Tres visiones del rechazo

¿Qué pasó entre el estallido social de octubre de 2019 y el aplastante rechazo del nuevo texto constitucional este 4 de septiembre? Le preguntamos a tres juristas chilenos.

Después del estallido social chileno de 2019, el cual trajo a la luz –entre otros reclamos– una negativa a seguir regidos por la carta magna pinochetista, parecía que lograr la aceptación de una nueva constitución de corte progresista sería apenas un trámite. Sin embargo el rechazo del nuevo texto fue aplastante: 61.86% frente a un 38.14% por el apruebo.

Para una imagen más nítida sirve ver los resultados de la consultora Cadem en una de las últimas encuestas públicas antes del plebiscito: 17% de los encuestados se declaraba a favor de rechazar a secas, 35% de rechazar para renovar, 32% de aprobar para reformar y solo 12% de aprobar y aplicar el nuevo texto tal como salió de la Convención, lo cual nos da un indicio sobre los matices en la falta de unanimidad. ¿Pero qué razones hay detrás de esto?

Para intentar responder esta pregunta, entre otras que fueron surgiendo, conté con la palabra de tres juristas del país trasandino.

Rodrigo Calderón Astete (Talcahuano, 1969) es Abogado de la Universidad de Concepción, Maestro en Teorías Críticas del Derecho y Doctor en Derechos Humanos y Desarrollo por la Universidad Pablo de Olavide (España). Actualmente dirige la Carrera de Derecho de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, Chile.

¿Cómo conciliar la discrepancia entre el apoyo masivo a la reforma constitucional con el amplio rechazo a esta propuesta? ¿Fue sorpresivo?

Efectivamente fue sorpresivo para todos. La cuantía del rechazo fue muy significativa, además porque esta es la votación en Chile que más participación ha tenido en la historia. Hubo una serie de circunstancias: primero, hubo una muy buena campaña de la derecha esta vez, ya que aprendieron a usar redes sociales, fake news. Por otro lado, no hubo una verdadera campaña por el apruebo. Fue muy a destiempo, desorganizada, sin coordinación. Además hubo mucha dificultad para transmitir a la gente de qué se trataría la nueva constitución; era un enredo, se empezó a distribuir masivamente el texto pero nunca hubo una campaña para comunicar su significado. La gente no entendía el proceso. Además, el texto constitucional es muy malo. Era muy difícil de comprender para las personas normales. No solo porque la derecha hizo campaña contra la plurinacionalidad, contra la igualdad de género, etcétera, sino que además el texto no se entendía porque iban mezclados los derechos sociales con los derechos individuales y con declaraciones. Casi cuatrocientos artículos donde además había un desorden muy marcado. Era confuso y complicado de sistematizar.

¿Cómo hubiera sido una redacción más efectiva?

Si hay algo que las constituciones tradicionales tienen, o al menos las del siglo XX de estados de bienestar y demás, es que son claras porque establecen sistemas de garantías generales, de derechos y luego mecanismos de protección y finalmente mecanismos constitucionales de construcción del Estado. En este caso, están mezclados los principios, las declaraciones, los derechos. El derecho de propiedad, por ejemplo, estaba como desarraigado y sin conexión con otros derechos como el del agua, el de la tierra, el de la vivienda. El tema de la vivienda fue muy mal tratado. Se trató el tema de los territorios insulares, por ejemplo, pero ninguna parte se encarga de decir sistemáticamente que “Chile es un Estado unitario que tiene plena soberanía sobre el territorio continental, los territorios insulares, oceánicos y antárticos”. De ese modo, hubiera sido más difícil de desmontar. Luego, en medio de la larga enumeración de derechos, se hacían declaraciones intermedias que sacaban a la gente del tema.

Por otro lado, el estado plurinacional en Chile es un tema complejo, ya que en nuestro país el movimiento plurinacional no tiene por razones geográficas y demográficas la fuerza que tiene en países como Bolivia o Ecuador. Los mapuches están radicados en tres regiones con distintas realidades y mucha población urbana se define como mapuche pero que no adhiere a la idea de separarse como nación. En Chile el concepto de nación se vincula a la unidad territorial.

Además el tema de la justicia y de las fuentes del derecho fue mal trabajado. El pluralismo jurídico fue redactado y entendido mal, como si fuera una justicia paralela, cuando es un tema de fuentes del derecho. Se mezcla esto con la autonomía regional, que tampoco queda claro. Por lo tanto el texto fue mal recibido por los sectores étnicos chilenos. Había una separación entre la gente que redactó la constitución y esos sectores; no hubo traspaso a las bases, no se escuchó a las bases reales. Se escuchó a personas que intentaron constituirse en un concejo paralelo.

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Octavio Ansaldi Baltazar (Arica, 1988) es abogado y candidato a Doctor en Derecho por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Sus intereses de investigación se centran en la teoría del Estado, el poder ejecutivo, la organización administrativa y el régimen de los recursos naturales.

¿Qué impresiones tenés?

Yo creo que ocurrieron al menos tres cosas: una que está necesariamente vinculada con las reglas del proceso constitucional, y dos que tuvieron que ver con el proceso constitucional en sí.

En cuanto a las reglas, este proceso se inició con un plebiscito que se llama plebiscito nacional en el cual se consultaron dos cosas: si se aprueba o se rechaza la posibilidad de activar el proceso constituyente. Ante esa pregunta, en el caso de que esa opción ganara, se consultó la opción de que el órgano constituyente fuese una Convención Constitucional a secas, electa completamente por ciudadanos mediante votación popular, o lo que se llamó Convención Constitucional mixta que estaría compuesta entre ciudadanos electos para estos efectos y parlamentarios en ejercicio de sus funciones, propietarios de un escaño, en proporciones iguales. A este se le llamó “plebiscito de entrada”. El voto era voluntario, que es la regla general en materia constitucional en Chile desde hace un par de años, cuando la Constitución fue reformada en sentido de hacer automática la inscripción de ciudadanos con derecho a sufragio sin que hiciera falta inscribirse. Junto con ese cambio se pasó también a la opción de voto voluntario. Lo contrario a como era antes, que era inscripción voluntaria y voto obligatorio.

Entonces, bajo esas reglas el plebiscito nacional o de entrada en este proceso constituyente se verificó según la regla general en Chile, inscripción automática y voto voluntario. En cambio, el plebiscito constitucional (plebiscito de salida), que tuvo lugar este 4 de septiembre, tuvo reglas especiales en cuanto a participación electoral. Si bien la inscripción siguió siendo automática, rigió la regla de voto obligatorio en cuanto a la participación. Eso produjo a nivel de participación –y se vio reflejado en la cantidad de votantes– un cambio en el comportamiento electoral. No estoy seguro de que este factor haya cambiado el resultado, pero los comportamientos del electorado en ambos plebiscitos fueron distintos, lo cual era razonablemente esperable, pues los incentivos normativos también fueron distintos.

Luego dos cuestiones sobre el proceso en sí, desde el punto de vista de cómo ocurrió. La primera cuestión tuvo que ver con la deliberación y los procesos de decisión en el órgano constituyente. Con cada tropiezo o paso en falso de la Convención, los medios de comunicación se encargaron de mostrar a sus integrantes y al proceso en general como poco serio. La transparencia fue máxima, lo cual desde un punto de vista inicial buscaba legitimar a la Convención, pero hoy en retrospectiva puede verse que fue un factor que facilitó la deslegitimación por parte de los medios. Diría que aquello que pareció tan beneficioso en un momento, la inyección de lógicas muy elevadas de transparencia, le terminó restando legitimidad al proceso, ya que los medios en Chile están principalmente manejados por la derecha económica, lo cual permitió elaborar discursos muy en contra de la Convención durante su funcionamiento.

La segunda cuestión tiene que ver con la campaña una vez clausurado el órgano constituyente e iniciado el periodo de campaña electoral pre-plebiscito del 4 de septiembre. Asumiendo que la mayoría de la población estuviera dispuesta a leerse una constitución de aproximadamente cuatrocientos artículos, y que además tuviera capacidad de entendimiento profundo de aquello que lee, creo que el rol de los líderes de la campaña del apruebo no estuvo suficientemente pensado. Los voceros de la campaña no fueron buenos, y eso terminó en que la ciudadanía quede con la impresión de que los grandes voceros eran agentes del gobierno de Boric, un poco por descarte, ya que no hubo prominentes figuras de la campaña del apruebo, y para colmo el actual gobierno está pasando por un momento de baja apreciación positiva. Se acoplaron entonces las impresiones que la ciudadanía tiene del actual gobierno y de su gestión hasta el momento, sobre todo en los últimos meses, con un desconocimiento profundo sobre el texto finalmente propuesto. La única participación significativa en la campaña del apruebo, aunque tardía, fue la de Michelle Bachelet, y todo esto influyó en el resultado final.

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María Pardo Vergara (Viña del Mar, 1988) es abogada constitucionalista y candidata a Doctora en Derecho por la Universidad Católica de Valparaíso. También es parte de la organización feminista FAEM (Feministas Articuladas en Movimiento), y militante del partido Convergencia Social.

¿Hay una correspondencia entre las demandas de las minorías y las demandas planteadas en el texto de la nueva constitución? Por ejemplo, con respecto a los pueblos originarios.

La nueva constitución recoge demandas históricas que vienen planteando los pueblos originarios y que en buena medida son producto del impulso que se les dio al interior de la convención por parte de sus representantes electos a través de los 17 escaños reservados para ellos. Yo creo que el problema fue que de todas las demandas levantadas desde la revuelta, aquellas de los pueblos originarios eran menos conocidas por la generalidad de la población y quizás se sentían como más ajenas. Creo que también de ahí se agarró la campaña del rechazo, llegando a plantear que la plurinacionalidad iba a implicar un exceso de privilegios a los pueblos originarios; eso escandalizó a muchos, si bien esa idea no tenía un correlato en lo que realmente plantea el texto.

En todo caso, eso nos lleva a una cuestión de carácter general que me parece que se puede dar como motivación de quienes escogieron rechazar, ya que para muchos la nueva constitución se veía como una constitución de particularidades y privilegios, por el énfasis que hacía en la protección de grupos históricamente excluidos. Desde mi perspectiva eso tiene una explicación en la permanencia del androcentrismo como sentido común.

Justo hoy hablaba con mis estudiantes en torno a un pasaje de un trabajo de Alda Facio que me parece que da cuenta de este problema de percepción. Dice que generalmente los escritos “de los hombres/varones de las clases dominantes de raza blanca, heterosexuales, cristianos y sin discapacidades visibles, son presentados como si fueran escritos desde ninguna perspectiva, neutrales en términos de clase, sexo y raza, etcétera, y Universales, Objetivos y Científicos. Muy por el contrario, los textos feministas, no androcéntricos generalmente, explicitan su perspectiva desde el inicio, y si no la explicitan, pronto veríamos que estamos frente a una perspectiva diferente. Esto es así precisamente por el androcentrismo, que nos ha condicionado a percibir lo androcéntrico como lo «universal», lo genérico y objetivo mientras que lo que tiene una perspectiva diferente a la de los dominantes es percibida como parcial o específica”. Creo que hubo mucho de eso en la comparación entre la nueva constitución y la de 1980.

¿Aún hay esperanzas de cambiar de constitución?

Antes del plebiscito, el presidente se comprometió a que si el texto se rechazaba el proceso Constitucional se iba a reiniciar. Eso yo creo que es importante y se tuvo en cuenta por parte de la ciudadanía a la hora de votar. Por otra parte, desde la mayoría de los sectores de la derecha, la consigna fue “rechazar para reformar”, y en otros casos “una que nos una”, haciendo referencia a que sí necesitábamos una nueva constitución pero no ésta que se proponía. Entonces desde la mayoría de los sectores del pueblo, yo entiendo que la presión va a ser fuerte para poner en marcha este proceso por otros medios y los partidos lo saben. El punto es que se aprecia que fueron muchos fondos invertidos en la convención y hoy en medio de una crisis económica, se va a buscar un proceso más acotado y más barato. Por lo mismo me da la impresión –y muy a mi pesar– de que la salida va a ir por el lado de conformar un trabajo en que confluyan las propuestas de expertos con la labor del legislativo. Digo muy a mi pesar porque eso va a implicar dejar al pueblo afuera.

El rechazo además tiene que ver con que si bien cuando comenzó el trabajo la Convención Constitucional parecía tener bastante legitimidad popular, en el transcurso de año en que estuvieron trabajando se deslegitimó mucho su trabajo, sobre todo por parte de los medios de comunicación. Los medios se esforzaron por pintar el trabajo de la convención casi como un circo.

Por otra parte, la derecha explotó en exceso su posición de minoría, en el sentido de pintar a la izquierda –que contaba con más de dos tercios de los escaños– como sobre-ideologizada, intransigente y no dialogante, cosa que desde mi vereda no me parece que haya sido así. Eso también fue apuntalado por la cobertura que le han dado a las políticas del presidente; se asoció demasiado a la Convención con el gobierno de Boric, que ha sido muy torpedeado mediáticamente en estos primeros seis meses de gobierno. Fue bruta la cobertura que se le ha dado a temas como el narcotráfico y la delincuencia en general, y eso genera una sensación de inseguridad que siempre le ha servido a la derecha.

Acá en Argentina se vio reflejado también eso en la cobertura del tema, Clarín por ejemplo presentó la noticia del rechazo con el título “la izquierda olvida que Chile es un país moderado”.

Yo creo que eso no es cierto. De hecho, creo que si bien hay muchos que no se definen ni de izquierda ni de derecha, los chilenos persistentemente votan por el cambio, y eso es lo que nos llevó al primer gobierno de Piñera, de hecho. La idea era “probemos con la derecha”. En el caso de Boric es lo mismo: démosle una oportunidad al Frente Amplio. Y bueno, el resultado del plebiscito de entrada no creo que pierda validez porque el texto haya sido rechazado.

Se me viene a la mente el histórico plebiscito que le dijo “No” a Pinochet.

Yo creo que ese plebiscito logró una mística que desde la izquierda no logramos en este plebiscito del 4 de septiembre. También porque en ese contexto se trabaja de aclamar la salida del dictador: un no enfático. Quizás en ese sentido, el plebiscito de entrada tuvo mucha más mística, relacionado quizás con lo mismo: era reclamar que no queremos seguir en este sistema que precariza la vida de la mayoría y enriquece a un puñado de la población. Pero acá era más complejo: era convencer respecto de un texto que se intentaba hacer cargo del popurrí de demandas levantadas desde octubre de 2019, y la derecha creo que lo hizo mejor en apelar a la emocionalidad –aunque la tenían más fácil, porque el miedo y la inseguridad como emociones políticas calan hondo sobre todo en el contexto actual–

y por nuestra parte, no supimos articular tanto eso. Quizás nos enfocamos demasiado en defender el texto y no tanto en proyectar un sentimiento, una mística, una imagen de futuro.

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Eljueves 22 de septiembre a las 18:00 los entrevistados formarán parte del seminario via Zoom “Derecho Crítico en Contextos”, esta vez con la ponencia “Proceso Constituyente en Chile: Análisis de la experiencia reciente”. Para pedir informes y/o anotarte, ponete en contacto con el equipo via cidercrit.unlp@gmail.com.

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