mía y de cómo aprendimos a juntar palabras con colores y vestuarios para ser actriz de Eva en un paraíso donde vivían los leones y un tigre viejo. El nombre de Silvina explica los sentidos de la vida y los empeños de la literatura; de la colección de Mad Men “viene a ser” Joan inventando campañas de Avon con las empresas y los empeños de trabajar mujer para inventar un paraíso y atar un pañuelo en la cartera con el libro para el taller y seguir hasta la próxima parada. Fotocopias nunca.

Todo gran texto inscribe las condiciones de su aparición, pero, su gran sistema ficticio es, además, un dispositivo múltiple y complejo que excede la materialidad de sus coordenadas reales. Incluso instala su contradicción: el texto está dicho en nosotros, aunque no hayamos experimentado su lectura. Hablo de los relatos maestros, esos que instalan las alegorías que nos explican o las pastorales que nos constituyen. El sentido se escribe en los cabos sueltos, en lo que queda en la memoria. Me gusta desordenar las historias, cambiar los nombres, relacionar cosas “que nada tienen que ver con nada”. Pero me gustan las narrativas que son como de las lavanderas del puente de Avignon que no sé si lavan, me parece que no, pero bailan, todas bailan “pasito a pasito/ que se me ha perdido un corazón”. A Silvina le gustan las canciones de Gilda: desparpajo de bailanta con guardarropía de Natalia Oreiro.

“Los ricos son pobres cuando no conocen los sapos, las pulgas y los bichos colorados de Roldán, y los pobres son los dueños ricos de estos tesoros”. Pelea por escrituras, pero también por los lápices de todos los colores que se van expropiando de acuerdo con la cada cosa que necesitamos para emancipar chicos, cuentos y artes, todo. Pobreza, pero hablamos de literatura que es siempre riqueza. Creo que nunca le importaron las monedas, o al menos nunca la detuvo su esquiva arbitrariedad que las reparte con mezquindad. En todo caso, sale cada día a conquistarlas con el oficio de crear. Las manos de marqués de Rubén Darío, la risa desafiante de la divina Eulalia y una literatura para todos. Silvina, un poco de maestra Rosarito Vera —institución que cruza espacios privados y campana de palo— aprendió de memoria con voz de madre las historias de la princesa que está triste y la sinfonía en gris mayor y del modo taller fuimos a grito pelado por Luis María Pescetti. Mochilas un poquito, mucho carry on, sin un tono que ordene la insurgencia. Para cantar no hace falta más que el riesgo de vivir en un aula.

En Tucumán, Silvina funda talleres de arte con la literatura, no solo para reparar lo que se rompió en alguna mudanza, sino para inventar cosas nuevas. Se formó en el Grupo Creativo Mandrágora allá por los años noventa, pero se fue apropiando de los rincones que la literatura ocupaba en la escuela para armar otras escaleras de dragones y proyectos en el país de un montón de Alicias y los poquitos Conejos Blancos sin reloj. Es la lengua que inventamos y la comunidad que fue fundando. Es autora de un Palabrero, el libro del Comedor Infantil Don Bosco y, cuando se le llenó la cabeza de otros ruidos y perfumes, diseñó su geografía para los Pirpintos y seguir la apuesta a los mundos de la felicidad que se le parecen. Coordinó el plan de lecturas en la provincia y le puso voz a todos los cuentos, libros y álbumes que fue encontrando en el camino. O mejor: a los libros que la eligieron a ella como a su mejor lectora.

Amélie Nothomb, en La nostalgia feliz, habla: “Todo lo que amamos se convierte en una ficción”. Silvina milita siempre la maternidad elegida que es suya, clave de generación y decidir una experiencia vital de transmisión. Hijo que es coequiper y cómplice de plaza con tobogán y café con tortilla calentita que sólo existe en Tucumán. Escribo este perfil biografía mientras voy inventado la lengua para el espacio y para la nostalgia feliz, ese momento “en el que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura”, abre la puerta para ir a jugar en un mundo de libros donde la casa es cuento y el cuento deviene en plataformas a distancia remota.

Leer porque sí, leer sin mandatos y el puro disfrute. Leer sin nación y sin fronteras. Madrugada que se convierte en amanecer de ojos abiertos. Sin ese gesto vital y apasionado en la contraescena, el patriarcado se remplaza por su doblez de taller y oficio de palabrera. O es de la bandera o del pañuelo de color. Perfil que es solo paradoja de cuento y la vida de las mujeres importantes de la ciudad según el yo de mí misma. Quizá sea cuestión de tomar la ficción propia y salir de una casa para dar vueltas en una calesita con un licuado de banana y un chupetín de frutilla que la suerte es loca y lo que toca… toca.

Del lado B: El sueño de un Macondo peninsular

En la palabra cotidiana de la vida testimonial, Silvina Pérez Lucena nació y vive en San Miguel de Tucumán. Es mamá de Luca y camina camina leyendo cuentos en voz alta. Participó como tallerista en el proyecto de Talleres literarios para niños de 3 a 17 años del Grupo Creativo Mandrágora, que se desarrollaron durante los períodos 1999 y 2009. Participó en el diseño del programa de intervención cultural “Ni uno menos” que implicó la implementación de proyectos destinados a chicos en situación de riesgo. El Programa incluyó los siguientes: Proyecto 1 “Literatura en la Casa Cuna” Ciclo 2002, 2003; Proyecto 2 “Literatura en el Hospital de Niños” Ciclos 2002, 2003 y 2004; Proyecto 3 “Literatura en el Comedor Infantil Don Bosco”, Ciclos 2003, 2004, 2007, 2008 y 2009; Proyecto 4 “Literatura en el Hogar Escuela Eva Perón” Ciclos 2005, 2006 y 2007; Proyecto 5 “Literatura en el Hogar Santa Rita” Ciclo 2006; Proyecto 6 “Literatura en la Escuela Obispo Molina” Ciclos 2004, 2005 y 2006; Proyecto 7 “Literatura en el Hogar de Ancianos San Alberto” Ciclos 2006 y 2007.

Por su importancia y significado social, destacamos especialmente el proyecto “Taller literario en el Comedor Infantil Don Bosco”, que se desarrolló desde agosto de 2003 hasta 2013, y dio como resultados publicaciones de literatura infantil producida por las chicas y los chicos del Comedor. Durante el ciclo 2008, fue coordinadora del proyecto “Literatura para todos”. Asociación Civil Red Por Los Chicos/Tucumán, para la implementación de talleres para chicos en situación de vulnerabilidad extrema.

Fue tutora en el proyecto “Susurros en el comedor”, Universidad Nacional de Tucumán. Programa de Voluntariado Universitario y Pasantías Sociales de la Secretaría de Extensión Universitaria, Universidad Nacional de Tucumán, Convocatoria 2009. Participó como tallerista en el Proyecto de Voluntariado Universitario “Taller de Letras”, Universidad Nacional de Tucumán. Programa Nacional de Voluntariado Universitario, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Secretaría de Políticas Universitarias, Res. 725 SPU, Convocatoria 2008. Se formó en el marco de las acciones de extensión del proyecto de investigación 26/H426 “Memorias de la represión. Escrituras, escenarios e imágenes de la militancia y la violencia estatal”, coordinado por la Dra. Rossana Nofal y financiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNT.

En 2012, integró el equipo técnico del Plan de Lectura Provincial en Tucumán; a partir de 2014 y hasta el ciclo 2023 fue Referente en ese desarrollo pedagógico con especial atención a la construcción de identidades lectoras.

Fue productora teatral, actriz protagónica y cuentacuentos de historias muchas de los libros que amamos: Natacha de Luis María Pescetti e Historias a Fernández de Ema Wolf.

Tiene cuarenta años, se le ha perdido un corazón y no es de cuatro décadas. Desde hace doce años coordina su propio espacio cultural para las infancias: Pirpintos. IG:@pir.pinto

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