Una escena que dijo más de lo que mostró

Apuntes sobre el acto de CFK en Sarandí: empatía, polarización, la apuesta ciudadana y los ejes de una campaña que empezó con viejos métodos y nuevos tonos.
Foto: Adrian Escándar | Infobae

El acto que tuvo lugar la tarde de ayer en el estadio Julio Humberto Grondona fue el penúltimo de la obra que se propuso ejecutar CFK para las elecciones legislativas de este año, sea que finalmente decida candidatearse (99% que así será) o que designe algún delfín en su reemplazo.

 

Las líneas generales de su discurso no sorprendieron a nadie: polarización con el rumbo del gobierno de Mauricio Macri y necesidad de unificar todo (no sólo dirigentes) lo que no lo integre –omitiendo que bajo sus condiciones–. El episodio final está transcurriendo a estas horas, mientras se cierra esta nota. Se repite en todos los cuarteles y concluye –formalmente, siempre quedan secuelas– a medianoche del sábado próximo, cuando se oficialicen todas y cada una de las listas que competirán en agosto/octubre para renovar el Congreso. Con la provincia de Buenos Aires capturando la mayor atención por el motivo obvio de que es la única urna nacionalizable y por la participación allí de Cristina, más nítida y decidida que en ningún otro lado, y en duelo directo contra el macrismo.

 

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A la ex presidenta está por salirle redonda la maniobra que diseñó. Lista única y sin PASO. Acepta, pero sólo en ese marco, a Florencio Randazzo –todavía hay tiempo para tal acuerdo–, pero no a varios de sus actuales compañeros. Haciendo a un lado opiniones al respecto, esta hoja de ruta se está cumpliendo a rajatabla, punto por punto. Fue en este sentido, el de ponderar a una dirigente que concreta lo que se propone independientemente de lo que se piense sobre eso, que la elogió hace unos días el director de La Política On Line, Ignacio Fidanza. Una rara avis, toda vez que el análisis político está en esta época contaminado por deseos que priman sobre realidades.

 

Si el ex ministro de Interior y Transporte insiste en su postura de liderar una alternativa postkirchnerista, la partitura cristinista será encerrarlo en el lado opuesto de la grieta, borrando los matices que plantea a través de la polarización. De este modo, aspirarán a chuparle todo el voto peronista/kirchnerista que pueda quedarle para que lo que termine sucediendo sea una mayor fragmentación de la oferta ajena, y así aprovechar la posible decepción de al menos una parte del 51% de 2015, que no obstante eso no quieran volver a la década que para ellos fue perdida.

“Cristina ha querido eludir la horizontalización que le viene reclamando el PJ desde su egreso de Balcarce 50. En especial, le escapó al debate por su conducción: sin someterse a auditoría, por la pura fuerza de las urnas, aspira a recapturarla desde afuera”

El Presidente cuenta con no-kirchnerismo/no-peronismo. Quizá haya perdido algo de esto a manos de Sergio Massa, quien se paró inicialmente sobre kirchneristas descontentos, peronistas no-K y no-K/P pero tampoco anti; y que reforzó su perfil no-P a través de su alianza con Margarita Stolbizer. Los peronistas massistas que huyan de esto, y que rechazan tanto a Macri como a su predecesora, tienen ahora una vía de canalización electoral de sus preferencias: Randazzo.

 

Cristina piensa que estas fragmentaciones pueden estirar la brecha bonaerense cortísima que separó a Daniel Scioli de su luego verdugo en balotaje (37 a 32), y que eso sobra para una legislativa.

 

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Se habló de frepasismo para criticar la táctica de CFK de salirse del PJ bonaerense. Escribimos deliberadamente táctica –la construcción de un sello como Unidad Ciudadana para gambetear trabas que el partido le ponía a su idea en el contexto de las primarias que ella misma creó– para distinguirlo de su estrategia –confrontación dura contra Macri–. Como sea, es un exceso. Lo dijo hace unos días el consultor Abel Fernández: el voto duro que en importante porcentaje todas las consultoras le reconocen a la ex presidenta se solapa con la geografía histórica de sufragio peronista.

 

Por otro lado, allí jugará el grueso de los intendentes que le quedan al justicialismo en la provincia, máxima institucionalidad de esa familia tras el sopapo electoral del año 2015. Carlos «Chacho» Álvarez y compañía nunca habrían aceptado a un Fernando Espinoza o a un Martín Insaurralde en sus filas. De hecho, no los admitieron. Y fue por haber borrado del Frepaso la minoritaria territorialidad peronista que inicialmente los había acompañado que terminaron (como Macri, y por idénticas razones: necesidad de despliegue federal) en manos de la UCR, que cuenta con una parroquia en cada pueblo. Y perdiendo la interna presidencial, lo que no es mero detalle. El radicalismo ganó esa batalla caminando. Hay similitudes, pues, con Unidad Ciudadana, sí. Pero no más que eso.

“Si el ex ministro de Interior y Transporte insiste en su postura de liderar una alternativa postkirchnerista, la partitura cristinista será encerrarlo en el lado opuesto de la grieta, borrando los matices que plantea a través de la polarización”

Cristina ha querido eludir la horizontalización que le viene reclamando el PJ desde su egreso de Balcarce 50. En especial, le escapó al debate por su conducción: sin someterse a auditoría, por la pura fuerza de las urnas, aspira a recapturarla desde afuera. Como, en su momento, lo hicieron Antonio Cafiero sin caja y Néstor Kirchner desde las arcas del tesoro nacional. Por eso, ojo con las comparaciones, tanto con unas como con otras. Cuenta para ello con un año y medio de desgaste CEOcrático por la regresión socioeconómica. Así, puso al peronismo en una encrucijada: ¿priorizarán su representatividad tradicional lastimada por Macri o los conflictos domésticos?

 

Lo segundo pesó en el turno final de la oriunda de Tolosa al compás del detenimiento de los progresos bienestaristas que se disparó con la llegada de la restricción externa. Ahora ya no se trata de expectativas de mayor ascenso frustradas, sino lisa y llanamente de retroceso.

 

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En Arsenal, Cristina le puso carne a su propósito. Visibilizar a los agredidos por el macrismo es una jugada a dos bandas: contra el jefe de Estado, por la obvia razón de que es responsable de esas penurias; a sus compañeros que la adversan internamente, quiso decirles que ya no hay margen para esa clase de disensos, “mientras suceden todas estas calamidades”. Audaz. Sumó empatía al dejar de lado la postura de profesora estricta y recuperar la de madre reparadora. Agregó dulzura en el decir, justo cuando le va a tocar pelearse con el encanto feed lot de María Eugenia Vidal.

 

A su modo, buscó recuperar diálogo con la gente. Saltar la frontera de lo propio, “porque las facturas no vienen con escudo partidario”, ofreciendo el hombro reparador de su potencia electoral. Por eso, y por ser la antagonista por excelencia de Macri, sólo su triunfo puede frenar el modelo que denunció. No es su culpa que nadie haya aprovechado tanto desgaste de pesada herencia para construir algo que la reemplace. Si no alcanzó con la campaña del miedo, ahí estuvieron los hechos en persona. Y si eso no bastara, véanse los medios oficialistas machacando con que con un ANSeS así no se achicará el déficit fiscal, y que con el Derecho Laboral arruina la competitividad argentina. Ergo, los veinte que hoy subieron al escenario pueden multiplicarse en 2019: mejor cortar ya.

 

Es a partir de esta diferencia que el kirchnerismo probará su resurgimiento con métodos que fallaron en un pasado en el que el cuadro de situación dio como para votar con otras valoraciones.

 

La pregunta, en definitiva, es si el drama del bolsillo alcanzará para la epopeya de un regreso.

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