Terminé de leer La llamada, de Leila Guerriero. El libro retrata a Sylvia Labayru, sobreviviente de la ESMA. Me dijeron que era terrible, que muchas personas no lo terminaron de leer, que costaba darle una lectura diaria. No me pasó nada de eso: lo empecé, lo terminé, agarré otro libro. Y me pasó algo en particular, que es maravilloso cuando pasa: el hecho de que algo nos traiga pensamientos que no estaban en los planes. Puede pasar cuando miramos una pintura, o leemos un libro, o mismo con una noticia, que en la general le resuena a la mayoría lo mismo, pero que quizás a unos pocos les hace pensar en otra cosa, totalmente distinta, a modo de disparador que lleva lejos, a otras preguntas. Me acuerdo mi obsesiva preocupación en la pandemia por el estado del Parque de la Costa, cuando, al mismo tiempo, todos se estaban muriendo. Me preocupaba por las montañas rusas, por el óxido de las máquinas, por ese lugar enorme, abandonado. Nunca en mi vida había pensado en eso.
Pensé que La llamada, por ejemplo,me iba a hacer pensar sobre torturas, militares, exilios. Pero me hizo pensar, sobre todo, en la repetición. Hay un párrafo que se repite más de cinco veces en el libro. Tal es el desacostumbramiento que tenemos a la repetición en la literatura que, cuando lo leí por segunda vez, pensé: “¿cómo puede ser que se hayan equivocado así los editores?”. Después, seguí leyendo y lo encontré por tercera, cuarta, quinta vez, y me sentí bastante estúpida. El párrafo se repite para remarcar, para insistir, para volver. Siempre utiliza las mismas palabras, la misma estructura, se repite de manera idéntica. La autora, después de cada entrevista que le hace a Sylvia, queda con las mismas preguntas, con la misma sensación. El comienzo del párrafo es buenísimo: “Entonces, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba”.
Mientras leía un día este libro en el subte, se subió una mujer a pedir plata. Pero me hizo salir de mi abstracción su manera de pedir: repetía más de tres veces cada sintagma. La mujer se paró en el medio del vagón e hizo que todos la miráramos. Porque repetía, repetía la misma oración más de tres veces: “necesito plata, necesito plata, necesito plata. Para pagar una habitación, para pagar una habitación, para pagar una habitación. Tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre. Ayúdenme con lo que sea, ayúdenme con lo que sea, ayúdenme con lo que sea”. Su manera de repetir las mismas palabras me hizo dar cuenta de lo potente también del lenguaje, lo fácil que es volverlo extraño e incómodo, a veces solo alcanza con repetir una palabra al infinito. Y, así, esa palabra se vuelve potencia o, de igual manera, esa palabra pierde su sentido. Sea como sea, esa mujer y su manera de hablar incomodó a todo el mundo: quedó realmente claro que necesitaba plata para pagar una habitación, y que tenía hambre.
Una de mis poetas favoritas, Gertrude Stein, experimentó mucho con la repetición. La trataba en su técnica literaria, pero no solo como un artificio rítmico, sino también con una idea filosófica determinada del tiempo. Ella hablaba de un presente continuo: el presente implica un continuo “empezar de nuevo”, es decir, una repetición constante. Stein insiste en su obra todo el tiempo en lo que nos sucede, cambiando muy ligeramente en cada frase sucesiva, pero siempre muestra las cosas que llevamos dentro, insistiendo y repitiendo hasta su conocimiento completo. Stein veía la repetición como algo dinámico, en lugar de algo estático. Aunque algo pueda parecer idéntico, cada repetición ocurre en un contexto diferente, lo que hace que inevitablemente cambie. Creía que los patrones repetitivos podían revelar las maneras en que el pasado y el presente interactúan. Según ella, en la repetición el pasado se integra en el presente, pero siempre de una manera nueva.
Veo en la tele ahora a Santiago del Moro, hablando en el entretiempo del partido de la Selección contra Perú sobre el inicio de una nueva temporada de Gran Hermano. Le saco una foto a la pantalla y le mando un mensaje a mis amigas: “Argentina es un loop constante”. Porque si tenemos que hablar de un país steineano, el nuestro gana cómodamente. En Argentina, la línea imaginaria del tiempo, aquella que avanza para adelante (esa imagen establecida), queda torcida. Cuando está llegando a un punto nuevo de distancia, esa línea se curva, se va para un costado y vuelve para abajo. El tiempo, por lo menos acá, funciona como una espiral. Lo que vuelve a pasar nunca es idéntico a lo que pasó, pero le pasa bastante cerca, casi rozando. El pasado integrándose en el presente, otra vez.
Hablo con mi amiga francesa por whatsapp. Me pregunta por dos o tres cosas que siempre se nos preguntan a los argentinos. Política, plata, Cristina, si fui al teatro. ¿Tan obsesionados estamos siempre con todos esos asuntos? Sí, me responde. Au revoir.
Y pienso que sí, que otra manera de repetirnos son nuestras obsesiones, y que, confieso, celebro la gente con obsesiones. Creo que en realidad todos vivimos con dos o tres temas que nos obsesionan y nos interesan y no sé si estos se modifican mucho a lo largo de nuestras vidas. Me enternece un hombre que se pasa años en la selva buscando la foto perfecta del águila arpía. Me enternece que una persona se obsesione tanto con Rimbaud como para investigar y escribir toda su vida sobre Rimbaud. Me enternece cuando alguien me habla siempre sobre el mismo libro, su insistencia y lo que significa para esa persona ese libro en particular. Me gustan las repeticiones, hasta cuando no queremos que se repitan más. Mi psicóloga me dijo el otro día que a veces ciertas situaciones o cierto tipo de personas se nos repiten para aprender al fin algo sobre un asunto. Le contesté que su respuesta me parecía muy new age. Pero me dejó pensando.
Volviendo a mi confusión con el libro, y con la extrañeza que da una repetición constante cuando leemos algo, pienso que tal vez nos molesta ver algo repetido en la literatura o en una película porque ya nuestras vidas están llenas de repeticiones. Y está bien, queremos abstraernos de la realidad a veces, pero no sé por qué un libro o una película tendría que huir taxativamente de lo real.
Stein creía que la repetición es insistencia. Que en la repetición todo es nuevo, nada es nunca igual: la insistencia de lo repetido es insistencia de la vida que está comenzando continuamente. Me pregunto por qué insistimos, insistimos, no encuentro respuesta. Pero seguimos insistiendo.