La primera impresión no fue la que contó, como diría aquél comercial de una marca de reconocidos desodorantes. Los primeros sondeos aseguraban el triunfo del oficialismo en la madre de todas las batallas de este país siempre unitario, la provincia de Buenos Aires. Pero puede fallar, como dijo Tu Sam. Y por escándalo, le erraron la mayoría de los encuestadores y las bocas de urna en un nuevo papelón histórico.
Una crispación casi silenciosa de muchos ciudadanos, de hombres enfurecidos porque el fin de mes queda cada vez más lejos con un salario, cuando lo hay, que se escurre con la inflación. Por eso votaron a Milei, el intérprete de la efervescencia y la bronca. Por ahí, si Del Caño o Miriam Bregman putearan como él, tal vez hubieran crecido aún más de lo que lo hicieron. El economista excéntrico devenido en líder político y acaparando el descontento social que trae aparejado una crisis económica evidente, profundizada por cuarentenas sanitarias o desaciertos.
Se va, se va la inflación de control y se evapora el salario. ¿Qué podía salir bien? El oficialismo perdió en diecisiete provincias; hasta en Santa Cruz, casi insignificante en el padrón electoral pero con un poder simbólico indiscutible, por ser el lugar donde se originó el ciclo político que comenzó en 2003 y perdiendo, ganando o empatando sigue marcando en cierta forma el derrotero de la sociedad.
En la Ciudad de Buenos Aires, la rompió Milei pero el Frente de Izquierda arrimó un porcentaje que le permitiría llegar al congreso Nacional con un diputado, escenario siempre esquivo a la izquierda en los anteriores comicios. Marcelo Ramal se había quedado una vez en la puerta por pocos votos, ahora Myriam Bregman parece a punto de lograrlo.
Entonces, ¿quiénes quedaron surfeando en el medio de la grieta, en la no tan ancha avenida el medio? Milei y el FIT. Este último supo aprovechar probablemente ese espacio que dejaron vacante movimientos como aquél Proyecto Sur de Pino Solanas, un progresismo que interpelaba a la ciudadanía y al espacio político con propuestas audaces, apurado un poco por izquierda pero sin estar embarrados en las contradicciones de la gestión.
Leandro Santoro conservó los 24 puntos porcentuales del peronismo en la Ciudad. No creció, no se desbarrancó. Tuvo la fidelidad de los votantes de su espacio, no tanto más. Quedate en casa, rezaba la cuarentena sanitaria. Y la sensación es que el Frente de Todos se quedó en lo suyo.
En Provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas, se pintó mucho de amarillo el mapa con una interna atractiva de Juntos por el Cambio. Santilli le ganó a Manes por mucho menos que lo que permitía suponer el despliegue del aparato del Pro. El neurocientífico logró empatizar con una buena porción social y tomar probablemente varios de los votos radicales que anteriormente elegían a Margarita Stolbizer.
Victoria Tolosa Paz perdió por poder retener sólo a los propios, retrocediendo veinte puntos respecto a la victoria contundente de Axel Kicillof en las elecciones a gobernador de dos años atrás. La votaron los convencidos, los fieles, aún con menos plata en el bolsillo. Los enojados con la crisis, los comerciantes que cerraron, los que cuentan cada día del mes como los presos, huyeron hacia otros espacios, incluso para propinar un castigo.
El Frente de Izquierda superó a Espert. Y los dos a un desteñido Florencio Randazzo, que no pudo darle volumen a su espacio político. Sin ser ni una cosa ni la otra, terminó casi no siendo nada, porque los votos que no se guían por la grieta prefirieron virar a extremos de libertarios o izquierdistas. Guillermo Moreno y su peronismo casi doctrinario no superaron las PASO.
Esta nota es después de la elección, cuando quedan hechos polvo los sondeos: las certezas que se dibujaban el domingo en la pizarra de los analistas. El mayor desafío de la jornada electoral parecía consistir en responder la pregunta de cómo iban a ser interpretados los resultados relativos, descontando el triunfo del oficialismo en la Provincia de Buenos Aires. Viéndolos desde las 21:30 hs en una elección efectiva y rápida en el conteo, cabía sólo una interpretación. Derrota del oficialismo, victoria de la oposición. Balde de agua helada, dijo Grabois. Y arrimó: si no te despertás con eso. ¿Con qué? Un golpe que no alcanzó a verse, como un cross que surge iracundo casi por sorpresa para dar en la mandíbula.
Y ahora, el gran debate hacia dentro de los perdedores y también de los ganadores. ¿Cómo se repartirán, hacia el interior de la coalición gobernante, los costos de la derrota? ¿Quiénes capitalizarán la victoria? En los dos espacios, una efervescencia política que incluirá negociaciones, tironeos, mesas de crisis, posturas sobre la actitud a tomar de ahora en más. En el caso de los perdedores, el desafío de radicalizarse o al menos insinuar un viraje económico para que haya de alguna forma más pesos en los bolsillos de la gente. En una época en que los oficialismos perdieron en muchos lugares del mundo, deberán tomar nota de lo que el pueblo expresó en las urnas. El dolor inconmensurable de las vidas humanas pérdidas en la pandemia y la certeza de que los que la sobrevivieron, por ahora, son más pobres.
En el caso de los triunfadores, la disputa por quién encabezará el revitalizado por el batacazo espacio opositor. Sabiendo por experiencia que, lo que se gana, se puede perder en poco tiempo. Dos meses para las generales que se insinúa muy difícil de revertir y dos años para la otra gran batalla, las Presidenciales en 2023. Pero este último plazo, en un país como la Argentina, es muchísimo tiempo.