Hace tiempo que la Franja de Gaza obtuvo el título de “la cárcel al aire libre más grande del mundo” y, si alguien aún dudaba si la expresión era exagerada o demasiado pro palestina -como a veces argumentan los que buscan el confort de las posiciones de centro supuestamente imparciales-, en los últimos días Israel lo demostró en vivo y en directo, sin tapujos ni medias tintas.
“No hay personas inocentes en la Franja de Gaza”, sentenció el ministro de Defensa y una de las voces más reaccionarias del gobierno de Benjamin Netanyahu, Avigdor Lieberman, en una entrevista con la radio pública israelí, apenas un día después de que el ejército disparara a mansalva por segundo viernes consecutivo y matara a más de 30 palestinos que intentaron llegar hasta la valla fronteriza levantada por Israel en forma de protesta contra la ocupación y bloqueo total de ese territorio.
Durante meses un grupo de palestinos de Gaza organizó una manifestación pacífica para visibilizar la situación de encierro y la desesperación que sienten los dos millones de personas que viven allí, en un pequeño territorio de 60 kilómetros de largo y entre 15 y 25 de ancho, en medio de edificios destruidos, hospitales desabastecidos y con apenas 3 ó 4 horas de electricidad por día que no alcanzan para tratar el agua, que en un 90% no es potable. El futuro es apenas un sueño en esa sociedad en la que el 60% de los jóvenes está desempleado -una cifra devastadora si se tiene en cuenta que es una población muy joven con una edad promedio de 18 años- y en la que más del 70% son refugiados reconocidos por la ONU, que no abandonan la esperanza de algún momento volver a las tierras que sus padres o abuelos tuvieron que dejar en lo que hoy es el Estado de Israel.
La situación humanitaria en Gaza es tan dramática que ni el Ejército israelí, el mismo que garantiza el bloqueo total por aire, tierra y mar desde hace más de una década, la niega. En febrero pasado, el jefe máximo de las Fuerzas de Defensa de Israel, Gadi Eisenkot, le advirtió al gobierno de Netanyahu que podrían enfrentar una nueva guerra en Gaza por la deteriorada situación humanitaria y económica que se vive en ese territorio y dentro del principal partido de oposición israelí, el laborismo, también se hicieron eco. Pero el argumento fue y siempre ha sido que el único responsable de esa situación es el movimiento islamista Hamas, la fuerza política y militar que controla la Franja de Gaza desde 2006 y que elige financiar su lucha armada y su burocracia, antes que la salud, la educación y el bienestar de su gente.
La responsabilidad que le toca a Hamas se confirma fácilmente en el malestar que expresan lejos de los micrófonos y las cámaras muchos palestinos de Gaza que ya no se sienten representados por el gobierno e inclusive le temen. Pero eso de ninguna manera resta responsabilidad a Israel, la fuerza militar que ocupó unilateralmente ese territorio -y Cisjordania y Jerusalén este- hace más de 50 años y que en 2005 decidió con la misma arbitrariedad que retiraba sus colonias y a sus colonos, sólo para después iniciar un bloqueo total y una serie de tres ofensivas masivas en sólo seis años que dejaron miles de muertos de palestinos y gran parte de la infraestructura destruida.
Por eso, un grupo de 20 gazatíes decidieron recrear una vez más la Gran Marcha del Retorno, pese a que hace siete años esa misma iniciativa terminó con docenas de muertos y cientos de heridos en los territorios palestinos y muchos detenidos en suelo israelí.
El plan era comenzar con una gran movilización hacia la valla fronteriza israelí e instalar cinco campamentos a lo largo de ella el viernes 30 de marzo, en un nuevo aniversario del Día de la Tierra, una fecha en la que se recuerda la muerte de seis palestinos, que fueron asesinados por fuerzas israelíes cuando protestaban contra la expropiación de tierras en la región de Galilea, en el norte de Israel, en 1976. A partir de esa primera marcha masiva, la idea era sumar gente, semana tras semana, hasta culminar con una protesta multitudinaria e histórica el 15 de mayo, día que se recuerda la Nakba (Catástrofe en español), es decir, la conclusión de la expulsión masiva de más de 700.000 palestinos tras la declaración de independencia de Israel en 1948.
El objetivo final de las marchas del retorno palestinas es reivindicar el derecho que les prometió la resolución 194 del Consejo de Seguridad de la ONU a finales de 1948: “Los refugiados que quieran retornar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos deben poder hacerlo lo antes posible y se debe pagar una compensación por la propiedad a aquellos que elijan no retornar y por la pérdida y daño de la propiedad”.
El reclamo se encuentra en el corazón del conflicto israelí-palestino y, por eso, decenas de miles se sumaron a la protesta, aún arriesgando sus vidas.
“Por supuesto que es una posibilidad (que nos disparen), desafortunadamente. Pero, ¿qué opción tenemos? La situación es Gaza se tornó insoportable y nosotros de ninguna manera podemos seguir viviendo así. Eso fue lo que nos llevó a planear esta marcha y, por eso, anticipamos que mucha gente participará”, explicó uno de los organizadores, Hasan al Kurd, un maestro de 43 años, padre de seis chicos, al portal de noticias israelí 972.mag, unos días antes de que la primera marcha terminara en masacre.
“Actualmente ser palestino es estar casi muerto. Los palestinos mueren todos los días y sabemos que eso es parte de nuestra realidad. Yo estaba en el puesto de control de Erez (el único lugar de paso habilitado por Israel en Gaza) en 2011, vi la crueldad de Israel en toda su dimensión”, agregó Al Kurd.
Desde el principio, Israel decidió reprimir cualquier intento, aunque simbólico y pacífico, de llegar a la valla que construyó para separar la Franja de Gaza del sur de su territorio. «Cualquiera que se acerque a la valla está poniendo en riesgo su vida. Les aconsejo continuar con su vida normal y no involucrarse en una provocación», escribió en árabe el ministro de Defensa Lieberman en su cuenta de Twitter y desnudó la posición del gobierno de Netanyahu. En primer lugar, la manifestación fue orquestada por Hamas para infiltrar milicianos dentro de Israe y “provocar” al Ejércitol; en segundo lugar y por lo tanto, todos los que participan de la protesta representan un peligro para la seguridad nacional de Israel y, en tercer lugar, los palestinos de Gaza tienen “una vida normal” a la que volver.
Hamas, al igual que el resto de las fuerzas políticas de Gaza, apoyó desde el principio la Gran Marcha del Retorno. Sus militantes participaron, algunos murieron y no son pocos los palestinos de la franja que creen que el movimiento islamista está detrás de la protesta. Pero nadie en ese pequeño, destruido, abarrotado y asediado territorio está en contra del reclamo o desconoce la sensación de desesperación de muchos de los que pusieron el cuerpo.
“Sí, las protestas están siendo fuertemente impulsadas por convocatorias explícitas en conversaciones callejeras, escuelas, mezquitas, universidades, negocios y en taxis; por las imágenes de Ismail Haniyeh (máximo líder de Hamas) jugando fútbol cerca de la frontera, los discursos incendiarios de Yahya Sinwar (primer ministro de facto en Gaza y un ex líder del brazo armado de Hamas) y el pago de Hamas de 3000 dólares a las familias de los muertos. (…) Pero Hamas no puede sacar de la cama a gente joven a punta de pistola y llevarlos a las fronteras para bailar a su ritmo. Los jóvenes gazatíes están yendo por su propia voluntad”, escribió recientemente en el diario israelí Haaretz Muhamad Shehada, un activista de Gaza y un ex representante de prensa de una ONG humanitaria europea, para explicar por qué su hermano menor -un chico de 18 años, asmático, que espera ser operado para no perder la visión en un ojo y que desde hace dos años lucha por salir de Gaza para empezar una beca de estudio en Algeria- va todos los días hasta los campamentos de la Gran Marcha del Retorno, pese a los reclamos desesperados de su madre.
Lo cierto es que mientras los medios de comunicación, israelíes e internacionales, se concentran en mostrar la represión de manifestantes desarmados, a jóvenes palestinos tirando piedras o bombas molotovs, las lluvias de gases lacrimógenos, neumáticos quemados y corridas desesperadas, pocos se tomaron el tiempo de hacer foco en la otra parte de la manifestación, en los ancianos y familias sentadas en las carpas que no fueron objeto de los disparos de estadounidenses. No hablaron con esos hombres, mujeres y niños para entender sus historias, saber de dónde vienen y qué quieren.
Ese parcialismo se vio reflejado más tarde en el repudio de la ONU, las potencias mundiales y la mayoría de la comunidad internacional a “los enfrentamientos entre israelíes y palestinos”, y sus pedidos de que ambas parte muestren “contención” y “moderación”. En Israel, en tanto, estas imágenes sólo sirvieron para reproducir y reforzar el relato del gobierno.
“En todo momento, el gobierno le dice a la sociedad Israel que está bajo amenaza, que Hamas quiere entrar y tirar a todos los israelíes al mar. El público, en su mayoría, compra esta historia”, explicó a Zoom Gershon Baskin, un veterano activista y negociador que intenta presentar una lista conjunta israelí-palestina en las próximas elecciones municipales de Jerusalén, algo inédito.
Here it is with captions (provided by @luketress) pic.twitter.com/F81F7wTI78
— Judah Ari Gross (@JudahAriGross) 9 de abril de 2018
El video de soldados israelíes celebrando el certero disparo de un francotirador sobre un periodista palestino desarmado se hizo viral en las redes sociales.
Para Baskin, poco y nada ha cambiado en el debate público en Israel desde el inicio del bloqueo de la Franja de Gaza. Las tres ofensivas masivas contra ese territorio y los miles de muertos no quebraron el relato oficial del gobierno sobre quienes son los buenos y los malos de la historia.
“El público israelí tiene una relación de mucha confianza con el ejército. Si los soldados dispararon en Gaza es porque los israelíes estaban siendo realmente amenazados. No ven lo absurdo de que uno de los ejércitos más poderosos del mundo esté amenazado por miles de palestinos que reivindican el derecho al retorno y recuperar sus tierras”, aseguró.
Con un consenso beligerante sin grietas significativas al interior de Israel, una dirigencia palestina dividida y sumida en una crisis de legitimidad, y una comunidad internacional cada vez más incapaz o, en algunos casos como Estados Unidos, abiertamente opuesta a criticar la política de ocupación de Israel y su rol represivo como incuestionable poder militar hegemónico en el conflicto, se entiende mejor por qué miles de palestinos volverán a intentar desafiar las amenazas israelíes y marchar, el próximo viernes, el otro, el otro y todas las veces que puedan, sin importar quién dirija la arenga.
Es eso o aceptar que, como propone el gobierno de Israel, esa debe ser su “vida normal”.