La situación actual sobre el término “locura” merece ser contextualizada. El término «neurodivergente» fue acuñado en 1998 por la socióloga y activista australiana Judy Singer, quien lo introdujo en su tesis con el objetivo de promover la inclusión y la igualdad de las llamadas “minorías neurológicas”. El concepto sostiene que las diferencias en el desarrollo del cerebro son variaciones normales que no deben ser vistas como trastornos a «arreglar» o «curar». En este marco, se incluyen personas con autismo, TDAH, dislexia, discalculia, dispraxia, sinestesia, epilepsia, trastorno bipolar, trastorno obsesivo-compulsivo, síndrome de Tourette, entre otros.
A fines de los 90, y debido a la connotación peyorativa del término, comenzó a producirse un cambio progresivo, influenciado por la visibilización de las diversidades y, sin duda, por los avances en la neurociencia y el enfoque biologicista en la salud mental. De esta manera, lentamente, se viene sustituyendo la noción de “loco” por la de “divergente”. Y de manera aún más específica, se popularizó el concepto de “neurodiverso”, que abarca aquellos estados mentales que no encajan en lo que definen como “lo normal”. Este cambio semántico de “locura” a “divergencia” refleja otra forma de pensar sobre la salud mental, especialmente en contextos de inclusión, ya que la “divergencia” intenta plantear un enfoque más inclusivo y menos estigmatizante que el de “locura”, proponiendo que las diversas formas de funcionamiento cerebral no son algo que necesariamente deba corregirse.
Dentro de este contexto de cambios discursivos, la reciente entrevista de Yuyito González con Javier Milei se convirtió en un fenómeno mediático, a pesar de tener un bajo índice de audiencia (0,47%). Más allá del tono relajado y las referencias personales del presidente, la frase que resonó en la opinión pública fue su miedo a “ponerse divergente”, monitoreado de cerca por su asesora Sandra Petovello. Esta declaración generó muchísimos comentarios y opiniones en redes sociales y medios de comunicación, particularmente en torno a la idea de divergencia (o neurodivergencia). Sin embargo, en otro momento de la misma entrevista, Milei se refiere a la izquierda como algo que tiene “un problema mental”, sugiriendo que las personas de esa ideología poseen una “traba” que les impide comprender los números y la lógica, como si su pensamiento estuviera “desquiciado” o desviado.
Así, Milei parece hacer una distinción entre el “problema mental” que asocia a la izquierda y la “divergencia” que menciona para sí mismo. En el primer caso, utiliza el término de forma despectiva y descalificativa, mientras que en el segundo lo presenta casi como una virtud o una característica positiva. Esta contradicción no solo refleja la hipocresía de sus declaraciones, sino que también nos invita a reflexionar sobre cómo el discurso en torno a la salud mental y la divergencia puede ser manipulable según el interés político de quien lo enuncia.
Para complementar el análisis, es interesante señalar que el término “locura” ha sido históricamente usado como herramienta para desacreditar y excluir, sobre todo en el ámbito político, donde muchas veces se le ha dado un tono peyorativo. Durante la campaña, Javier Milei fue objeto de críticas que cuestionaban su capacidad para gobernar por su carácter “loco” o “excesivamente radical”. Esta estrategia de sus oponentes buscaba resaltar su comportamiento como fuera de lo «normal», presentándolo como un riesgo para la estabilidad y el orden del país. Sin embargo, ahora, ya como presidente, Milei emplea esa misma lógica descalificadora, pero hacia quienes lo critican o piensan distinto: las personas de izquierda tienen un problema mental y, además, agrega, no se bañan.
Esta última afirmación es doblemente problemática, pues no solo pretende descalificar a la izquierda caricaturizándola como un estereotipo de “hippies zurditos”, sino que también resulta profundamente estigmatizante para las personas con problemas mentales. Históricamente, los prejuicios hacia quienes padecen trastornos mentales han incluido el rechazo social por su “falta de higiene” o “descuido personal”, creando una asociación dañina entre enfermedad mental y desorden físico. Al usar esta retórica, Milei refuerza y legitima estigmas que afectan la vida cotidiana de muchas personas con condiciones mentales, contribuyendo a su marginación social.
Milei no solamente hace de economista, presidente y “novio de América”, en todos los casos dejando mucho que desear, sino que propone una nueva posibilidad de categorías en salud mental. En primer lugar, para referirse a sí mismo utiliza el término “divergente” y lo enuncia casi banalizándolo, como un modo de dispersión en el diálogo y lo ubica fuera de las problemáticas en salud mental.
Este uso de la terminología sobre neurodivergencia y salud mental, manipulado para encajar en sus propias narrativas, da cuenta de cómo el discurso en torno a la salud mental se convierte en un arma retórica para establecer jerarquías, crear divisiones y legitimar posiciones políticas. Así, el término “neurodivergente” es reinterpretado a conveniencia, despojándolo de su carga inclusiva y transformándolo en un marcador de superioridad individual, diluyendo su origen como concepto de respeto y aceptación hacia las diferencias neurológicas.
Sin embargo, en Tucumán, hasta el día de hoy, los medios de comunicación no habían abordado esta problemática en profundidad. La cobertura mediática local se había centrado en detalles como la escena en la que Milei le cantó canciones a Yuyito, dejando de lado el análisis crítico sobre el uso estratégico de términos relacionados con la salud mental y la neurodivergencia. En el ámbito nacional, en cambio, muchas organizaciones y voces en redes sociales ya estaban cuestionado las declaraciones del presidente, señalando el peligro de asociar “problemas mentales” con ideologías políticas y la estigmatización implícita hacia quienes padecen condiciones mentales. De todas maneras, el debate no profundizaba en cómo Milei diferencia entre “divergencia” y “problemas mentales”, adjudicando una connotación positiva a la primera y negativa a la segunda. Esta omisión refleja una falta de análisis crítico sobre la estrategia discursiva del presidente, lo cual es necesario para entender las implicancias y el impacto de su retórica en la percepción pública de la salud mental y en el uso de estas categorías con fines políticas.