Un gallo llamado Gaucho Rosas

A partir de una pequeña anécdota, Federico Medina reconstruye la trama de tensiones sociales e identidades políticas del sistema rosista en la Quebrada de Humahuaca a mediados del siglo XIX

En mayo de 1849, el jefe político del Departamento de Humahuaca Manuel Rocha manifestaba a las autoridades de la provincia de Jujuy que el miliciano Melchor Muñoz, en estado de ebriedad, había cometido tropelías junto a otros parroquianos. Por los actos de inconducta pública e insubordinación a la autoridad local, solicitaba al gobierno provincial que tomase cartas en el asunto. A modo de cierre y para reforzar su denuncia, Rocha informó que “en la actualidad el Ayudante Muñoz tiene un gallo llamado Gaucho Rosas” actitud que le parecía “muy impropia ya que desairaba y ridiculizaba a un Héroe”.

El episodio citado muestra las tensiones sociales, pero además revela las identidades políticas asumidas por la población rural en sus relaciones con la dirigencia provincial en el marco más amplio de la Confederación Argentina. Jujuy se incluyó como parte de las Provincias firmantes del Pacto Federal de 1831, en noviembre de 1834 luego de declarar su independencia de Salta. Como el resto, delegó en el gobierno de Buenos Aires el manejo de las relaciones exteriores. La jurisdicción jujeña se dividía internamente en departamentos al mando de un jefe político titular y uno suplente. A partir de 1847, esas autoridades locales eran nombradas por el poder ejecutivo provincial, cumplían funciones “gubernativas” y se encargaban de resguardar el orden del departamento.  

El inquieto Melchor Muñoz era Ayudante del primer escuadrón del Regimiento “Manuel Oribe” con asiento en la Quebrada de Humahuaca (región integrada por los departamentos de Humahuaca y Tumbaya/Tilcara y sus jurisdicciones). El Regimiento llevaba el nombre del jefe de las fuerzas rosistas que vencieron a la unitaria Coalición del Norte en 1841, colaborando con la restitución del orden federal en las provincias del norte. Es posible que entre los cuerpos haya circulado información de los proyectos políticos en disputa, de las personas que los encarnaban e intercambios de opiniones entre los mismos milicianos.

Lo más probable es que Muñoz haya ascendido socialmente por el proceso de militarización desatado por la Revolución de Independencia y continuado luego con la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), así como por las luchas facciosas que en muchas ocasiones requirieron de fuerzas milicianas. Como Ayudante Mayor, Muñoz tenía poder sobre otros milicianos. Esta posición explica que el jefe político manifestara su recelo porque “estuviese armado con pistolas y otras armas” o “formase algún tumulto de gente a título del cargo que obtiene”. Ese temor tenía fundamento. Muñoz había participado activamente en las acciones contra los unitarios exiliados en Bolivia que en 1842 intentaron retornar al poder. 

Como ha mostrado la historiadora Sara Mata en el espacio salto-jujeño, durante el proceso revolucionario, ser “gaucho” era una identidad militar que estuvo ligada a los escuadrones gauchos actuantes bajo la jefatura política-militar de Martín Miguel de Güemes (1814-1821). Estos gozaron de beneficios como el fuero militar, situación que los empoderó para solicitar favores sobre la tierra o para solucionar conflictos judiciales. En ese contexto, los gauchos eran los que tomaban las armas en contra de las fuerzas realistas, englobándose en esa categoría a personas de variada condición social, económica o étnica. No sabemos con precisión si Muñoz asimiló el término gaucho a la dinámica militar. Pero, lo cierto es que ese significado circulaba en el uso que por entonces se le daba al concepto, ligándolo a la propia experiencia miliciana del dueño del “Gallo Rosas”. 

Acusar a Melchor Muñoz por tener un gallo de nombre Rosas podía tener impacto negativo en las autoridades provinciales y el jefe político Manuel Rocha lo sabía. De hecho, pese a su tibia adhesión al federalismo el gobernador Pedro Castañeda escribió al comandante del Regimiento de la Quebrada, Plácido Aparicio, solicitándole que iniciase un sumario a Muñoz. Aparicio, era un personaje de peso en los esquemas del poder local y que en varias ocasiones mostró su compromiso con las banderas federales. Según la notificación del 22 de mayo de 1849, el comandante era el encargado levantar el sumario por las tropelías de Muñoz y averiguar la veracidad de la existencia de un gallo llamado “Gaucho Rosas”. De ser así, debía considerarse un desacato “contra el Jefe Supremo de la República que tan gloriosamente sostiene los derechos americanos, su independencia, honor y dignidad dando cuenta Usted al Gobierno del resultado”.

Plácido Aparicio llevó a cabo el sumario por las desinteligencias entre el jefe político y el ayudante del Regimiento, pero no hizo mención al “desacato” por el gallo. En la resolución del conflicto intervino el suegro de Melchor Muñoz, Eustaquio Zenteno, quien se comprometió a pagar una fianza como garantía de posibles inconductas de su yerno. Zenteno en ese momento (1849) integraba la comisión gubernamental que intervenía en la designación de los terrenos comunales de la Quebrada que antes habían pertenecido a las comunidades indígenas y que el Estado provincial había puesto en arriendo y enfiteusis en 1839.

Como lo pusieron de manifiesto las historiadoras Ana Teruel y Cecilia Fandos, la puesta en enfiteusis y arriendo de las tierras comunales de la Quebrada, determinó una estructura agraria caracterizada mayormente por pequeñas parcelas y medianas propiedades que convivían con pocas, pero extensas, haciendas. Tanto el jefe político del conflicto que abordamos Manuel Rocha como el miliciano Melchor Muñoz acumularon importantes porciones de tierra, primero por enfiteusis y luego -ya en la segunda mitad del siglo XIX- por compra. Como eran autoridades locales que hundían sus influencias en el espacio que habitaban, la concesión o el favoritismo en la adquisición de la propiedad puede haberse dado en el marco de solidaridades políticas.

La conflictividad política provincial de fines 1851 y comienzos de 1852 en la provincia de Jujuy amalgamó a estos personajes en la defensa del orden federal. El 12 de septiembre de 1851, Mariano Iturbe asumía el ejecutivo provincial luego de desplazar del poder a José López Villar acusado de portar la “mascara del federalismo” y de no asumir posiciones decididas respecto a los unitarios que controlaban la Sala de Representantes provincial y en relación al Pronunciamiento del gobernador de Entre Ríos Justo José de Urquiza en contra del rosismo.

En este contexto, Iturbe –considerado por la dirigencia del norte como el federal más decidido que tenía Jujuy en esa hora— mandó que se formasen asambleas en cada uno de los departamentos de la provincia a fin de que opinaran sobre su elección. Esta conducta buscaba exteriorizar la unanimidad federal. Frente a ello la opción que quedaba era el ausentismo. En el departamento de Humahuaca la movilización a la asamblea fue intensa y la participación numerosa. En ella, aparecían los actores analizados en este recorrido. Es más, en la elección de noviembre de 1851 de un representante del departamento para la Legislatura resultó electo el Comandante Plácido Aparicio. Entre quienes votaron por este último, se encontraban Melchor Muñoz, Manuel Rocha y Eustaquio Zenteno.

El apoyo al federalismo del Ayudante Muñoz puede verse en momentos conflictivos en los que esa opción política se encontraba amenaza como en 1842 y a fines del régimen rosista. La defensa o mantenimiento del orden federal se daba a través de una cadena de intermediarios como el Comandante del Escuadrón Plácido Aparicio, que resultó a la sazón un puntal clave del federalismo en la Quebrada y socio político por excelencia del gobernador Mariano Iturbe, el “federal más decidido” en la última hora del régimen rosista. A esto se suma una motivación de peso que pudieron tener las autoridades departamentales: la posibilidad de incrementar la posesión de tierras gracias a la articulación alcanzada con otros notables locales y con la dirigencia provincial.      

No contamos con la palabra en primera persona de Melchor Muñoz por la que sepamos por qué bautizó a su gallo “Gaucho Rosas” ni tampoco por qué eligió ese animal. El gallo como especie animal y como símbolo tenía y tiene diferentes características y significados. Quizás la significación más extendida históricamente esté vinculada a la representación de poder, liderazgo, cuidado y vigilancia. No caben dudas que Rosas eran un líder político y reunía alguna de esas cualidades. Tal vez el Ayudante Muñoz haya asociado al gallo, como especie y representación, al liderazgo político del gobernador de Buenos Aires en el espacio confederal. Por ello y por la reconstrucción realizada, resulte posible conjeturar que la referencia al “Gallo Gaucho Rosas” haya sido valorada positivamente por Muñoz. Por lo demás, podía asimilarse a la militarización posrevolucionaria y a la experiencia del miliciano en el Regimiento de la Quebrada.

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