Ricardo Piglia: política y ficción

Una semblanza del autor de "Respiración artificial" y la construcción de una obra que supo reinterpretar a la literatura argentina.

piglia-renziRicardo Piglia representó una singularidad excepcional en la literatura argentina. Escritor surgido del peronismo en versión de izquierda muy personal, fue responsable respecto de la vida política y social de su país pero no se dejó arrastrar por histerias propias de cierta extendida militancia de tono oscurantista y a veces poco propensa a alcanzar unidades. Fue por eso, por ejemplo, que abandonó la revista Los libros en 1975, cuando Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, inducidos por Otto Vargas y el Partido Comunista Revolucionario, la llevaban a hablar en términos de aquella fracción política. Del mismo modo, se acercó a Jorge Luis Borges y logró con franqueza y a fuerza de trabajo encontrarle su lugar casi exacto en el campo de las letras nacionales. No era ni el reaccionario sin fe que encontraban algunos, habitualmente afiliados al facilismo, ni era un revolucionario a punto de tomar las armas. Así logró uno de los puntos más interesantes de su aporte, que consistió en alcanzar unidades relativas -¿quién hubiese pensado en que era posible acercarlo a Rodolfo Walsh u otros escritores de aquellas generaciones?- que eran momentos de profundidad inesperada en el quehacer de varios escritores nacionales. Unidades que eran elaboradas casi en el tempo de un orfebre que hurga en cada pieza y la trabaja hasta hacerla original para dar luego lugar a un conjunto que se exprese, finalmente, como un nuevo espacio a indagar.

 

Tal vez esas virtudes llevaron a Alberto Manguel a pedir no leer a Piglia, aduciendo que sus escritos no eran nada más que “una especie de parodia de Borges”. La significación de un bostezo sin destino puede ser la de afirmar a un referente de su magnitud aunque sea todo lo contrario de lo expresado por quien lo rechazó. Así fue que Piglia, expresándose a través de su obra, podía también contar con la complicidad de Macedonio Fernández, Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald con un dato inconfesable: esa era la notoriedad que le interesaba ya que jamás fue un escritor de referencias masivas aunque tuviera miles de interlocutores. En todo caso, prefirió los medios tonos en lugar de la parafernalia autorreferente de quienes practican el autobombo ensayístico y abandonan muchos de sus libros en las mesas de saldos. Tal vez por eso hubo sincero dolor ante su inesperada muerte cuando sufría, desde hace algunos años, una dolencia que lo empujaba a las mayores incertidumbres que puede sufrir un hombre.

 

Andrés Di Tella y los primeros pasos

ricardo_piglia_4“Estos son mis primeros pasos en un mundo sin Piglia”, reflexionó ante la prensa Andrés Di Tella, director del documental 327 cuadernos, que recorre con astucia creativa los diarios de Piglia. Sin estridencias, su muerte es dolor en estado puro, directo e incisivo. Contó Di Tella que Piglia “seguía escribiendo, contra viento y marea, casi hasta el último momento. Había imaginado que mientras siguiera escribiendo, no podía morir. En algún sentido, creo, sigue escribiendo”.

 

En Washington, el poeta chileno Marcos López resumía su dolor resignándose a no conocerlo personalmente luego de repasar su obra y reconocer que en su opinión “era el más importante escritor argentino de estos tiempos”.

«Escritor surgido del peronismo en versión de izquierda muy personal, fue responsable respecto de la vida política y social de su país pero no se dejó arrastrar por histerias propias de cierta extendida militancia de tono oscurantista y a veces poco propensa a alcanzar unidades»

Los dos tomos de los diarios de Emilio Renzi cerraron, sin que hubiese un pensamiento que armaba su red en una vida apasionada en torno de la literatura y le otorgaron un tono intimista que puede explicar su renuncia a las estridencias de la fama. Su último acercamiento pareció un abrir de puertas para que quienes lo aceptaran conocieran su mundo personal, desde adentro, siempre sostenido en la literatura y el arte. El 19 de septiembre de 1975 había escrito acerca de los sucesos que vivía el país: “La crisis se estabiliza. Los aviadores hacen conocer sus programas fascistas. Videla mantiene al Ejército como árbitro de la situación. Sentado en el bar de Corrientes casi Rodríguez Peña, leo mis propias palabras, mi artículo sobre Brecht reproducido en Colombia. Hago tiempo para volver a casa”. Luego, cuando es imposible detener el viento adverso de la historia, vuelve sobre el tema y afirma lo contrario a lo que había expuesto: “El golpe militar está en marcha. Sensación de viejas catástrofes, primer pensamiento: ‘Me quedo a vivir en París”. Hasta en esos hechos mínimos, en el ida y vuelta de las mareas que explican la vida, Ricardo Piglia era un literato de raza.

 

Piglia se había anunciado al mundo literario con sus cuentos de La invasión, que publicó Jorge Álvarez. Venía de ser reconocido en la Casa de las Américas y motivó adhesiones importantes pero cuando en 1980 apareció su novela Respiración artificial se pudo otear el inicio de una leyenda. Joven, imperfecta, quizás atrevida pero dueña de una frescura que consistía en un relato donde lo ensayístico y la rigurosidad histórica iban hacia una revisión no explícita de la historia y de la literatura. Allí fue hacia una consistencia Piglia que se reconocería ya como un atributo propio, indelegable. Emilio Renzi, ese alter ego en el que se reconocía y que firma los diarios, es parte de un quehacer de juegos que lo involucra al tiempo que le dio distancia en la urdimbre de la mirada. Piglia no desconocía la ambigüedad como un tempo notorio de absoluta necesidad a la hora de huir de la verdad como imposible para ir por lo verosímil del arte. Allí podía reflexionar o convocar a un diálogo entre Roberto Arlt y Borges, otro imposible que se convertía en una certeza posible a atrapar en la escritura. Así Macedonio Fernández, Arlt, Martínez Estrada y quien se pusiera a tiro en sus obsesiones se alistaban para crear, siempre y cuando una palabra estuviese al alcance de la página en blanco. Los revivía en un presente de extraña intensidad.

 

Piglia escribió tres libros de cuentos, cinco novelas, seis ensayos y una novela corta, suficientes para que hoy sean los lectores y los estudiosos, quienes le encuentren nuevas invenciones. La novela La ciudad ausente lo llevó hacia Macedonio Fernández, indiscutible escritor inclasificable, ancho como el espacio que une el Atlántico con el Pacífico para alcanzar a otro discípulo, Nicanor Parra (leer “Mai Mai Peñi”, donde alude a su alistamiento). En 1997, la novela Plata quemada fue del texto al cine basada en un hecho policial que recogerían Raúl Castro y Jaime Ross en “Brindis por Pierrot” (“Qué será de los porteños/ Ocupando el Liberaij”). Luego llegaron Blanco nocturno, en 2010, y El camino de Ida. Piglia se hacía desear pero llegaba y de sus labores anteriores quedará la etapa de Tiempo Contemporáneo en los setenta, cuando dirigió la serie policial que recuperó a Dashiell Hammett (traducido por Rodolfo Walsh) e hizo conocer a José Giovanni (Alias Ho y El último suspiro) y Horace McCoy (Acaso no matan a los caballos) donde su capacidad de propuesta se afirmaba como uno de sus rasgos definitivos.

«Jamás fue un escritor de referencias masivas aunque tuviera miles de interlocutores»

En años recientes, sus conferencias que se emiten estos días por la tevé lo resignificaron como en una suerte de poética del habla. Rescató a Borges desde el estricto lugar de la literatura y logró convencernos de que sus aspectos reaccionarios eran también un poco de ignorancia y un poco de postura en el afán de situarse en las letras de su país. No fue tan grave entonces su posición política como sí importante su aporte a una redefinición del idioma de los argentinos. Piglia procuraba lo simple y directo del primer Hemingway y la capacidad de sorpresa de Fitzgerald, ambos alejados por pura existencia del éxito como absoluto, y desde ahí trazó una obra que es rica también porque nos coloca en situación de volver a descubrirla para saber finalmente quién era ese Renzi metido en los pasos de Piglia. “Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez», escribió Emilio Renzi en los diarios que atribuimos a Piglia.

 

El oficio de vivir aparece como una referencia innegable aunque la originalidad de uno y otro, Pavese y Renzi, produzca una confluencia rara de sentimientos comunes. Se podría establecer que su necesidad entonces no era repetir sino acercarse a una sensibilidad que bien pudo resumir así: “Releyendo el diario de Pavese recupero la vieja manía de autoconstrucción de la vida (como obra de arte) con sus oficios (de vivir, de escribir, de pensar), con sus técnicas y sus reglas”. Era, de ese modo, la autoconstrucción de un universo propio que no desconocía pertenencias o cierta herencia que es el conjunto mismo de hechos, historias y escritos que rasgan la huella de los hombres. De ese modo, escribir como parte del arte de contar historias, nos aleja de los imposibles también en lo amistoso y cercano, hasta la conmoción de lo creativo. Como pretendía Aristóteles, que pregonaba la amistad entre los hombres y el arte solamente para huir de lo trágico de la verdad. Lo cual, por cierto, no es una parodia.

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